La quinta del 74, medio siglo después...
Historias taurinas
Diodoro Canorea organizó en julio de 1974 una novedosa feria de novilladas de promoción que reunió a 30 aspirantes de Sevilla y provincia
La vida llevaría a casi todos aquellos soñadores de la gloria por otros caminos vitales
Segunda de promoción: Ruiz de Velasco marcó la diferencia
Hemingway: de la mitificación de Pamplona al verano peligroso
Sevilla/Para entender esta historia hay que viajar a las grisallas de comienzos de los 70 y aquel riquísimo vivero de personajes que pululaba en una Sevilla desconchada pero intacta en su genio, en el riquísimo e irrepetible catálogo de tipos humanos que formaba parte del patrimonio inmaterial de la ciudad. José Cabeza, el popular propietario de los mesones El Serranito, andaba haciendo sus pinitos como torero, anunciado como José Luis Chaves. Le acompañaban su inseparable Rafael Cambrollé, en los carteles Fali Borja, y Enrique Muñoz El Trola formando parte de una tropilla de incipientes torerillos que andaban a la que salta, toreando donde y como se podía... Se ganaban la vida empapelando, echando suelos, trabajando en lo que salía.
En esas andaba también Antonio Bocanegra, de Morón, que si hacía falta se subía a un andamio o echaba peonadas como soldador en Barcelona. Qué decir de Pepe Zabala, hijo del gran orfebre de San Bernardo del mismo nombre, que andando el tiempo daría el alma –junto a Manolo Villanueva- al mítico pub Fleming. David Domínguez, por su parte, se ganó la vida en el campo pero perseveró en el toro vestido de plata hasta que una tremenda cogida precipitó su retirada antes de cumplir la edad reglamentaria.
Hace cincuenta años iban a coincidir en una feria de promoción de nuevos valores cocinada por Diodoro Canorea, eterno y carismático empresario de la plaza de la Maestranza que se hizo eco de la inquietud de aquellos torerillos que, prácticamente sin saber nada, dieron un paso al frente para hacer el paseíllo en el coso del Baratillo. El bueno de Canorea consiguió anunciar hasta 30 aspirantes. Todos procedían de los barrios de Sevilla y su provincia. Allí había chavales de Alcalá de Guadaíra y del Río, El Rubio, Utrera, Morón de la Frontera, Albaida del Aljarafe, Coria del Río, Écija, Dos Hermanas, Lora del Río, Olivares, La Campana, Brenes y Camas además de la propia ciudad, señalando específicamente las barriadas de Torreblanca, San Bernardo o el Cerro del Águila. ¿Podría repetirse hoy algo así?
El ciclo se anunció como la primera feria “en honor del barrio de Triana y en recuerdo de sus figuras más famosas” y en coincidencia con la Velá de Santa Ana. Pero los torerillos tuvieron que afrontar un concurso previo ante unas becerras en la desaparecida plaza de Alcalá de Guadaíra que, según rezaba la convocatoria de la empresa publicada en la prensa de la época, pretendía evitar “un fracaso rotundo ante el público”. En el mismo recorte se señalaba que los tres triunfadores serían premiados anunciándolos en una novillada con caballos “siempre que reúnan el mínimo de funciones económicas que se requieren para actuar en una novillada de esa categoría”.
Finalmente fueron cinco festejos sin picadores –con seis aspirantes anunciados en cada uno- celebradas entre el miércoles 24 y el lunes 29 de julio ya que la jornada dominical la ocupaba una novillada con caballos –se programaron hasta 16 aquella temporada- que da idea del febril ambiente taurino que se vivía durante toda la temporada. Un repaso a los carteles canta otros nombres que también rascaron su segundo de gloria, como el célebre Camarena que llegaría a encadenarse en 1987 a las rejas de la puerta de la Concepción de la Catedral en busca de la penúltima oportunidad. La segunda parte de la historia ya es sabida: “Pide Casera”, le decían desde el tendido emulando el célebre anuncio televisivo. Acabaría montando una empresa de fontanería y de ahí a la construcción…
La suerte fue desigual para aquellos soñadores de fama que, en su mayoría, encontrarían vida y hacienda lejos de las orillas del toro. Medio siglo después se reunieron -Antonio Bocanegra, Rafael Cambrollé, Pepe Zabala, David Domínguez y el propio José Luis Cabeza- en una de las mesas del mesón Serranito para evocar aquellos años de juventud, sueños, toros e inmensa tiesura que darían para escribir un libro. Pero la charla acabó convirtiéndose en un retablo de recuerdos desordenados y en una irrepetible lección de vida y toros. Fali Cambrollé, que no pudo anunciarse en aquellos festejos de julio del 74, recordaba al célebre mozo de espadas Paco Cienquilómetros. “Le puse un suelo de cintasol a cambio de un capote de paseo de Paquirri que hoy está en el mesón Serranito de Alfonso XII”, evocaba. De Paquirri, precisamente, había sido el traje de luces que llevó Pepito Zabala en aquel debut maestrante, vendido también por Cienquilómetros. “Me lo dejó en 8.000 pesetas y era burdeos y oro”, recordaba en esta reunión veraniega que acabaría dibujando un nítido aguafuerte de una época y sus tipos humanos.
