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ESPECIAL MATADORES (V)
La tarde del 10 de mayo de 2019 pertenece a la memoria reciente del aficionado. Aquel día marcó la irrupción en la primera fila del toreo de Pablo Aguado poniendo a cavilar al mismísimo Morante. El despliegue fue total, apabullante y marcó un altísimo listón que, de una u otra forma, se iba a convertir en una marca casi inalcanzable para el propio matador sevillano que ya venía preconizando lo que podía pasar desde sus tiempos de novillero.
Han pasado más de cinco años desde entonces y Aguado ya no se ha apeado del primer estrato del toreo. Pero a la vez que se prodigaba en las ferias cundía la impaciencia y hasta la exigencia de una ambición que no siempre estaba a la altura de su carísimo y personal concepto. ¿Sería éste el toro? ¿Podría ser ésta la tarde? ¿Apretar o esperar? A Aguado se le podía y se le debía pedir a la altura de su rango...
Las cosas ya habían empezado a cambiar tras el parentésis del covid pero entre las campañas de 2023 y 2024 se ha podido ver esa renovada disposición aliada con una depuración de sus propias formas, especialmente con ese capote intrasferible que convierte los látigos en seda. Así se pudo ver, casi en un suspiro, en el cartel estrella de la pasada Feria de San Miguel, sustituyendo a Morante. Era una extraña mixta para despedir a Hermoso que cobró un renovado interés con la presencia del propio Aguado, enfrentado a Juan Ortega. La tarde, a la postre, iba a quedar resumida en los primores capoteros del propio Ortega, incluyendo unas chicuelinas de difícil catalogación. Aguado acabaría replicando por el mismo palo pero con otra expresión, con distinta cadencia, marcando sus propias diferencias. El ganado empañó el grueso del festejo pero quedaba el halo, el regusto...
Conviene rebobinar hasta marazo. Aguado había abierto la campaña en las ferias levantinas. En Castellón ya había logrado dejar huella, posiblemente sin redondear. En Valencia, por Fallas, cinceló algunos primores y logró ralentizar el toreo. El fielato de Sevilla estaba a las puertas. En la primera cita, los toros de Juan Pedro Domecq iban a dar escasas opciones pero quedaba la de Victoriano del Río el mismo día que Roca Rey abrió la Puerta del Príncipe y en la resaca del faenón de Ortega que acabaría marcando la propia temporada sevillana. Aguado iba a sacar lo mejor de sí mismo con el sexto, trazando una hermosa y densa faena que culminó de un buen espadazo que validó una oreja con argumento.
Pablo mantuvo el sello en Jerez antes de pasar por otros compromisos menores con la vista puesta en Madrid, ese castillo famoso que le esperaba la tarde del 29 de mayo anunciado junto a Morante y Talavante para pasaportar otro envío de Juan Pedro Domecq. La no pasaría de esbozos. El diestro sevillano tomaría aire en Granada, cortando una oreja y volviendo a dejar ese regusto diferenciador. Más rotunda, espejo de su concepto más hondo, sería la tarde de Sanlúcar con el estreno de junio. Pero había que remontar otra vez la carretera para volver a los Madriles en un cartel redondo -hizo el paseo con Urdiales y Ortega- que se fue al sumidero por culpa de una corrida inoperante y basturrona de Román Sorando.
Había que seguir y aún quedaba un último trago antes de navegar por las ferias del verano. Y en Pamplona iba a rendir el ruido y la jarana con la cadencia de su toreo ante la corrida de Jandilla. Fue otra faena para paladares educados, instrumentada a un animal de gran clase que le sirvió para cortar una oreja que volvía a evidenciar el buen momento, el sitio alcanzado en la cara de los toros después de aquellos años indecisos que siguieron a su revelacion.
Aguado volvería a enseñar esos cinceles en La Línea en una de las tardes volcánicas de Roca Rey. Y de allí, en dos zancadas, a El Puerto de Santa María, una de las plazas favoritas del torero sevillano que le vería torear con exquisita cadencia de capa y muleta a una exigente corrida de El Parralejo. El triunfo estadísitco fue para Talavante;el poso lo iba a marcar Aguado que repetiría el 10 de agosto en la Plaza Real para cerrar su temporada de verano abriendo la puerta grande en unión de Manzanares. La excelencia de su verano, a esas alturas, no admitía dudas...
Pablo iba a celebrar el día de la Virgen en Málaga aunque el rotundo triunfo de Emilio de Justo opacó su buen hacer. Casi sin respirar iba a cambiar de mar y de plaza para alzarse con la Concha de Oro de la Semana Grande de San Sebastián después de marcar su propia cumbre en la temporada y en el ciclo vasco. Fueron tres orejas diferenciales y un nuevo tratado de cadencia y armonía, la reafirmación de una personalidad y un concepto cada vez más aliado con la regularidad. Aguado ya era uno de los nombres imprescindibles del año.
Y de Donosti, si cambiar de cornisa, hasta Bilbao donde le esperaba el último puerto del verano antes de descender las lomas suaves de septiembre. En el Bocho, donde era novedad, iba a cerrar el cartel de la despedida de Enrique Ponce junto a Roca Rey sin que la cosa pasara de apuntes. A partir de ahí, la cosa ya iba de recogida. En Colmenar Viejo hubo deleite sin espada; su mano izquierda también sobresaldría en Palencia entre los relámpagos de Roca Rey; saldría a hombros en la mixta de Andújar; anduvo fino en Guadalajara; triunfó en Móstoles; dejó buen sabor en Salamanca y rindió Logroño con otra faena de gran altura por más que el palco se enrocara en negar el segundo trofeo.
Era la última cita antes de acudir a Sevilla, ya lo hemos dicho, a cubrir el ancho hueco de Morante. Debería haber estado anunciado desde febrero en vez de esos nombres repetidos que enfangan un escalafón artificial y previsible. Le quedaban dos bolos menores -Villafranca de los Barros y Torrejón de Ardoz- para cerrar la campaña, la más importante desde aquella explosión de cadencia, naturalidad y personalidad que le alzó como figura. Aún se asomaría a la plaza de la Maestranza en el demorado festival de los Gitanos, organizado en homenaje a su querido Curro Romero. Toreó mejor de lo que merecía a un basto ejemplar de El Vellosino. Quedaba, una vez más, el halo, el poso... En 2025 es torero a seguir.
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