La Torre del Oro está en el escudo de Santander
EL REPASO
La adjudicación del coso de la capital cántabra, con la denuncia de Valencia y Matilla contra José María Garzón, ha destapado las pugnas soterradas entre las empresas taurinas en la antesala de la finalización del contrato de Pagés y la Maestranza
Valencia y Matilla denuncian la adjudicación de la plaza de Santander a José María Garzón
Garzón sale al paso de la denuncia de Valencia y Matilla
La Torre del Oro, sí. También las cadenas que rompió el almirante Bonifaz, que vino de las orillas cántabras para conquistar la ciudad a la morisma... Y entre Sevilla y Santander, cartas iban y venían en un insólito e innecesario episodio que revela una guerra empresarial taurina no tan soterrada. La secuencia de los hechos es reciente y ha sido narrada en Diario de Sevilla. El pasado 5 de diciembre se conocía la adjudicación del coso de Cuatro Caminos, propiedad del Ayuntamiento de Santander, a Lances de Futuro, empresa comandada por el sevillano José María Garzón que se había impuesto a la oferta presentada por la UTE formada por Ramón Valencia al frente de Pagés –la firma que lleva las riendas de la plaza de la Maestranza desde hace casi un siglo- y la casa Matilla.
A los pocos días Valencia y Matilla iban a denunciar la oferta de Garzón, esgrimiendo una falsificación de la firma de Andrés Caballero, mentor del rejoneador Diego Ventura, en el precontrato presentado para amarrar la presencia del centauro en la feria de Santiago, tal y como recogía el pliego de condiciones. Efectivamente no había nada firmado pero sí se había rubricado por poderes (P.P.). No tardó en trascender que el apoderado del jinete cigarrero sí había alcanzado un acuerdo verbal con Lances de Futuro, reforzado por una serie de mensajes de whatsapp que ya obran en poder del consejo de administración del coso montañés.
Dicho acuerdo, recogido en los respectivos precontratos, no se limitaba a Santander sino que se extendía a las plazas de Málaga y Almería. Antes, en un giro insólito, Caballero había asegurado que él no había firmado nada, omitiendo extrañamente los compromisos a los que efectivamente sí había llegado con Garzón por los medios descritos. ¿Por qué? La imaginación es libre; a veces acierta. El enfado de Garzón era cósmico…
El propio Diego Ventura, que había permanecido ajeno al enredo, ha sido el último en arrojar nueva luz sobre el asunto rehabilitando la figura de Garzón en una reveladora entrevista concedida este mismo domingo al programa El Séptimo Toro de Radio Intereconomía. “Andrés Caballero me ha contado después de este embrollo que estaba todo arreglado con José María, que no estaba firmado el contrato, pero que estaba todo hablado de palabra y por whatssap; le dio el ok a Garzón como que todo iba adelante, igual que a Matilla y Ramón Valencia. Por parte de las dos empresas, por nosotros, estaba con las dos arreglado…” El rejoneador, diplomático, volvía a dar la razón al empresario sevillano que tendrá que esperar al paso de las fiestas de Navidad para conocer la resolución definitiva de este jaleo. El viento, eso sí, ha vuelto a dar la vuelta.
La plaza de la Maestranza: un poderoso telón de fondo
Casualidad o no, a nadie se le escapa que las tropas salen de las trincheras en vísperas del último año de concesión contemplado en el actual contrato que une a la empresa Pagés con la Real Maestranza. El documento tiene una fecha fija de finalización: el 31 de diciembre de 2025 aunque Ramón Valencia, en una entrevista concedida a este medio, entendía que debía prorrogarse un año más en compensación por el vacío de 2020, sentenciado por el covid. A partir de ahí, el actual inquilino y los pretendientes al trono empiezan a valorar sus propias opciones para tomar el timón de una plaza que envenena el sueño de cualquier empresario.
¿Pagés puede continuar? Es evidente, por más que la relación entre el casero y el inquilino se encuentre mediatizada y condicionada por un doble y multimillonario pleito rodeado de un inquietante pacto de silencio. Pero en la baraja de pretendientes reales se encuentran otros nombres. Hay un grupo, con agarres en la casa y solvencia financiera, que está últimamente en todas las conversaciones pero el nombre más cacareado hasta ahora, en público y en privado, había sido el de José María Garzón. ¿Era el primer enemigo a batir?
Antecedentes: la corrida de El Puerto
Valencia y Matilla tenían todo el derecho legal del mundo a presentarse al concurso de Santander. Otra cosa son los usos y costumbres del toreo y hasta algunos pactos personales –las palabras se las lleva el viento- que han quedado fulminados. En cualquier caso la memoria reciente nos lleva a otros lances parecidos que, en su momento, también pusieron a Garzón a los pies de los caballos sin demasiados justificantes.
Hay que poner a funcionar la moviola, situarnos en el verano de 2020 y en el fragor de la pandemia. Con la temporada convertida en un descalzaperros, las primeras medidas aperturistas permitieron celebrar algunos festejos al 50% del aforo. Bajo esa premisa, Garzón organizó la célebre corrida de El Puerto de Santa María uniendo los nombres de Ponce, Morante y Pablo Aguado con los toros de Juan Pedro Domecq. Unos cuantos días antes del 6 de agosto, la fecha de la corrida, se habían agotado las 5.451 entradas disponibles, algo menos de la mitad del aforo completo del maravilloso coso portuense, revestido de gran gala para la ocasión.
Los que allí estuvieron fueron testigos de la escrupulosa organización de la empresa que, como es lógico, se ciñó al llamado plan de contingencia que debía servir para compatibilizar la brillantez del espectáculo con la seguridad sanitaria de los espectadores. No se ahorró en detalles que ya hemos olvidado, hasta los más mínimos: desde la toma de temperatura a la entrada de la plaza a la rotulación de las localidades que podían ser ocupadas y las que debían dejarse vacías, además de los constantes recordatorios a través de la megafonía rogando el correcto uso de las mascarillas. A la hora del paseo, con medio aforo vendido, el aspecto de la plaza era de lleno aparente, tal y como se podría comprobar al año siguiente en plazas como la mismísima Maestranza de Sevilla. Comenzaba la polémica…
Los sectores antitaurinos y las facciones más demagógicas no tardaron en echarse al cuello. Pero sorprendió más que la principal asociación de empresas taurinas de España, ANOET, se uniera a ese coro anti pidiendo en bandeja de plata la cabeza de Garzón. Los acontecimientos se desataron. La Junta se apresuró a fulminar sus propias normas, las mismas que había anunciado a bombo y platillo para favorecer al sector, imponiendo un metro y medio de separación entre los espectadores de los festejos taurinos. La medida, en la práctica, suponía cargarse de un plumazo lo que podía quedar de temporada en Andalucía, más allá de algún evento puntual como la corrida organizada por el propio Garzón en Córdoba que enfrentó a Morante con Juan Ortega en su primer compromiso de altura. No hubo Feria de San Miguel, ni Goyesca de Ronda pero sí un chivo expiatorio.
En esa catarata de acontecimientos, ANOET abría expediente al empresario sevillano acusándole de “haber perjudicado a las aficiones de otras poblaciones así como a los toreros, ganaderos y empresarios” haciéndole directamente responsable de “provocar que las administraciones tomen medidas más restrictivas”. El tiempo ha dado y quitado razones pero Garzón se había colocado en el punto de mira de los pesos pesados. No ha dejado de estarlo.
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