El triunfo de Ruiz Muñoz visibiliza a los afectados por daño cerebral
ENCERRONA SOLIDARIA
El diestro chiclanero culminó con un gran triunfo el empeño de estoquear cuatro astados de distintas ganaderías a beneficio de DACE-Sevilla en la plaza de Guillena
Ruiz Muñoz: encerrona solidaria con acento personal en Guillena
José Ruiz Muñoz toreará a favor de los afectados de daño cerebral

Guillena/La corrida, de alguna forma, era un listado de objetivos. El más noble y principal pasaba por visibilizar a los afectados por daño cerebral. El matador está viviendo en su propia casa los efectos y sus consecuencias. Su propia mujer, Anita, quedó en coma tras el nacimiento de su segundo hijo partiendo en dos un joven proyecto vital. Ese drama íntimo gravitaba en los más cercanos pero el festejo, en clave estrictamente taurina, tampoco no podía escaparse de la reinvidicación profesional del diestro chiclanero, severamente tocado en la línea de flotación después de su paso por la plaza de la Maestranza en la pasada Feria de Abril.
A partir de ahí podemos hablar de objetivos cumplidos, reivindicando por un lado la labor y el trabajo de la Asociación de Daño Cerebral Adquirido de Sevilla y por otro, logrando un triunfo contante y sonante a la mismísima sombra de la Giralda en este festejo de pretemporada que coincide con la última cocción de los carteles abrileños.
Ruiz Muñoz y su entorno habían tocado numerosas puertas para el buen fin del evento: desde la lujosa banda de música del Carmen de Salteras hasta el último interviniente en la organización lo hicieron desinteresadamente, incluyendo los ganaderos que donaron las respectivas reses. La presencia de la infanta Elena, finalmente, terminaba de redondear la relevancia social de una corrida que atrajo numeroso público a la coqueta y cuidada placita de Guillena. Pero luego tenía que salir el toro...
Aunque hubo que esperar a que sonar el primer clarinazo. Al retraso acumulado para el inicio del paseíllo, del que ya no se libran ni las plazas más encopetadas, hubo que sumar la entrega de placas, diplomas y reconocimientos a los distintos actores del evento para agradecer su participación altruista en el empeño en un acto presidido por la propia Infanta.
Total, que cuando salió el primero había pasado más de media hora sobre la hora prevista. Y saltó, por fin, un terciado ejemplar marcado con el hierro de El Retamar que Ruiz Muñoz iba a parar con lances templados empleando un capote rotulado con lemas alusivos al daño cerebral y manos estampadas. No cabía mayor declaración de intenciones. Después de brindar a doña Elena se empleó en una faena de entregado planteamiento condicionada por la brusquedad del animal. La voluntad del torero y el empuje del público iba a poner en sus manos la primera oreja del festejo que paseó inusualmente enmonterado. No sería el único guiño a la originalidad...
Pero las fases más felices de la corrida las iba a propiciar el segundo de la tarde, un entipado y nobilísimo ejemplar de Bohórquez que le iba a permitir gustarse en el galleo y las personales verónicas del quite, llevando la mano de dentro más allá de la cadera. Ruiz Muñoz, que vestía el original terno merino y oro que se hizo para su alternativa -con una concha jacobea y unas matas de romero bordadas en la espaldilla- empezó a torear de muleta enmonterado y desmayado, acompasado al fandango -quizá fuera otro palo- que cantaban desde el tendido en una faena explayada y de acento muy personal que remató de estocada un puntito desprendida. Al torero le pidieron y le dieron las dos orejas; al toro, excelente, le dieron la vuelta al ruedo póstuma.
El tercero, de Santiago Domecq y mayor presencia que los anteriores, sí iba a adolecer de fuerza. Mejor por el lado izquierdo que por el derecho, quizá con un fundo escondido o por extraer, obligaría al diestro chiclanero a esforzarse en una densa e intensa labor que no estuvo exenta de detalles de buen gusto, ilustrada musicalmente con una marcha procesional que el propio matador pidió a la banda del Carmen después de interrumpir el pasodoble que habían empezado a tocar. La vuelta al ruedo gozó de la comunión del público. En realidad el torero se sentía entre amigos y no dudó en sacar a un chico que evidenciaba estar recuperado de esos daños cerebrales que estaban reivindicando.
Pero aún quedaba el cuarto, de Juan Pedro Domecq, al que cuajó excelentes lances de capa -con ese acento personal que ha logrado liberarse del poderoso espejo familar- antes de brindarlo con un largo parlamento dirigido al público -en la placita de Guillena no hace falta ni alzar la voz- para agradecer su colaboracion e implicación en un evento que estaba cargado de tantos significados. En un guiño a su sangre -es sobrino nieto de Curro Romero- iba a emplear una atípica muleta rematada con madroños blancos en sus vuelos. Fotos hay por ahí de un engaño similar utilizado por su tío abuelo en el fragor de los 70, en plena forja del mito.
Iba a ser una faena en la que el sentimiento, acentuado por el cante, no siempre estuvo aliado con la resolución pero sí sirvió de broche para una tarde de emociones y objetivos cumplidos en la que el frío ya había reemplazado a la tibieza de la primera hora de la tarde. La última ovación, que recogió embozado con el capote que había servido para parar el primer toro servía para sellar esa tarde triunfal de tantas implicaciones personales. Enhorabuena.
FICHA DEL FESTEJO
GANADERÍAS: Se lidiaron, respectivamente, toros de los hierros de El Retamar, blando y desigual; Fermín Bohórquez, muy noble y premiado con la vuelta al ruedo; Santiago Domecq, de mejor lado izquierdo; Juan Pedro Domecq, que se dejó,
ÚNICO ESPADA: José Ruiz Muñoz de merino y oro, oreja, dos orejas, oreja y gran ovación de despedida.
INCIDENCIAS: La plaza registró tres cuartos de entrada en tarde agradable y progresivamente fresca. Se guardó un minuto de silencio en memoria del empresario y apoderado Paco Dorado, recientemente fallecido. El festejo comenzó con 30 minutos de retraso. Actuó de sobresaliente Chapurra,
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