A Pamplona hemos de ir...

EL REPASO

A pesar del incomprensible apagón mediático, conviene recordar que los universalizados encierros sanfermineros son la precuela de las corridas que dan sentido a la Feria del Toro 

Borja Jiménez pasa la noche sin fiebre y se recupera satisfactoriamente

El alcalde de Pamplona, que no oculta su escepticismo taurino, presidiendo la corrida del día del Santo.
El alcalde de Pamplona, que no oculta su escepticismo taurino, presidiendo la corrida del día del Santo. / Pablo Ramos

Es una deriva que ya tiene algunos años. Las fiestas de San Fermín no se libran del velado ninguneo que devora al toreo y a la lidia. Algunos quieren colocar el encierro como principio y fin de la fiesta –otros quieren desterrar los toros por completo- pero su naturaleza sólo se la debe a la corrida de la tarde, definitiva meta que justifica la bajada de las reses, en Pamplona y en tantos y tantos pueblos de este país que se sigue dibujando en una piel de toro.  

La lidia es el verdadero centro de una tradición inmemorial que ha convertido a Pamplona en el continente de la fiesta española más universal. Repetimos: sin corrida vespertina no habría encierro matutino. Conviene no olvidarlo para no desnaturalizar una fiesta que recibe el nombre de la Feria del Toro. A pesar de todo, hay certezas irrebatibles. Con o sin el silencio cómplice de los medios generalistas, el coso pamplonés se llenará sin fisuras durante esta intensa semana de jarana y… toros. 

El caso de Borja Jiménez 

Ya se lanzó el célebre chupinazo y los portones de los corrales de la Fábrica del Gas ya han dado salida a los dos primeros encierros de esa semana universal que totemiza al dios Toro como único centro de la fiesta. El serial pamplonica cumple puntualmente su cronograma en medio de la jarana, la alegría algo acartonada de las peñas y la estúpida deriva de los que quieren convertir la fiesta en altavoz de sus delirios separatistas. Pero el toro lo tapa todo y sigue cumpliendo su promesa de sangre… 

Borja Jiménez, zafándose de las asistencias después de ser herido en Pamplona.
Borja Jiménez, zafándose de las asistencias después de ser herido en Pamplona. / Pablo Ramos

Que se lo pregunten a Borja Jiménez, que selló con una cornada de caballo –el pitón le pasó el muslo de parte a parte sin romper ningún vaso relevante- el empeño de amarrar el triunfo con el sexto toro de La Palmosilla el día del Santo. Fue una estocada a matar o morir que, de alguna forma, resumía la extraña situación de un torero que, después de ser la máxima revelación de la temporada 2023, ha sido el triunfador indiscutible de la Feria de San Isidro. ¿Qué tiene que hacer para entrar en el gran circuito de la temporada? ¿En qué manos está el toreo?

Ya lo hemos escrito alguna vez pero hay que repetirlo las que haga falta: la falta de talento y el cortoplacismo de gran parte de la patronal taurina se limita a seguir el dictado de los fontaneros del toreo –no hace falta ni nombrarlos- para repetir carteles que huelen a naftalina. No hace falta ni dar nombres. Pero hay tres, cuatro toreros, que navegan por las ferias sabiendo que no tienen que hacer el más mínimo esfuerzo para seguir firmando los contratos que se racanean a otros matadores en trance de lanzamiento. Debe ser eso que llaman el sistema. Por cierto, vaya temporadita llevamos… 

Pero el toro puede con todo, hasta con el señor alcalde de la capital del reino de Navarra, el señor Joseba Asirón, que se hace la ídem un lío con el tema taurino y no sé qué debates ciudadanos en torno a la vigencia taurina de las fiestas de San Fermín. Pues el regidor, que se llevó una sonora pitada cuando accedió al palco del coso pamplonica, se atavió con el frac de rigor y se tocó con la preceptiva chistera para presidir la corrida del día del Santo. ¿Qué decía usted del debate de los toros? ¿Cuánto le debe Pamplona al tótem ibérico por excelencia? ¿Se entienden unas fiestas sin toros? 

Hermoso de Mendoza: lo mejor y lo peor 

Y ya que andamos a orillas del río Arga no nos resistimos a comentar la gloriosa despedida de un jinete navarro que cimentó su ascensión en la Monumental pamplonica. Hablamos, como no, de Pablo Hermoso de Mendoza, centauro de Estella que abandonó la plaza el pasado sábado a lomos de una de sus inefables monturas en unión de su hijo Guillermo. Era su última actuación en ese ruedo: brindó con cava, unos mariachis le cantaron El Rey...

Hermoso, que llegó a cortar un rabo en la plaza de la Maestranza, es uno de los maestros fundamentales del arte del rejoneo, uno de sus mayores revolucionarios, un auténtico virtuoso del toreo a caballo. ¿Quién lo duda? Desde su montura espoleó la tauromaquia ecuestre elevándola a unos niveles muy cercanos a la mejor lidia a pie. Pero en su estela surgió otro grandioso rejoneador que iba a elevar el mismo techo que él había levantado. 

Se trata de Diego Ventura, máxima e indiscutible figura de la actualidad. En realidad, la única. Está Diego; después nadie… Hermoso siempre rehuyó de la competencia natural con el jinete de la Puebla del Río, al que ha sacado de un circuito concreto de plazas. Si había sido el responsable del auge del toreo a caballo también lo ha sido de la decadencia de una especialidad que cada vez se recorta más en la estadística. El duelo Hermoso-Ventura habría escrito una edad de oro dentro de una especialidad que sólo se sostiene en los estribos del rejoneador cigarrero. Hermoso se marcha con ese debe… 

 

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