El toreo cordobés en Barcelona
Lagartijo y Manolete fueron dos de los grandes ídolos de los catalanes · Martorell cortó un rabo en los 50 y Finito indultó un toro de Torrealta llamado 'Zafiro'
22 de agosto de 1875. Hace un calor húmedo en Barcelona. Con la plaza abarrotada, el público disfruta de una faena de Rafael Molina Lagartijo en el coso de El Torín, la primera de las tres plazas de toros de Barcelona -construida en 1834- y cuando el diestro cordobés se dispone al último tercio, un grupo de aficionados se acerca a la barrera y le entrega al torero un estoque con una empuñadura de plata y una muleta de lujo con una leyenda bordada: "Al popular Lagartijo, el pueblo de Barcelona". Este hecho que hoy nos parece extraño no es sino un reflejo de la devoción que sentían en la Ciudad Condal por el primero de los califas del toreo cordobeses. 22 de julio de 1942. Han pasado 70 años y otro cordobés, Manuel Rodríguez Manolete, es el torero predilecto de la afición catalana. Manolete sale al ruedo y dibuja el toreo. Tal es su actuación que los tendidos piden no el rabo, sino la pata del toro. El de Santa Marina sale al ruedo y recoge las ovaciones con su habitual semblante serio. El conocido crítico taurino barcelonés Antonio Santainés recuerda que un conocido revistero de la época escribió que era más fácil ver a Manolete torear como nadie al natural que verle sonreír. 9 de julio de 2000. Un torero nacido en Sabadell, a 22 kilómetros de Barcelona, pero apellidado y criado en Córdoba, llamado Juan Serrano indulta a Zafiro, de Torrealta. Quienes le vieron aseguran que ésta es una de las mejores faenas del torero de El Arrecife y supuso una de las diez salidas a hombros de Finito en la Monumental, una de las plazas donde más y mejores éxitos ha cosechado.
Son tres fechas. Tres hechos memorables. Tres hitos si se quiere. Pero el matrimonio de la afición catalana con el toreo cordobés no se limita a estos tres momentos de la dilatada historia de la Barcelona taurina, a la que la sinrazón política ha puesto fin sin tener en cuenta más de dos siglos de historia intensa. La Ciudad Condal fue durante décadas la que más festejos albergaba, la única que tuvo tres plazas en activo a la vez y la que lanzaba a todos los toreros noveles o modestos que querían abrirse paso en esta complicada profesión. Cuando no había contratos siempre quedaba Barcelona para volver a empezar. En el caso de las figuras cordobesas la relación ha sido intensa a lo largo de la historia. El idilio comenzó con Lagartijo y hasta los diarios decimonónicos de la ciudad reproducían en sus páginas las cuartetas que el pueblo dedicaba al torero: Tantos plácemes y vítores/van dedicados de fijo,/ a algún hombre preeminente/ya lo creo: A Lagartijo. Lagartijo y Barcelona se tenían un amor recíproco; de hecho cuando el primer califa se retiró eligió Barcelona entre las cinco plazas por las que pasaría en el año de su adiós. La importancia del acontecimiento, celebrado un 21 de mayo de 1893, Día del Corpus, hizo que incluso se cambiara la hora de la procesión, que salió por la mañana para que las autoridades pudieran disfrutar de la corrida por la tarde. Toreó el artista cordobés seis toros del Duque de Veragua y a los seis los despachó de soberbias estocadas, de tal manera que el público se arrojó a la plaza terminado el festejo en el que según los cronistas de la época fue un homenaje sin precedentes.
Rafael Guerra Guerrita y Rafael González Machaquito también obtuvieron sonoros triunfos en Barcelona. El primero, por edad, en la de la Barceloneta, el segundo, sí pudo torear ya en la de Las Arenas, coso inaugurado en el año 1900. Guerrita, uno de los toreros más potentes de todos los tiempos, completó una enorme tarde de toros en el cierre de la temporada catalana de 1894, cuando se enfrentó en solitario a seis toros de la ganadería de Saltillo, obteniendo un triunfo atronador, según las crónicas de la época. Sobre Machaquito, cabe destacar que en buena parte de sus actuaciones era obligado a saludar montera en mano nada más terminar el paseíllo debido al cariño que la afición catalana le profesaba al torero. Así lo refleja una crónica del diario ABC del 19 de mayo de 1912, en la que reza: "Al hacer el paseo fue ovacionado Machaquito, especialmente, y muy aplaudidos los otros espadas". Queda clara la predilección que sentía esta afición por el diestro cordobés pues sus compañeros de cartel esa tarde eran Antonio Fuentes y Cocherito, dos figuras de la época.
