ESPECIAL MATADORES (IV)
Roca Rey: ¿Estadística o regusto?
Contracrónica de la penúltima de Colombinas
El cartel de esta penúltima de Colombinas venía a resumir con trazos gruesos el momento del escalafón actual: por delante habían colocado un veterano amortizado, Alejandro Talavante, instalado en la comodidad de las ferias con mentalidad de funcionario por obra y gracia de esos hilos grises que mueven el negocio taurino con mentalidad cortoplacista y afán comisionista.
En medio se situaba Juan Ortega, un matador del gusto de los mejores aficionados, intérprete del palo más clásico del toreo; capaz de despertar y concretar ilusiones; con poder para cuajar esos toros que se instalan en el recuerdo y trascienden la memoria.
Cerraba la terna Roca Rey, el verdadero líder de este escalafón tan necesitado de alicientes. El limeño, las cosas son como son, sigue obrando como bálsamo de las taquillas y alivio de los empresarios en medio del páramo de las ferias mientras se repiten carteles sin hilo ni argumento que delatan la falta de talento e ilusión de los que siguen teniendo la responsabilidad de montarlos. Para qué vamos a negarlo: mientras las plazas se llenan, la juventud retrata su afición sin complejos y crece la reacción protaurina ante tantos ataques injustificados, la patronal sigue a lo suyo esperando a que el último apague la luz.
El desarrollo de la corrida iba a confirmar esas certezas. Después de la espesa faena de Talavante que inauguró la tarde se iban a cambiar las tornas. Ortega marcó cualquier diferencia -era como contemplar el amanecer después de la noche- enseñando que el toreo también puede ser cadencia, armonía y ritmo. Lo demostró con el segundo toro de Juan Pedro Domecq, un manso de libro que también le sirvió para certificar que ha crecido en capacidad, resolución y compromiso. El diestro sevillano empieza a encontrar toro en todas partes sin renunciar a su más íntima personalidad. Juan Ortega, para qué vamos a darle más vueltas, es el torero a seguir.
Si Roca había rendido la plaza atrincherado en las cercanías del tercero, Talavante iba a vender una colección de efectismos sin pegarle ni uno de verdad al cuarto que iba a ser, con mucho, el mejor del desigual envío de Lo Álvaro. El diestro extremeño enredó, sacó no sé cuántos conejos de la chistera pero se conformó con mercaderar con bisutería por más que paseara una oreja intrascendente que no hará historia.
En el fondo estábamos deseando volver a ver a Ortega aunque no iba a poder ser con el quinto. Los elementos se iban a imponer a la voluntad del diestro sevillano por más que hubiera puesto todo en el empeño y recibiera un trofeo como premio a su estocada. Quedaba la traca final, el tornado nocturno de Roca Rey que volvió a tirar del toreo de cercanías en el confín de su segunda faena para ampliar su cosecha de orejas. Con la noche cernida sobre los cabezos se iba a marchar a hombros de la plaza en su particular paseo militar por esta anodina temporada 2024.
Que no decaiga y enhorabueno al peruano pero al final sólo quedaba el poso, el halo, la prueba de la memoria que salva ese puñado de muletazos de Juan Ortega como único recuerdo nítido de una tarde que resumió el argumento de un año que ya encara su curso bajo. Lo peor siempre es el aburrimiento.
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