Cabeza, Fali y El Trola andaban en aquella época empapelando aquí y allí –se habían metido en el oficio sin tener ni pajolera idea- pendientes de que les dieran el soplo para cualquier tentadero. “Lo dejábamos todo y salíamos pitando aunque hubiera que decir que se había muerto la abuela de alguno; las matamos a todas”, evoca Serranito colocando la cultura del toro como una verdadera escuela de vida. En aquel tiempo se trataba de sobrevivir sin perder de vista ese sueño aunque también dieron algún quebradero de cabeza a los ganaderos de la época cuando venían mal dadas. Son historias más o menos confesables que surgieron a borbotones en ese almuerzo preñado de sana nostalgia.
“¿Te acuerdas?” era la muletilla recurrente de esos cinco hombres que afrontaron aquel reto remoto con frescura, arte, personalidad… pero sin la más mínima preparación. “En realidad no teníamos quién nos orientara más allá de lo que veías en la tele, en las fotos o lo poco que nos pudiera decir un banderillero”, apunta Fali. “Nosotros íbamos a la tapia y algunos matadores de la época dejaban las vacas exprimidas y se metían en el cuello; era imposible aprender a torear”, recuerda José Luis evocando aquellas reuniones en Plaza Nueva, los soplos para los tentaderos y hasta aquella incursión madrileña, alojados en la casa de la señora María, en la que después de rogar a Jardón, el empresario de la época, logró verse anunciado con una inmensa novillada picada en Las Ventas.
“Me avisaron de aquel ciclo de novilladas y de las pruebas de Alcalá de Guadaíra”, recuerda Bocanegra que pasó el fielato y se vio anunciado en Sevilla. Cortó una oreja pero la cosa no tuvo la trascendencia esperada. De allí se marchó a Madrid, casi a la aventura, en manos de los piratas del toro… “De Camas me fui a Alcalá, toreé en Sevilla, di una vuelta al ruedo…” son los recuerdos de David Domínguez, agradecido siempre al toro. “Es que eras muy buen torero”, tercia Fali. Luego llegaron novilladas en Fregenal, La Campana, Cantillana y después los palos. “Yo había toreado una novillada en Alcalá en el 70, vendiendo entradas y cuando llegó lo de Sevilla no estaba preparado pero era lo único que podía hacer con más de veinte años… era imposible; torear en cualquier lado te costaba el dinero”, sentencia Serranito.
Pero el toro, de una forma u otra, ha seguido siendo el hilo conductor de la vida de José Luis Cabeza. “Todo lo que he aprendido es gracias a estar en la lucha del toro; me ha endurecido” sentencia el popular hostelero que llegó a torear en Sevilla, casarse y volver a torear en Madrid en tres días consecutivos. “Yo estaba muy ilusionado, llegué rodado a Sevilla gracias a Antonio Garrido –lo mismo vendía carne que me ponía en la taquilla- y en aquel tiempo entrenaba con Rafael Torres y Antonio Alfonso en el cine Andalucía; para mí aquello fue lo más y de ahí salió el cartel de los Seis Ases hasta que después de torear en Puerto Real decidí quitarme a pesar de haber cortado dos orejas, sin saber bien lo que me entró por dentro”, rememora Zabala que encontró la comprensión de Canorea. Fali andaba en la mili y no pudo torear en esas novilladas de julio pero aprovecha el lance para recalcar “la humanidad” de don Diodoro que “confió en nosotros a pesar de nuestra escasa preparación”.
Porque ese fue, a la poste, el denominador común de la charla: el profundo agradecimiento a Diodoro Canorea y a su mujer, Carmen Pagés, que también puso su mano en el auxilio de aquellos chicos que la esperaban en la puerta de su casa de plaza de Cuba y la acompañaban hasta la plaza de toros para conseguir los pases de favor. La figura del recordado empresario de la plaza de la Maestranza –especialmente venerada por José Luis del Serranito- permanece intacta en la memoria de unos hombres que, en su mayoría, emprenderían otros caminos en la vida. En ese martes de julio estaban sentados, cincuenta años después, en la mesa de un mesón que fue primero una tienda de tapicería. La montaron en su día Fali, El Trola y El Chico –así llaman a José Luis Cabeza sus antiguos compañeros- y hoy es la punta de lanza de un próspero negocio. Serranito se iba a acordar de esos orígenes ornamentando el original traje del rey Baltasar que lució en la cabalgata de 2024. Siempre serán toreros, tan distintos y tan iguales a los que estos días se anuncian en la plaza de la Maestranza, espoleados por sus propios sueños.
También te puede interesar
Lo último