Donde rezaba hace más de trescientos años Pepe Yllo en las mañanas de corrida
Los devotos del torero de La Puebla, que se fueron de vacío tras su tercera tarde del abono en Sevilla, esperan la cita de mañana
La lluvia en Sevilla maravilla menos cuando torea Morante, por eso dio tregua la tarde del martes. Morante, a pie, enfila la capilla de la Piedad de la Hermandad del Baratillo, como hacían los toreros en el Siglo XVIII: ¡Qué pena me ha dado, ver a Pepe Yllo, rezando en la capilla, del Baratillo!.
José Delgado mandó ensamblar a su costa el altar de San José donde colocó la imagen del santo en 1794, y donó el cuadro del Cristo caído. Trescientos años después, ante Dios postrado y en pie sobre el viejo país, o lo que va quedando de él, el torero reza.
Escoltan al genio sus banderilleros y un baratillero de muchos pros, Joaquín Moeckel. El Lili reaparece tras la cornada del Domingo de Resurrección. Los Morantistas aplauden al heredero de Curro, que desvía sonrisas agradecidas. Igual que Morante estrena terno catafalco de cuajado bordado, el moranterío de rumbo se maquea para ir a ver al maestro. En el tren llegan de El Puerto el pregonero de la Feria Taurina de Primavera y del Vino fino, Álvaro González Obregón, también escoltado por el músico Miguel Arellano y el aficionado Raúl Rincón; viaja en busca de la media perdida Juan Caraballo desde la Venta la Palmera. El morantismo es religión. Se viste para los toros Rodrigo Valle, de Grazalema, como pez en el agua tanto por Estafeta como por calle Iris, blanco para Pamplona y raya diplomática para Sevilla. El terno azul de Héctor Rey Prada es el camuflaje cinegético de un cazador de medias verónicas que tira con cámara. Juan Romero, fotógrafo jerezano, buscará el perfil del faraoncito al asomar el desfile de cuadrillas.
Los morantistas están contentos, expectantes, ilusionados pero lo celebran antes, no vaya a ser que después no pase nada. La bodega Romero de Gamazo es uno de los cuarteles de ese regimiento uniformado de chaqueta estrecha y corbata ancha. Rafael Cuesta, antiguo banderillero del torero, es el gerente que lanza contra los empujadores de barra las bandejas de piripis, el montaíto de la casa. Alguien recuerda la consigna de El Pali, desde su cátedra de la calle Tomás de Ybarra: "Menos misiles y más pavías de Bacalao". El padre del torero, Chicote y Marina Heredia pasan al comedor
Urbano, 39 años abonado a la mejor grada de sol, mira la comitiva de devotos del torero y oye los aplausos desde la Bodega San José. No piensa en Morante: "Curro Romero es muy partidario de Urdiales", porque resulta que uno de los diez mandamientos del credo morantista es que torea con dos más. Urbano se lamenta del toro de hoy. Tuvo razón la corrida se caía como cae la fiesta.
Menos cuando torea un tal Morante, que sale de la capilla del Baratillo por la puerta de atrás, presagio de salida discreta de la plaza. Malas caras y poco entusiasmo en el gris final de la corrida. No se habla de toros. El maestro Eduardo Dávila Miura, anfitrión de Juan Carlos I en Zahariche hace unos días, nos dice que lo bonito sería que el viejo Rey estuviera también en una final del Falla, a ver si lo convence.
No pasó nada. Solo hubo música para López Simón: "Española y gaditana", el pasodoble de La Línea. Fin de la ceremonia morantista, sus partidarios terminan el rito mojando los dedos en la pila del agua bendita, que traducido resulta tomar una cerveza el Bar Taquilla y contar los días que faltan para el Rocío, para el Domingo de Ramos y, como ellos dicen, para que vuelva a torear Morante... y dos más.
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