AMÉRICA TAURINA
Borja Jiménez confirma este domingo en la México
Evocación
En la muerte de Paco Camino, con su cuerpo viajando desde los predios cacereños que escogió en vida hasta su Camas natal, es obligado recordar una tarde que marcó la antología de toda su obra. Fue en 1970, con diez años de alternativa. Ya era una figura absolutamente consagrada cuando afrontó el reto de encerrarse en solitario con seis toros de distintas ganaderías en la tradicional corrida de Beneficencia madrileña. El festejo mantenía aún su sólido prestigio, independiente del futuro poder fagocitador de la hipertrofiada feria de San Isidro, y era –efectivamente- un evento que mantenía la vocación benéfica ligada al antiguo Hospital Provincial, hoy Gregorio Marañón. No hay que olvidar que ese carácter asistencial fue el que alentó la construcción de los sucesivos cosos madrileños: desde la vieja plaza de la Puerta de Alcalá, pasando por el castizo anillo de la carretera de Aragón hasta llegar a la Monumental de las Ventas, escenario de la gesta del camero el 4 de junio de 1970. La Beneficencia era, ya no lo es, la corrida más lujosa de la temporada.
Aquel año confluían, además, otras constantes. Los números redondos servían para cerrar una década y abrir otra que, haciendo mil veces buena la sentencia de Ortega y Gasset, trazarían caminos paralelos en lo taurino, lo social y lo político. Los 60 habían sido los años de la apertura al turismo, de la siembra de la incipiente clase media, del Spain is different acuñado por Manuel Fraga… Fueron, también, los años de la añorada Edad de Platino del toreo en la que se desbordaron los ases de la baraja. El propio Camino, Diego Puerta y Santiago Martín El Viti conformaron el cartel más repetido sin olvidar el magisterio de Antonio Ordóñez, la ruptura escénica –que ocultaba un toreo de enorme pureza- de Manuel Benítez El Cordobés y el largo listado de segundos actores de contrastada y variadísima personalidad.
De alguna manera, la llegada de los 70 se llevaría por delante todos esos años de inocencia. El enrarecimiento del clima político espoleado por la decadencia física del caudillo sería paralelo al aterrizaje y la dudosa apoteosis de una baraja de críticos presuntamente rigoristas que acabaron envenenando a los públicos desde el imperio de la demagogia. Invocando la integridad sólo sirvieron para causar un daño irreparable. El gran laboratorio de pruebas, precisamente, iba a ser la plaza de toros de Madrid que pasaría de su tradicional rigor a la más absoluta intransigencia en unos años que también contemplan la llegada de otro factor fundamental: el llamado toro del guarismo –que se hierra en 1969 y se empieza a lidiar en 1973- que marcaría el cambio definitivo de generación y hasta de época.
Es importante ubicar el gesto de Camino en esas coordenadas. Se iba un tiempo; llegaba otro y con él otros nombres, otras historias. Pero los colosos se resistían a bajar de su olimpo. Es interesante conocer y bucear en las circunstancias que abrigaron el empeño del maestro camero. Camino anhelaba la idea de encerrarse con seis toros y el gesto se había ido retrasando entre unas cosas y otras en campañas anteriores. Pero habría distintos factores y circunstancias de política y estrategia taurina que acabarían precipitando el empeño.
Hay que atender a la particular política y estrategia taurina del momento. Todo se acabaría espoleando después de que Paco se quedara fuera de la feria de San Isidro –tampoco llegó a entenderse con Canorea en la Feria de Abril- de aquel lejano 1970 en el que se llegó a rumorear que Manuel Benítez El Cordobés pedía ocho millones de pesetas de la época por tres corridas en la isidrada. Quién sabe a estas alturas… Lo que sí es verdad es que el Ciclón de Palma del Río toreó dos y cortó ocho orejas... Fue un notable San Isidro que, de alguna manera, sirvió de canto del cisne de un tiempo agotado mientras los maestros consagrados comenzaban a mezclarse con la nueva generación. Triunfó El Viti; tampoco le fueron a la zaga Diego Puerta, Gregorio Sánchez… También fue un año pródigo en confirmaciones de alternativa que delataban la llegada de esa savia nueva: Dámaso, Ruiz Miguel, José Luis Parada, Palomo Linares, Rafael Torres… La anécdota de la feria también sirve para constatar la creciente influencia de esa nueva crítica que estaba abonando el sector más intransigente de la plaza: A José Fuentes le afearon una tarde el empleo del pico de la muleta y el diestro de Linares, harto de las protestas, lo acabó cortando con una navaja…
Pero aquel interesante 70 acabaría pasando a la historia rotulado con el nombre de Camino, que se ofreció a torear la corrida de Beneficencia gratis, planteando un elenco ganadero de seis toros de distintas ganaderías que representaran los más aristocráticos encastes del toro bravo. Las recordadas taquillas de la madrileña calle Victoria y los puestos de reventa autorizada tardaron lo justo en vender todo el papel disponible.
La expectación estaba servida. Aquel 4 de junio, vestido con un inusual tero carmesí y oro de la madrileña sastrería de Fermín, el ya veterano maestro cruzó el inmenso anillo de Las Ventas en medio de una tremenda ovación con las cámaras de Televisión Española –en eso también corrían otros tiempos bien distintos- emitiendo en directo. El mismísimo Franco asistía al festejo sentado en el palco real y la plaza aparecía engalanada con las clásicas guirnaldas, gallardetes y los inconfundibles reposteros bordados de la extinta Diputación Provincial.
¿Qué pasó después? Paco estoqueó sendas reses de Urquijo, Buendía, Miura y Arranz. De Juan Pedro Domecq acabaría despachando dos al tener que ser sustituido el titular de Pablo Romero. Cortó las dos orejas al segundo, cuarto y sexto; ya se había llevado una oreja del primero; en el tercero oyó una ovación y recibió aplausos en el quinto. Pero a esas siete orejas les sumó la del sobrero de Felipe Bartolomé –también de su predilecto encaste de Santacoloma- redondeando aquella tarde histórica que culminó con el torero a hombros camino de la calle de Alcalá. Las siete cabezas de los toros lidiados y el traje de la hazaña forman hoy parte de los fondos del Museo Taurino de la propia plaza de Las Ventas, donados por el propio matador.
Antonio Díaz-Cañabate, el célebre cronista costumbrista, señaló en su crónica que “lo más sobresaliente de la corrida fue que Paco Camino toreó a cada uno de los siete toros con arreglo a su condición”. Efectivamente, la variedad ganadera asumida por el llamado ‘Niño Sabio’ de Camas exigía un plus de maestría y versatilidad. José Antonio Medrano, en el libro Las Ventas, 50 años de corridas habla de “la más completa lección de toreo que pueda soñarse”. El mismo autor señala en esa obra coral que “no hubo ninguna faena completa, redonda, ideal, porque ningún toro se prestó, ni de lejos, a ella, pero, sí, un desbordamiento de detalles sorprendente, único, antológico…fue el triunfo del clasicismo, del plateresco, del barroco y del romanticismo, a través de la obra bien hecha de un torero cabal, de un torero de época…”. Los siete toros de la Beneficencia de 1970 están en la historia del toreo desde hace más de medio siglo. Los mató Paco Camino, un torero de época, que aún sería capaz de alumbrar varias faenas antológicas que engrandecieron su aura de maestro fundamental y con ella, la propia cultura de este país que seguimos llamando España.
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