Vargas Llosa y los toros: la montera de Curro Romero

Evocación

El premio Nobel peruano mantuvo una intensa relación con el mundillo de la tauromaquia y pronunció el pregón taurino de la Real Maestranza en 2000

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Vargas Llosa fue un apasionado aficionado a los toros. / Fancesca Mantovani/Gallimard

Los vínculos taurinos de Mario Vargas Llosa son tan extensos como intensos. Nunca renegó ni ocultó esa afición que le deslumbró en el bicentenario coso limeño de Acho cuando sólo era un niño. Su defensa de la tauromaquia como expresión de la cultura hispanoamericana forma parte de la trayectoria vital y literaria de un escritor que recibió el Premio Nobel portando en su equipaje, junto al flamante frac académico, la lujosa montera de morillas de Curro Romero que le iba a acompañar desde un discreto lugar en la ceremonia de Estocolmo.

Aquella prenda tenía su historia: había pertenecido a su suegro, Antonio Márquez, emblemático diestro de la Edad de Plata –le llamaban el Belmonte rubio- que se emparejó con la cantante Concha Piquer –llevaba anillo sin fecha, escribió Antonio Burgos- saltándose todas las convenciones sociales de la época.

Vargas Llosa frecuentó la amistad del camero, de muchos toreros –su paisano Roca Rey siempre ha manifestado su admiración por el literato- y no dudó en dejarse ver en las barreras, los tendidos y los callejones de las plazas de medio mundo. La Real Maestranza de Caballería de Sevilla lo escogió en el año 2000 para pronunciar el tradicional Pregón Taurino que organiza el cuerpo nobiliario. En la víspera había sido invitado por la Hermandad de la Soledad –que mantiene estrechos vínculos históricos con la Maestranza- para contemplar la entrada de la última dolorosa de la Semana Santa de Sevilla desde el secreto del templo. Eran tiempos de vino y rosas en los que el escritor peruano aún estaba emparejado con Isabel Preysler que sorprendió a los tramos de nazarenos blanquinegros cuando accedían a San Lorenzo.

“Las corridas de toros nos recuerdan, dentro del hechizo que nos sumen las buenas tardes lo precaria que es la existencia y cómo, gracias a esa frágil y perecedera naturaleza que es la suya, puede ser incomparablemente maravillosa”, escribió Vargas Llosa tal y como recoge Diego Sánchez de la Cruz en una completa antología de sus textos taurinos en los que hay otras perlas como ésta: “Lo que nos conmueve y embelesa en una buena corrida es, justamente, que la fascinante combinación de gracia, sabiduría, arrojo e inspiración de un torero, y la bravura, nobleza y elegancia de un toro bravo consiguen, en una buena faena, en esa misteriosa complicidad que los encadena, eclipsar todo el dolor y el riesgo invertidos en ella, creando unas imágenes que participan al mismo tiempo de la intensidad de la música y el movimiento de la danza, la plasticidad pictórica del arte y la profundidad efímera de un espectáculo teatral, algo que tiene de rito e improvisación, y que se carga, en un momento dado, de religiosidad, de mito y de un simbolismo que presenta la condición humana, ese misterio de que está hecha esa vida nuestra que existe sólo gracias a su contrapartida que es la muerte”. Descanse en paz…

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