Paquirri: "Aprende a ser yunque para cuando seas martillo..."

RECORDANDO A PAQUIRRI EN EL XL ANIVERSARIO DE SU MUERTE (I)

El legendario apoderado Pepe Flores 'Camará' resumió la filosofía vital del gran diestro de Barbate con una lapidaria sentencia que se grabó a fuego en su memoria y acabaría inscrita en dos azulejos gemelos

Francisco Rivera Pérez fue sobre todo y ante todo una gran figura del toreo que hizo de la cultura del esfuerzo y el afán de superación el hilo conductor de su vida

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La memoria de Paquirri permanece intacta a los 40 años de su trágica muerte en Pozoblanco.
La memoria de Paquirri permanece intacta a los 40 años de su trágica muerte en Pozoblanco. / Archivo A.R.M.

En una casa de Córdoba, al borde de su sierra, cuelga un azulejo que tiene o tuvo su gemelo en la traída y llevada finca Cantora, convertida en apeadero de paparazzis y blanco de esas tertulias en las que se habla tanto y se sabe tan poco. “Aprende a ser yunque para cuando seas martillo” es la leyenda que campea en azul cerámico recordando la sentencia que pronunció el mítico apoderado Pepe Camará -sombra de Manolete- cuando Paquirri, en trance de forja, empezaba a medirse con los grandes. Fue en el confín de la temporada de 1967. El diestro de Barbate ya había triunfado con mucha fuerza en las dos corridas apalabradas en la Feria del Pilar de Zaragoza pero la inesperada baja de Diego Puerta abrió la puerta de una sustitución.

En los corrales esperaba una seria corrida de Andrés Parladé que había hecho torcer el gesto a los taurinos. Paquirri, dueño de la escena, podría haber eludido el compromiso después de haber sumado hasta cuatro orejas y un rabo en las barbas de Antoñete, El Cordobés, Fuentes y Pedrín Benjumea. Pero era un momento de ser o no ser. Camará consultó primero al torero que no dudó en aceptar aquel reto. Era lo que esperaba el estoico apoderado cordobés, que sabía perfectamente que material estaba moldeando: “En la vida, y más en el toreo, hay que saber ser yunque para cuando seas martillo. Cuando lo seas pegaremos nosotros....”, espetó a su torero que haría siempre suya esa máxima. Francisco Rivera hizo el paseíllo junto a Fuentes y Victor Manuel Martín repitiendo el triunfo. Ya tenía sitio en el olimpo de las figuras... 

Algunos años después un íntimo amigo del torero, que también atravesaba un trance parecido de reafirmación profesional y personal, encargaría aquellos dos azulejos que resumen por sí solos la trayectoria humana y taurina de un hombre que hizo del afán de superación y la cultura del esfuerzo el guión de su vida. Esas dos placas cerámicas y gemelas no dejan de ser una reliquia de una forma de concebir la vida.

Este azulejo, que cuelga de las paredes de una casa de Córdoba, resume el hilo vital de la vida taurina de Paquirri.
Este azulejo, que cuelga de las paredes de una casa de Córdoba, resume el hilo vital de la vida taurina de Paquirri. / Archivo A.R.M.

Pero ya han pasado casi 57 años de aquel lance personal que sirve para encabezar y situar la semblanza de un torero que permanece en el imaginario popular. Este mismo jueves se cumplen cuatro décadas redondas de la tragedia de Pozoblanco. Pero aquella placita de la capital del Valle de los Pedroches, como en tantos lances del destino que suman fatalidad y casualidad, no figuraba en los planes iniciales de Paquirri como cierre de la temporada de 1984, aquel fatídico 26 de septiembre de 1984 que cayó en miércoles. 

El diestro de Barbate ya había sido tocado algunos meses antes por Diodoro Canorea para torear el siguiente fin de semana en la feria de San Miguel de Sevilla pero tenía previsto viajar a América con Isabel Pantoja para torear un festival en Caracas. Ese festejo menor, de alguna manera, le liberaba del compromiso de volver a pisar el ruedo maestrante con la campaña vencida. De alguna manera, ya había renunciado a esas batallas. Todo hacía indicar que la temporada de Francisco Rivera Pérez iba a quedar cerrada en Logroño, el día 25 de septiembre. Pero le debía una al bueno de don Diodoro… 

Canorea, de hecho, había dado por seguro que contaría con él en Sevilla; también con Paco Ojeda. Pero no pudo anunciar a ninguno de los dos. En esa tesitura, el recordado empresario de la plaza de la Maestranza –gestor también del coso de Pozoblanco- rogó al torero que aceptara anunciarse en la placita de Los Llanos aquel 26 de septiembre que estaba destinado a grabarse en la memoria doméstica de todo un país. Paquirri no quiso desairarlo; la historia se escribe con esas casualidades…

Es importante subrayar que Francisco Rivera era, en 1984, la primera figura del toreo aunque su declive profesional también empezaba a ser tan lógico como evidente después de casi dos décadas sostenido en la cumbre de la profesión. Eso sí: la fuerza de su fama le sostenía en las taquillas e iba ser el eje de aquella feria de Nuestra Señora de las Mercedes que acabaría entrando en la historia de este país.

