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Una Europa aburrida salvada por un gorila

Eurovisión 2017

El participante italiano, junto al mono que animó la gala. / EFE
Helena Arriaza

13 de mayo 2017 - 23:55

Aguantar hasta el final de la gala sin cerrar los ojos fue difícil. La palabra aburrimiento es la que mejor la define. La única emoción para no quedarse dormido fue saber si Manel Navarro quedaba último. Menudo atractivo. Menos mal que existen las redes sociales para poder comentar y leer comentarios ingeniosos. El Festival de Eurovisión se ha convertido en algo demasiado repetitivo. Con la de medios que tienen y lo poco que los aprovechan. Más proyecciones similares a las de años anteriores, demasiadas baladas y poca fiesta. El mannequin challenge que hizo cada participante antes de salir al escenario fue un claro ejemplo del poco movimiento que hubo. Fueron más entretenidas (o mejor dicho menos aburridas) las postales de presentación que las actuaciones. Que lo que más sorprenda sea un mono sobre el escenario dice mucho sobre Europa. Esto por no hablar de las contradicciones. Celebra la diversidad era el lema de la noche. Y va Ucrania y pone a tres hombres repletos de brilli brilli en sus chaquetas (por primera vez en la historia del Festival sin presencia femenina) a presentar la gala.

Incluso los cantantes son más de lo mismo y no solo con respecto a los representantes de años anteriores. Algunos de los participantes recordaban a personajes que todos tenemos en la mente. El primero en subir al escenario fue IMRI. El israelí, que destacó por su camiseta transparente con la que enseñaba musculitos, parecía un clon de Ricky Martin. Los teenagers tenían que estar contentos. El espíritu de las Sweet California con las hermanas de los Países Bajos y el de un Justin Bieber futurista con el búlgaro estuvieron muy presentes. Incluso nuestros cantantes españoles estuvieron reflejados en Kiev. La polaca se parecía a Pastora Soler hasta en el vestido que la española lució en Eurovisión hace cinco años, la cantante de Armenia tenía un gran parecido con la ex triunfita Gisela y la de Grecia a Ruth Lorenzo. Los moldavos, que al menos hicieron bailar simulando una boda un tanto extravagante, recordaban a los Café Quijano. Lo infantil también tuvo su hueco. La puesta en escena del cantante austriaco con una luna en el escenario parecía la imagen de un conocido estudio de animación de cine. Los moños que lució la artista bielorrusa recordaban a Sailor Moon. El canto tirolés de la representante rumana transportaba a un capítulo de Heidi. Menudo batiburrillo y qué poca originalidad. Fue casi todo tan soporífero que la actuación de Manel Navarro al final no desentonó demasiado con el conjunto de la gala. Ni el gallo que le salió (hay veces que el karma hace de las suyas). El escenario por momentos se convirtió en una granja entre gallos y caballos sin sentido. Mirela, este no era tu año, mereces algo mejor. Rusia también debe estar contenta. Al menos las actuaciones y las puestas en escena de Noruega, Ucrania y Suecia sí que hicieron revivir el espíritu eurovisivo que tan ausente estuvo durante toda la noche.

Europa con Eurovisión no se aclara ni sesenta y dos ediciones después y se olvida de que debe ser un espectáculo televisivo. Quiere ir más allá y al final da pasos hacia atrás. A veces no hace falta más que la sencillez (ojo España, que no lo simplón) para transmitir. Y eso fue lo que hizo el portugués, el triunfador de la noche pese a que su canción no era la más eurovisiva, al que nadie olvidará.

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