Una oreja que no nos redime

IV NOVILLADA DE ABONO EN LA MAESTRANZA

La mansedumbre y el escaso contenido del encierro de Alejandro Talavante sentenció un festejo marcado por el extremo calor. Diego Bastos cortó el único trofeo gracias a una faena animosa y entregada

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Diego Bastos paseó el único trofeo de la tarde gracias a su entrega.
Diego Bastos paseó el único trofeo de la tarde gracias a su entrega. / José Ángel García

EL paseo hasta la plaza era una auténtica prueba de afición, ahora que los políticos se enredan con su juego interesado de cifras y porcentajes para alentar o condenar la vigencia de un espectáculo que, pese al infierno desatado, logró congregar casi la mitad del aforo de la plaza de la Maestranza –ojo a la presencia desacomplejada de la juventud– en una tarde que invitaba a escapar a alguna playa o colonizar la piscina de algún cuñado con vocación filantrópica.

El cartel tampoco estaba exento de alicientes pero el envío de los campos oliventinos, marcado con el hierro de Alejandro Talavante, iba a desmontar cualquier esperanza. Fue un encierro de fondo manso, vacío de todo y sin el menor atisbo de raza brava que, eso sí, echó un ejemplar con ciertas posibilidades de lucimiento que iba a ser aprovechado, con sus matices, por el novillero más veterano de la terna.

FICHA DE LA NOVILLADA

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla

GANADERÍA: Se lidiaron seis utreros de Talavante, correctamente presentados. El primero fue tardo y corto de viajes; rebrincado el segundo; manso absoluto el tercero; sirvió más, en manso, el cuarto; el quinto se aplomó por completo y el sexto no tuvo un pase.

NOVILLEROS: Diego Bastos, de azul mahón y azabache, silencio y oreja. Manuel Román, de malva y plata, ovación y silencio. Javier Zulueta, de zafiro y oro, ovación tras aviso y silencio.

INCIDENCIAS: la plaza registró menos de media entrada en tarde de calor sofocante.

Hablamos de Diego Bastos que, en una declaración de intenciones, ya había partido plaza marchándose a la puerta de chiqueros para recibir al primero. Logró lancearlo con buen gusto antes de que lo picaran de caballo a caballo marcando la constante que iba a presidir toda la novillada; la mansedumbre. El bicho echó la cara arriba en banderillas y se aplomó en la muleta del novillero sevillano que se mostró centrado y entregado pese a la embestida corta y rebrincada del animal, al que mató de pinchazo y estocada fulminante. Pero Bastos había llegado a la plaza de la Maestranza dispuesto a no dejar pasar la oportunidad y volvió a echar toda la carne en el asador cuando el aire de la novillada había tomado un aire más que preocupante.

Ese cuarto iba a seguir marcando el tono manso de todo el envío de Talavante pero llegó a la muleta enseñando otras posibilidades. Bastos lo iba a torear entregado y descolgado de hombros en una primera fase reunida, bien trazada y con sentido de la expresión dentro de una faena con dos partes diferenciadas. Todo iba a cambiar radicalmente cuando se echó la muleta a la mano izquierda. El nivel ya no fue el mismo y el bicho, confirmando su condición, se acabó rajando. La espada cayó bajísima pero no impidió que el palco concediera una oreja –la única del festejo– que iba a pasear encantado de la vida.

Manuel Román pasó por la plaza de la Maestranza sin sortear demasiadas opciones.
Manuel Román pasó por la plaza de la Maestranza sin sortear demasiadas opciones. / José Ángel García

El cordobés Manuel Román repetía en la plaza de la Maestranza después de su tibia actuación del pasado año. Venía de oficiar de base de su Córdoba natal, necesitado de un espaldarazo que diera o quitara razones pero se iba a encontrar con el jabonero que hizo segundo, frío de salida y de rebrincada movilidad al que toreó en una faena pulcra y no demasiado ajustada que remató, eso sí, de una buena estocada. A partir de ahí, sin material a favor, surgen las dudas sobre su manera de citar, de comprometerse con las embestidas. Fueron cuestiones que se quedaron sin contestar con el quinto, un auténtico marmolillo que no le iba a dar opciones. El tiempo pasa; las cosas no se concretan.

Para qué vamos a engañarnos: el máximo interés del festejo recaía sobre Javier Zulueta que ya se había presentado en la plaza de la Maestranza en calidad de novillero con picadores en la final del V Circuito de Novilladas de Andalucía. Entonces fue una declinante novillada de Bohórquez y en esta ocasión el hueco envío de Talavante pero entre unas cosas y otras ha pasado por Sevilla sin poder gustar ni gustarse. Este jueves de Corpus se cumplía una bonita coincidencia: hace 47 años, en esta misma fecha había toreado su abuelo Enrique Lebrija acompañado de Luis Manuel y Pepe Luis Vargas.

Javier Zulueta estrelló sus buenas formas con un lote vacío de todo.
Javier Zulueta estrelló sus buenas formas con un lote vacío de todo. / José Ángel García

No pudo ser con el abanto y emplazado primero, bronco en la lidia y manso de solemnidad que salía a su aire en el embroque de los muletazos. El novillero sevillano, muy centrado, no perdió la compostura en una labor salpicada de retazos de calidad mientras el animal iba marcando su querencia a chiqueros. La espada se le atascó. El sexto tampoco iba a desentonar del desesperanzador aire de la novillada, que se contagió del bochorno ambiental. Zulueta iba a brindar al público un trasteo de buenas intenciones que volvió a darse de bruces -por más que lo intentó- con el nulo contenido de un novillo aplomado y desrazado, vacío de todo, que frustró cualquier lucimiento.

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