Paquirri en la desparecida plaza de toros de Cádiz en sus inicios profesionales.
Paquirri en la desparecida plaza de toros de Cádiz en sus inicios profesionales.

Torero, rico y famoso

Paquirri ya andaba a la vuelta de todo porque todo lo había conseguido. De alguna manera había dejado el terreno libre a otro coloso –de breve pontificado- llamado Paco Ojeda. Pero el reino del sanluqueño era de otro mundo. El trono que dejaba hueco Francisco Rivera, definitivamente, estaba aguardando la irrupción de Espartaco, un torero que había mamado la filosofía del toreo de Paquirri en las largas sesiones de entrenamiento en Cantora y que tomaría el cetro del toreo sólo siete meses después de la tragedia de Pozoblanco, a raíz de la famosa faena al toro Facultades en la Feria de Abril de 1985. 

En cualquier caso, el aura de Paquirri trascendía ampliamente del ámbito del mundillo taurino. Era un famoso. Su primer matrimonio con Carmina Ordóñez, el divorcio posterior, sus cuitas sentimentales y… finalmente la boda con Isabel Pantoja le habían hecho un personaje popular y carne del papel couché. Pero esa popularidad estaba apoyada –sobre todo y ante todo- en su condición de primerísima figura del toreo de su tiempo.

Paquirri había escalado a esa cima desde la nada, apoyado en su indeclinable voluntad de ser, suprema lección de la cultura del esfuerzo. Había nacido en 1948 en una chocilla sin luz ni agua junto al arroyo Cachón, en Zahara de los Atunes. Aún era muy pequeño cuando Antonio Rivera, su padre, accedió a la conserjería del matadero de Barbate. Fue un respiro económico para la familia que arañaba unos duros más con los tratos de carne que Antonio –que también había querido ser torero- cerraba en las fincas de ese rincón del Sur que gravita en torno a Medina Sidonia. Pero Paquirri sólo podía ser torero; primero imitando las hermosas formas de su hermano José, Riverita; después mostrando una férrea determinación de ser. Todos acabarían fijándose en él... 

Era prácticamente un niño cuando debutó en la herrumbrosa plaza que montó su padre en Barbate.
Era prácticamente un niño cuando debutó en la herrumbrosa plaza que montó su padre en Barbate.

La forja

Era un mocoso la primera vez que toreó en público, en una plaza improvisada por los colonos de Tahivilla. Pero el debut con el vestido de torear –prestado por Miguelín- no se hizo esperar. Antonio Rivera montó una herrumbrosa portátil en Barbate para que Paquirri oficializara su debut el 16 de agosto de 1962 con 14 años cumplidos. La fama de los hermanos Rivera empezaba a trascender del cerco gaditano pero, más allá de la atractiva fachada artística de Riverita, quedaba el poso de la precoz capacidad de Paquirri que el 28 de junio de 1964 se presentó con picadores en la desaparecida plaza de toros de Cádiz. Estaba a punto de convertirse en el novillero de moda. Camará ya se había fijado en él. 

La alternativa se preparó para el 17 de julio de 1966 en Barcelona. Antonio Bienvenida tenía que haberle cedido un toro del Marqués de Domecq que, en los primeros lances, cogió brutalmente al neófito sin que se pudiera verificar la cesión de trastos. Hubo que esperar casi un mes, hasta el día 11 de agosto, para que Paquirri volviera a hacer el paseíllo en la Monumental barcelonesa en medio de Paco Camino, su definitivo padrino, y El Viti. En los corrales aguardaba una corrida de Urquijo. Ya era matador y se encontró, de pronto, en medio de la impresionante baraja de estrellas de la Edad de Platino. Y acusó el escalón… 

Había que plantar cara a los colosos, encontrar su propio camino. José Flores Camará, su apoderado, supo moldear aquel diamante en bruto que aún tenía que encontrar su verdadera personalidad taurina cuando surgieron las dudas. El yunque aún tenía que esperar a ser martillo, una máxima que quedaría grabada para siempre en el subconsciente del torero. 

Cantora: la Esparta del toreo 

Su exhaustiva preparación física, taurina y mental –recluido en Cantora- se convirtió en modelo para los toreros jóvenes y las nuevas generaciones, que hicieron suyos –adoptándolos como peaje del triunfo- los sacrificios del torero de Barbate en su camino a la cumbre. La finca de la carretera de Vejer a Medina se erigiría en el cuartel invernal del toreo en la Baja Andalucía. A Paquirri le encantaba enseñar, preparar, orientar a los nuevos matadores. Los últimos que pasaron por allí fueron Mendes y El Soro, también Espartaco, definitivo sucesor natural del maestro.  

