Talavante vio cumplido su sueño
Feria de San Miguel
Diecisiete años después, el extremeño sale por la Puerta del Príncipe tras cortar las tres orejas reglamentarias Sebastián Castella y Daniel Luque cortaron una oreja
El triunfo de la aritmética
Vídeoresumen del festejo
Cuando a eso de las siete y cuarto de la tarde Alejandro Talavante saltaba de alegría con las dos orejas de Dalia en sus manos podía comprobarse cómo el sueño de un torero se veía cumplido. Atrás quedaban tardes y tardes en las que el extremeño intentaba reeditar aquel natural que en la Feria de 2007 le hizo acreedor al crédito casi a perpetuidad en Sevilla. Lo rozaba esporádicamente, pero el reencuentro soñado se producía ayer y el torero lo celebraba saltando de alegría. Y no era el alegrón sólo por algún detalle, sino que celebraba su obra más maciza, la redondez de una obra que tuvo la colaboración indispensable de Dalia, un castaño cinqueño que vino a este mundo para engrandecer a un torero, a todo el toreo.
Se celebraba el introito de la Feria de San Miguel que este año tenía la base de Morante y que vio cómo esos cimientos se iban al garete. Un trío de carteles muy bien pensados que se abrían con la presencia de un torero que abrió la Puerta del Príncipe hace un año. Es el torero más importante que nos ha venido de Francia este Sebastián Castella viviendo uno de los mejores momentos de su carrera. Y bien que se le vio el talante no más recibir a Dakar con unos lances genuflexos que parecían calcados de aquellos de Ordóñez a un toro de Urquijo hace más de medio siglo. En este toro, el francés recibió la respuesta capotera de Alejandro Talavante en el turno de quites. La faena de muleta la inició Castella brillando en unos estatuarios plenos de hieratismo y quietud. Luego, una labor que fue a menos para remontar en unas solemnes manoletinas. Mató de una estocada, tuvo espectacular muerte de bravo el cinqueño Dakar y hubo oreja para Sebastián. En su segundo ya tenía Talavante entornada la Puerta del Príncipe y Sebastián salió con toda la cuerda dada, pero Cochabamba, otro cinqueño, se negó a colaborar a pesar de la insistencia del matador.
...y salió Dalia, segundo de la tarde, castaño y con los cinco años recién cumplidos. Fue picado a conciencia por Manuel Cid y mostró su casta en el quite de Daniel Luque por chicuelinas. Y ya con la muleta Talavante en sus manos, un recital de temple, despaciosidad e improvisaciones que convirtieron la plaza en un manicomio. Enardeciendo en redondos redondísimos con la cadera como punto de inflexión para el toreo eterno, los tendidos fueron subiendo de voltaje y se producía una comunión entre el ruedo y los tendidos que anunciaban apoteosis. Se producía ese diálogo que propicia una gran obra y es que la conjuncion entre Alejandro Talavante y Dalia entraba de lleno en el terreno de lo perfecto. Perfecto, pero con el alma de un torero roto en el convencimiento de un sueño cumplido, entró a morir matando y la Puerta del Príncipe ya estaba entornada y a ver si el quinto se deja, o sea.
Y se dejó, no como Dalia, pero Quitaluna, negro como una noche sin Luna, fue un buen toro que no puso en dificultades a Talavante en su sueño de abrir la Puerta del Príncipe diecisiete años después. En cuanto Javier Ambel se puso la montera tras saludar por sus pares de banderillas, el matador se fue a la boca de riego para brindarle a Sevilla la muerte de Quitaluna. Abriéndole caminos en unos ayudados genuflexos. Así ordenó Alejandro la faena que le facilitara la salida por la puerta mayor del toreo. Un inicio inteligente a un toro que no tenía en la fuerza su mejor cualidad y en la primera tanda de redondos ya conectó nuevamente con Sevilla para que todo siguiera por sus cauces hasta hacer del sueño realidad. Y cuando surgió el desmayo con la muleta en la zurda se renovaba la apoteosis anterior, le entró a matar con el convencimiento de no dejar ni un resquicio para el error y la oreja que le daba el visado para el sueño iba a sus manos. Alejandro Talavante, diecisiete años después, volvía a salir en hombros por el Paseo de Colón. El sueño tardó, pero nunca es tarde si la dicha merece la pena.
Y a todo esto, cerraba el cartel ese gallo de pelea que atiende por Daniel Luque y que está realizando otra temporada para el recuerdo. Ya se había dejado ver en un ceñido quite por chicuelinas al gran Dalia y entre su talante de fábrica y lo que había pasado cuando salió el tercero de la tarde, primero de su lote, de nombre Despreciado, a un mes de ser cinqueño y negro de capa, Daniel empezó haciendo las cosas como es debido, con unos doblones que debían facilitar la enseñanza a embestir. Con lo que había pasado en los dos primeros toros, Daniel iba dejando sus cartas credenciales en evidencia. No iba a ser menos que sus compañeros y como el toro no ayudaba tiró por la calle no de enmedio sino la del arrimón. Y así, entre los pitones fue enjaretando una faena que no contó con el acompañamiento de la banda, pero sí por el calor de unos tendidos que veían cómo un hombre se jugaba la vida entre los pitones de un toro bravo. Aquello iba a consumarse mediante una estocada a ley, el toro tardó en doblar dando tiempo a que sonase un aviso y fue eso la única música que sonó durante la faena. Una oreja para el de Gerena y la posibilidad de puerta grande si el sexto ayuda. El sexto se llamaba Misigato y lo recibió con unos lances sin enmendar la figura. Lo cuidó en el caballo de Jabato Hijo, pero que si quieres arroz. Daniel lo intentó por los pitones, pero el toro se negaba a embestir y tras un pinchazo arriba, una estocada enrabietado acaba con la vida del toro y con una corrida que tuvo una primera parte redonda y que hizo concebir la esperanza de que todo fuese mejor de lo que luego fue. Se abría la Feria de San Miguel y ya un torero ha descerrajado la Puerta del Príncipe viendo cómo un sueño se le hacía realidad. Para hoy está todo el papel vendido al conjuro de Andrés Roca Rey, que llega formando terna con Josemari Manzanares y Borja Jiménez, ese ciclón.
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