Cervecería Raimundo / José Ángel García

Aún quedan bares de toda la vida que sirven de punto de encuentro para los vecinos. Son grupos de whatsapp pero con barra, cerveza y una tapa. Cervecería Raimundo es historia viva de La Calzada (pronunciado La Calzá) donde aún se localizan los lugares subiendo o bajando un puente, el de Luis Montoto o calle Oriente, que desapareció a principios de los 90. Son reductos que mantienen la identidad de un barrio donde Pilatos es un vecino más y se reza a la Encarnación.

Entrar en este bar (calle San Benito 8) es conocer un trozo de la historia reciente de Sevilla. Raimundo Iglesias abrió su cervecería en 1998 en el mismo local donde su madre tuvo una frutería desde 1952 a 1992. La primera había estado muy cerca, en el Campo de los Mártires (1981). De ahí pasó a Torreblanca en 1988 para diez años más tarde volver a su barrio muy cerca de la San Benito. Ni el Martes Santo deja de refrescar a sus vecinos porque sale como aguador con el paso de la Presentación al Pueblo. Ahora está jubilado y tres de sus hijos se ocupan del negocio.

La cervecería Raimundo no es un sitio de paso ni tiene cerca lugares fáciles donde aparcar. "Aquí hay que venir expresamente y tengo la inmensa suerte de poder decir que tengo una clientela fiel que es la mejor que hay". De hecho, es muy recomendable reservar con antelación, sobre todo los fines de semana, y más en estos días de Cuaresma.

Raimundo Iglesias García
Raimundo Iglesias García / José Ángel García

Si la cerveza le ha dado fama al local, la cocina la ha reforzado y con creces. Imprescindibles los boquerones al limón y las croquetas de puchero o de gambas al ajillo, la carrillada o las ensaladillas. Da igual que sean de pulpo o la de toda la vida. Imposible resistir la tentación.

Unos fogones que combinan a la perfección las tapas de toda la vida con platos “como fajitas o cosas esas que le gustan a los jóvenes”, explica.

Huevos rellenos –casi en peligro de extinción en las barras sevillanas–, el pescado frito “cuidando mucho el aceite, no lo usamos más de tres días porque no queremos que se pierda esa fritura sevillana tan característica nuestra”, carne con tomate o aguacate relleno. Toda una declaración de intenciones que marcan la hoja de ruta de una cocina sincera con ingredientes “de primera calidad”, afirma Raimundo.

Higaditos de pollo, sangre encebollada, una letanía de platos de toda la vida que se repite cada día en la cocina de Cervecería Raimundo. Tampoco faltan guiños cofrades como los montaditos Pilatos y Barco (en referencia al paso de misterio de San Benito). Aunque sea casi misión imposible hay que dejar espacio para los dulces de la hija de Raimundo, aunque también se pueden comprar muy cerca, en Mi Dulce Mundo (calle Amador de los Ríos, 7.

Él nació en el número 4 de la misma calle donde está ahora el bar. Era un niño de la calle Oriente que ha visto cómo el agua crecía y destrozaba todo en la riada de 1965 y cómo el puente de la Puerta de Carmona, ese que mantenía comunicado al barrio que estaba más allá de las vías del tren, desaparecía. Para la gente del barrio, este elemento tenía mucha importancia porque servía de referencia. Las direcciones estaban subiendo o bajándolo. Los nombres y números de calle eran casi anecdóticos.

Para los más nostálgicos y curiosos aquí se pueden tomar una cerveza con su correspondiente tapa pisando los adoquines del puente de la Calzá.

Como vecino de toda la vida, Raimundo sabía lo que significaba, por eso cuando vio cómo los adoquines que retiraban de las obras se los llevaban a un almacén municipal, no dudó ni un minuto en ponerse en marcha para solicitarlos y usarlos como base para la barra del nuevo bar que tenía ya en mente en la calle San Benito. Una veintena de adoquines que se trajo él mismo en su R-21. "Cuando cargué el coche se levantó por el peso, creí que no llegaba, pero aquí están", recuerda un hombre que a sus 75 años aún está siempre atento a ver cómo puede ayudar. Colabora con San Benito en todo lo que puede, pero también con la otra gran institución del barrio, las Hermanitas de los Pobres y su residencia. “Ahora voy a preparar una pequeña celebración para dos residentes que cumplen 75 años de casados”, cuenta para después añadir que ojalá los cumpla él con su compañera de vida.

Pero no es el único detalle con la vida de barrio que tiene la barra del Raimundo. Un azulejo recuerda al querido capataz Carlos Morán con su frase mítica y mística: "Arriba el Hijo de Dios”. Otro vecino ilustre está en el comedor: el tito Pascual González.

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