José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral, los mejores y más autorizados biógrafos del torero, narran en el libro Nacido para morir algunos detalles de la férrea disciplina invernal de preparación en esa finca comprada con su esfuerzo, convertida ahora en piedra de toque del dudoso espectáculo televisivo. Pichardo, su banderillero de confianza, recordaba en esas páginas los rigores del entrenamiento dirigido por Paquirri: “…se levantaba a las seis de la mañana y nos iba despertando uno a uno…”.  

No faltaban las carreras hasta Medina Sidonia, con vuelta a la finca. Una mañana regresaba con Víctor Mendes, corriendo desde el pueblo. El portugués no pudo más. “No te importe, súbete encima de mí”, fue la respuesta de Francisco Rivera, que se lo llevó a hombros, sin dejar de correr, en los tres kilómetros que aún restaban para la finca. Cuando sonaba el primer clarín en las Fallas el equipo humano funcionaba como un mecanismo de relojería.  

Paquirri hizo del juego de miradas con el toro una de las claves de su tauromaquia.
Paquirri hizo del juego de miradas con el toro una de las claves de su tauromaquia. / Archivo A.R.M.

Hitos profesionales 

Pero conviene recuperar el hilo de la trayectoria vital y taurina de Francisco Rivera, una joven figura que navegaba a todo trapo por las ferias en la bisagra de las décadas de los 60 y 70. Aún le quedaba dar el definitivo paso; pasar esa raya diferencial que lo igualara a los grandes maestros de la década prodigiosa. Lo consiguió, definitivamente, en 1971. El antes y el después se puede marcar en las Fallas de aquel año, que le catapultaron al estrellato. Comenzaba su propia era… 

La década de los 70 marcaría la plenitud profesional de Paquirri, que aún tuvo que salvar algunos baches personales y profesionales, especialmente a raíz de la cornada sufrida en la Feria de Abril de 1975, que le quitó el sitio delante de los toros. El bache fue breve: el torero reencontró su propia senda ese mismo año con un difícil ejemplar de Pablo Romero en Bilbao. Tres años después, de nuevo en Sevilla, resultaría gravísimamente herido por un toro de Osborne durante el tercio de banderillas. El animal le infirió dos tremendas cornadas en ambos muslos y cayó fulminado después en la arena. El presidente le concedió la oreja que le fue llevada a la enfermería en la que, por primera vez, fue operado por Ramón Vila Jiménez, que había sucedido a su padre, Ramón Vila Arenas. Aquellas cornadas sólo dejaron las huellas de dos inmensas cicatrices. Al año siguiente llegaría la consagración como gran maestro del toreo cuajando de cabo a rabo al célebre toro Buenasuerte, marcado con el hierro de Torrestrella, su ganadería predilecta. Fue el 24 de mayo de 1979 en Madrid, fecha que se puede marcar como cénit taurino del maestro de Zahara de los Atunes. La de aquel año, iba a ser la temporada de su vida… 

Paquirri fue brutalmente herido en ambos muslos en la Feria de Abril de 1978.
Paquirri fue brutalmente herido en ambos muslos en la Feria de Abril de 1978. / Arjona

Pero hay que anotar otros hitos para entender los vericuetos profesionales de Paquirri, que sólo un año después, en 1980, encontraría la fría displicencia del público madrileño encerrándose en solitario en la corrida de la Beneficencia. Aquel mismo año iba a torear, mano a mano con Antonio Ordóñez, esa corrida Goyesca que dejaría para la posteridad la fotografía de ambos toreros de la mano de Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez sin saber que algún día también se vestirían de luces. De alguna manera, había comenzado el viaje de vuelta; el torero daba paso al famoso. Pero aún quedaba un último gran hito en su carrera: fue su última salida a hombros por la Puerta del Príncipe, el 28 de abril de 1981. Cortó tres orejas, arrasó con todos los premios… pero, dos días después y en esa misma feria, sufrió una brutal voltereta cuando recibía a portagayola a un toro de Torrestrella que iba a quebrar para siempre su regularidad. La guerra del toreo había acabado para él. Acababa la lucha; llegaba la cosecha.

Dos años después, en la primavera de 1983, iba a contraer matrimonio con Isabel Pantoja en loor de multitudes. La boda de una tonadillera de fama con una primera figura del toreo fue la noticia social de aquel año. Paquirri volvería a ser padre; ya era un rico labrador, ganadero y propietario de 36 años que contemplaba cada vez más cercana su retirada profesional dispuesto a disfrutar de los caudales, la vida, la fama, su bien ganada hacienda, haciendo planes para permanecer ligado al negocio apoderando aquel cartel de banderilleros -Esplá, Mendes y El Soro- que había ayudado a construir en us postrimerías profesionales. El reloj ya estaba en marcha. La temporada de 1984, a punto de cumplir dos décadas como matador, era de recogida pero el destino estaba escrito en Pozoblanco… 

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