De mulos a burros manchegos
desedayoro
Andrés Romero y El Cid roban sendas orejas a la mansedumbre
El encierro de Arcadio Albarrán desluce una tarde zalameña en la que el colombiano Arcila enseña cosas de interés
Dos claveles y un minuto de silencio para Juan Lancha, el torilero de la plaza zalameña. Primero, el respeto de cuadrillas y plaza. Después, desde el tendido llegaron al albero esos dos rojos manchones que reverberan pasión y amor. Todo el que Juan le tuvo a esta Fiesta y a su plaza.
Cuatro de cuatro. Es difícil concretar un pleno tan contundente en cuanto a mansedumbre, pero no dejan lugar a otra cosa los cuatro toros que Arcadio Albarrán lidió ayer en Zalamea. Cuatro mulos, y no lo digo por las hechuras, que las tuvieron y buenas, sino por la brutalidad con la que se dejaron las arrancadas en el capote. De mulos pasaron a burros manchegos, con el freno de mano echado y pocas ganas de embestir. Ya es difícil con esa metamorfosis toruna, digo, encontrar una corrida más pareja que la que ayer protagonizó el festejo taurino de una tarde en la que los toreros pusieron más pundonor y deseos que otra cosa. Principalmente porque la corrida que tuvieron enfrente no les dejó aspirar a hilvanar faenas de relumbrón ni hilazón en las series. Hubiese sido como pedir la luna.
Y no es que el utrero de Los Ronceles derrochara generosa bravura, pero al menos la afición, las ganas y el oficio de Romero le fueron metiendo poco apoco en una faena que si vibró algo fue decididamente por un rejoneador que atraviesa un momento importante de su profesión.
Siempre a más, con naturalidad y sin apresurarse, Andrés Romero volvió a cuajar una lección de temple y buen hacer frente a un novillo que no regaló nada en ningún momento. Fraguó una actuación de mucha hondura profesional que dejó llegar muy dentro del terreno del toro a su cuadra. Clavó y llegó a conjugar la mayoría de las suertes con acierto y se llevó arriba una faena que desde luego le hubiese costado a cualquiera Dios y ayuda no desesperar ante tanto desprecio por parte del novillo, que al menos tuvo cierta nobleza cuando acometió su embestida.
No desesperó Romero, y sobre el albero de Zalamea queda una faena intensa y llena de cosas buenas para el onubense, amén de la primera oreja de la tarde.
Poca chicha tuvo el segundo de la tarde. Al animal había que hacerle entrar en la muleta y aguantarle las dudas que por el pitón izquierdo le planteó a El Cid. Todo lo que hubo lo consiguió el de Salteras a base de porfiarle la embestida a un toro que siempre se alivió con la cara a media altura y esa falta de raza a la que tuvo que empujar el brazo del torero para completar el viaje hasta el final. Todo, además, adobado con la actitud de no molestar demasiado al huraño oponente por no darle motivos de que terminase huyendo. Por ganas y actitud, le cortó el sevillano la otra oreja de la tarde.
Hay por ahí un dicho que dice que si algo va mal, es susceptible de empeorar. Y empeoró. Tanto que el Cid desistió de consumar siquiera faena frente a su segundo. Burro manchego y cabezón, el torero se fue a por la espada tras cinco intentos de hacerle pasar de muleta y negarse el de Albarrán.
Muchos años después de que ese otro colombiano que fue Edgar García El Dandi debutara en esta plaza, ayer lo hizo su paisano José Arcila. Es cierto que no hubo toros, pero lo de Arcila deja buenas impresiones. Más que nada porque el colombiano se mostró tesonero, valiente y decidido a pegarle muletazos al lote.
Frente al tercero, un galán que se había empleado con las manos por delante y lazando gañafones a los capotes, Arcila enseñó oficio, determinación y valor al admitirle ese reto por gaoneras que el de Albarrán terminó comprándole con cierta prestancia.
¿He dicho que fueron mansos los tres primeros toros de la tarde?... ¡Pues el cuarto también!
Así que al colombiano solo le quedó estar tesonero, enseñando sus ganas y, vuelvo a repetir, el buen oficio que durante toda la tarde enseñó en los momentos más lucidos y sobre todo en los menos brillantes.
No es una aventura lo que busca Arcila en la madre patria sino consolidar una carrera que tiene visos de poder mostrar brillantez a poco que un buen toro le deje hacerlo.
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