Poco después de la retirada de Machaquito, en 1914, se inaugura la tercera plaza de Barcelona, conocida como de El Sport o la Monumental. Fue Joselito, el genio de Gelves, quien patrocinó este tipo de denominaciones para las grandes plazas que comenzaban a levantarse en aquellos años al albur de la época dorada del toreo gracias a la competencia entre él y Belmonte.
Retirados los dos genios sevillanos y con el paréntesis de la Guerra Civil, hay que esperar a la irrupción de Manolete en los ruedos para que Barcelona vuelva a tener un torero predilecto. El monstruo de Santa Marina toreó entre 70 y 72 tardes, según explica el crítico Antonio Santainés, en Barcelona lo que da una idea del cartel que tenía el torero y de la admiración que se le tributaba. Fue, con diferencia, la plaza de toros de primera categoría donde más toreó, ya que en Valencia lo hizo en 34 ocasiones, mientras que en Madrid y Sevilla lo hizo en 26 y 20 corridas respectivamente. Sólo en la temporada de 1942 actuó en 15 tardes, una cifra impensable vista desde la perspectiva de hoy en cualquier plaza del mundo. Santainés explica que tras su presentación en 1939 toreó tres mano a mano seguidos con el gran Marcial Lalanda. Aparte de la gran tarde triunfal de julio de 1942, ese mismo año, en una corrida de ocho toros en la que alternaba con Pepe Bienvenida, Pepe Luis Vázquez y Morenito de Talavera, consiguió cortar cuatro orejas y dos rabos. El festejo en general fue del tal éxito que según explica Santainés, hasta el empresario, Pedro Balañá, tuvo que salir al ruedo a saludar, algo absolutamente inusual en la Fiesta. Las anécdotas de Manolete son infinitas. Cuenta Santainés, que vivió los grandes triunfos del torero cordobés en Barcelona, que Manolete interpretó por primera vez sus famoso pases mirando al tendido en Barcelona, después de que el diestro cordobés viera una imagen de Ángel Luis Bienvenida haciendo esta suerte en la misma ciudad.
A Manolete en Barcelona siguió José María Martorell como torero cordobés querido. Martorell, que fue figura del toreo de los 50, es uno de los diestros más importantes de Córdoba y a su vez de los más desconocidos por la afición, quizá porque sirvió de transición entre los tiempos de Manolete y de El Cordobés. Martorell cuajó grandes tardes en Barcelona; en una llegó a cortar tres orejas un rabo. Fue el 21 de mayo de 1956 y el público barcelonés le llevó a hombros hasta el hotel. Martorell no sólo tuvo relación con el toreo catalán, sino que mantuvo lazos con los aficionados de la tierra participando en coloquios y conferencias después de su retirada.
Y llegó El Cordobés. El gran revolucionario de la Fiesta cambió por completo Barcelona y muchos coinciden en que después de él la Fiesta en la ciudad evolucionó. No por culpa del diestro, claro está, sino porque los tiempos cambiaron y se impuso un nuevo toro, un toro para el turismo y desde los 70 Barcelona comenzó su declive. Con El Cordobés, que contaba por llenos cada una de sus actuaciones, triunfaron en Barcelona novilleros cordobeses como Zurito, El Puri, El Pireo o José María Montilla. Barcelona dada toros todas las semanas y los éxitos de los novilleros les servían para repetir en una plaza y con una empresa, Balañá, que daba mucho caché a quien acogía.
Finalizados los 80, en 1989, Finito de Córdoba, a quien muchos consideran allí de la tierra por haber nacido en Sabadell, actúa por primera vez en la Monumental. Desde aquella primera novillada lo ha hecho en 39 ocasiones, de las que la mayoría son corridas de toros. Sus números son impresionantes en este coso, del que ha salido diez veces a hombros y donde cortó un rabo de novillero. También indultó un toro, Zafiro, de la ganadería de Torrealta, alternando con Espartaco y con El Juli en julio de 2000. Junto a Finito, en la última etapa, también ha triunfado José Luis Moreno. El de Dos Torres se coronó triunfador de La Merced en 1998 tras cortar tres orejas en La Monumental. Hasta ahora, Moreno y sobre todo Finito han sido los últimos toreros cordobeses que han mantenido vivo el espíritu de Lagartijo en la Monumental. De aquí en adelante será difícil que Córdoba vuelva a tener parte de su historia taurina de Cataluña. Los tiempos han cambiado, aunque aún hay esperanzas.
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