Pepe Alameda: las memorias de un intelectual en el exilio

Historias taurinas

La trayectoria vital de Carlos Fernández Valdemoro, su nombre real, es apasionante

Su sobrino Andrés Oteyza reivindica otras facetas de una vida ligada a la riquísima intelectualidad de la Edad de Plata de la cultura española

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El editor David González con Andrés de Oteyza, sobrino de Pepe Alameda, en el hotel Inglaterra de Sevilla.
El editor David González con Andrés de Oteyza, sobrino de Pepe Alameda, en el hotel Inglaterra de Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

La historia, y sus propios avatares personales, le depararon un sitio de privilegio como célebre cronista y tratadista en ese México taurino que ahora atraviesa sus horas más oscuras. Pero Carlos Fernández Valdemoro, que haría célebre la firma de Pepe Alameda, fue mucho más; un intelectual de altísima talla que trasciende de esos valiosos libros que alumbraron la moderna codificación del toreo. Para ello se han aliado dos empeños personales: el de su sobrino Andrés de Oteyza -ex ministro mexicano e hijo del exilio republicano- y el del infatigable editor David González que sigue echando muescas en la culata de la mejor cultura. El objetivo es alumbrar las memorias de Fernández Valdemoro bajo el amplio sello de El Paseo.

“Eso es a lo que yo vengo” tercia Oteyza en un revelador encuentro a tres bandas -retratado por Juan Carlos Muñoz- en el que se habló de literatura, de la riqueza intelectual de aquel exilio español que acabó formando parte de las élites méxicanas, tambien de toros por más que el prócer mexicano presuma de su desconocimiento del tema. “Sí puedo llamar la atención sobre la grandeza intelectual de mi tío Carlos; está reconocido en España y México como gran cronista de toros pero se sabe mucho menos de su condición de intelectual, de hombre culto, abogado de carrera que nunca ejerció, buen poeta... si hablaba muy bien de toros es porque hablaba muy bien de todo”, advierte.

Pepe Alameda, a la derecha, junto al gran diestro mexicano Carlos Arruza.
Pepe Alameda, a la derecha, junto al gran diestro mexicano Carlos Arruza. / M.G.

Conviene ubicar a Fernández Valdemoro, o Pepe Alameda, en el tiempo y el espacio que le tocó vivir antes de que los cañones pulverizaran aquella Edad de Plata en la que se movió como pez en el agua. “Recaló en el mundo de los toros, una faceta de la cultura como otra cualquiera, como otros intelectuales y artistas de la época”, matiza David González recordando que quiso ser novillero y que se alimentó de la afición taurina de su padre, Luis Fernández Clérigo, que llegó a ser vicepresidente de las Cortes republicanas. “Presidió la última sesión en Figueras; fue él, como presidente interino, el que disolvió aquellas cortes antes de pasar a Francia”, apunta González. “De allí se fueron a México con una mano delante y otra detrás” añade Oteyza recordando que su tío encontró trabajo en una platería de la Alameda mexicana. “Había que ganarse la vida como fuera pero un día le pusieron un micrófono delante y habló de toros; a partir de ahí se hizo un profesional de la radiodifusión especializado en el toreo y acabó siendo el cronista más importante de México que, con el correr de los años, acabaría volviendo a España donde también fue muy reconocido”, añade su sobrino.

Un tiempo irrepetible

“Gracias a Andrés y a ciertas lecturas he descubierto a otro personaje y en ese sentido, desde El Paseo, vamos a intentar recuperar la figura de Alameda como intelectual en el exilio español”, añade el editor destacando sus conocimientos sobre literatura o pintura. “Los poemas de su época más tardía son excepcionales aunque es verdad que el mundo de los toros te marca como un hierro ganadero pero es un señor que tiene unos ensayos sobre Picasso, Velázquez o Goya, sobre el muralismo mexicano...”

David González va más allá al advertir el riquísimo universo en el que gravita Alameda antes del exilio. “En la parte de memorias que ya se habían publicado se habla de Carlos Fernández Valdemoro yendo a visitar a Lorca a su piso de Madrid, escuchando el esbozo del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. Él se trataba con Cernuda, Alexandre, Alberti, con el propio Lorca que llegó a decir que sólo había dos personas que sabían tanto de poesía como él: Fernández Cossío y Carlos Fernández Valdemoro, el futuro Pepe Alameda”, puntualiza.

A partir de ahí tomarán forma esas memorias, que no serían posibles sin el rescate del fondo familiar y personal emprendido por Andrés de Oteyza. Los textos ya están en poder del editor. “Había escrito una pieza titulada Retrato inconcluso pero yo me puse a investigar entre los papeles de su casa con ayuda de mi tía Picuqui, la mujer de Domingo Ortega, y encontramos un manuscrito que había sido pasado a máquina parcialmente; con ellos reprodujimos un libro que se llama Historia de tres ciudades, las tres en las que vivió que son Sevilla, Madrid y México”. De la fusión de ambas obras saldrán las memorias definitivas unidas a algunos artículos aportados por Oteyza que guarda un recuerdo entrañable de su tío Carlos. “Era un hombre muy divertido; de un excelente trato personal y siempre tuvo unas mujeres muy guapas...”

'El hilo del toreo' descubre las fuentes del oficio de torear

La editorial El Paseíllo, hermana consentida de El Paseo, ya había alumbrado la reedición de un libro delicioso llamado Los heterodoxos del toreo. Pero el sello sevillano-cordobés tiene en cartera rescatar un libro imprescindible, El hilo del toreo, en el que Alameda codifica el lenguaje taurino para reescribir una historia que siempre había estado presa de mantras y tópicos. Carlos Fernández Valdemoro -o Pepe Alameda- tira de ese hilo para tejer la verdadera evolución de un arte efímero encontrando la verdadera piedra angular en torno a las aportaciones de Joselito El Gallo, que esboza el toreo ligado, y la trascendental escenificación de Chicuelo, el eslabón que quedaba por definir entre el coloso de Gelves y Manolete, definitivo arquitecto del toreo moderno.

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