La gruesa línea amarilla
Salir al cine | Estreno en Netflix | El caso Alcàsser
Llega a Netflix la serie documental ‘El caso Alcàsser’, en la que Elías León Siminiani y Ramón Campos reconstruyen y narran minuciosamente los acontecimientos y el desarrollo del caso criminal más mediático de nuestra historia reciente.
El conocido como ‘Caso Alcàsser’ marcó un punto de inflexión en la larga historia del crimen como gran entretenimiento moderno en España, convirtiendo la desaparición y el descubrimiento de los cuerpos asesinados de tres jóvenes valencianas, Desirée Hernández, Míriam García y Antonia Gómez, en el acontecimiento mediático más seguido de la historia de nuestro país. Primero en las últimas semanas de 1992, en aquella España de éxito y euforia tras la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, posteriormente en el transcurso de varios años en los que las televisiones (con Paco Lobatón, Nieves Herrero o Pepe Navarro al frente más visible de un desastre colectivo con muchos más apellidos ilustres) marcaron el rumbo de la explotación del dolor ajeno, el morbo y el nulo rigor profesional como nuevo modelo de negocio para tener a media España pegada al televisor hasta altas horas de la madrugada.
En el ‘Caso Alcàsser’ confluían así la vieja pasión por el crimen, explotada tradicionalmente por medios específicos (véase El Caso), y la hiperinflación pseudo informativa del directo en busca de la rentable excitación de los instintos más básicos del espectador ávido de carnaza, emociones e identificaciones prefabricadas.
De este doble proceso dan buena cuenta las cinco horas de esta estupenda serie documental de Elías León Siminiani y Ramón Campos, que regresan al formato true crime de la mano de Bambú Producciones después de la no menos destacable El caso Asumpta. Un formato que bebe de sus grandes maestros (el interrotrón de Errol Morris como efectivo dispositivo frontal para las entrevistas, las reconstrucciones con afán científico y voluntad autorreflexiva, las sobreimpresiones y animaciones de mapas, gráficos y fechas o el regreso a los lugares de los hechos) y que maneja un generoso y valiosísimo material de archivo procedente de las numerosas horas de emisión en distintas cadenas, los miles de folios del sumario y las hemerotecas, para articular una apasionante crónica desde la desaparición de las chicas y el posterior descubrimiento de sus cadáveres hasta las vidas actuales de sus familiares, pasando por el proceso de investigación, la detención de uno de los dos sospechosos de crimen, Miguel Ricart, y la misteriosa huida del otro (Antonio Anglés), la infinidad de programas que se ocuparon de manera bochornosa del seguimiento del caso en sus distintas etapas, el proceso paralelo iniciado por uno de los padres, y, finalmente, el juicio de Ricart, único evento del que apenas habían trascendido imágenes y que dio con el único acusado en prisión con una condena de 170 años.
El caso Alcàsser fluye así de manera prodigiosa por la memoria audiovisual de una España no tan lejana en la que, sin embargo, aún pueden detectarse estigmas del tremendismo o la crónica negra (véase toda la familia de Anglés), un país que, en plena década de los 90, aún parecía debatirse entre abrazar el siglo XXI y desembarazarse del XIX, y en el que una televisión sin límites ni ética usurpó un lugar de excitación colectiva de los bajos instintos que acabó siendo muy rentable para algunos, entre ellos el propio padre de Míriam, Fernando García, y su siniestro escudero, el periodista y criminólogo Juan Ignacio Blanco, auténticos protagonistas de este asendereado relato de explotación, sospechas, (auto)engaño y dilatación del que hoy quedan numerosos vestigios tanto en la televisión como en nuevos medios como las redes sociales.
Contrastar y verificar
El caso Alcàsser no desvela demasiadas realidades ni datos que no se conocieran ya (Anglés sigue siendo un misterio en fuga y las teorías conspiranoicas sobre una posible red de prostitución elitista parecen delirantes), si acaso contrasta y verifica informaciones dudosas, señala errores o chapuzas en la investigación o nos deja ver en acción testifical a Ricart o al famoso forense sevillano Luis Frontela, pieza clave en el proceso. Más revelador resulta, empero, en el retrato del perfil psicológico de un padre coraje ensimismado en su condición de justiciero y víctima perpetua, y es encomiable la manera en que Siminiani, siempre a una distancia y un tono bastante objetivos, no necesita apretar nada para sacarlo a la luz.
Un trabajo televisivo y documental de primer orden que tiene, sin embargo, una coda postiza en sus últimos minutos. Fuera de tono y contexto, lejos del hilo de investigación que nos ha llevado hasta la salida de prisión de Ricart en 2013 fruto de la Doctrina Parot y su posterior desaparición, el epílogo se empeña en apuntalar, de manera melodramática, panfletaria y efectista, que el Caso Alcàsser fue algo así como el primer gran monstruo mediático a recuperar de la violencia de género como nuevo campo de batalla del movimiento feminista.
Si bien es cierto que aquel suceso y el posterior miedo social generado cambiaron las costumbres de toda una generación, no parece de recibo agrupar algunos sonados casos criminales posteriores relacionados con muertes o agresiones a mujeres (de Rocío Wanninkhof a La Manada) en un mismo y holgado saco eludiendo los condicionantes concretos de cada uno en aras de un simplificado alegato antipatriarcal que no conoce de matices ni tampoco entiende que el mal, en definitiva, no siempre sabe de ideologías o sistemas. Quién sabe si esos últimos cinco minutos no son en realidad el calculado tráiler promocional para futuros proyectos documentales como éste.
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