AMÉRICA TAURINA
Borja Jiménez confirma este domingo en la México
Historias taurinas
Conviene retroceder en el tiempo. Hace más de 28 años, el 10 de abril de 1996, se presentaba en la plaza de la Maestranza un novillero llamado Morante de la Puebla que ya tenía animado el cotarro. Las cosas rodaron bien. Pero, como en una predestinación de los tiempos que estaban por venir, en 1997 no se iba a arreglar con Diodoro Canorea para tomar la alternativa en Sevilla aunque sí llegó a torear dos novilladas -con el corte de una oreja- antes de doctorarse en Burgos de manos de César Rincón y en presencia de Fernando Cepeda.
En 1998 llegaría su debut como matador de toros en la plaza de la Maestranza y los resultados fueron más que positivos. Morante hizo el paseíllo descubierto en medio de Pepe Luis Vázquez y Javier Conde. Fue un 21 de abril, cortando dos orejas al sexto ejemplar de Gavira. El diestro de La Puebla aún lograría un tercer trofeo de un ejemplar de Cuvillo el día que testificó la alternativa de Luis Mariscal sustituyendo a Jesulín, que andaba lesionado. Hubo una cuarta oreja de un toro de Torrestrella que marcó la diferencia y le convirtió en triunfador indiscutible de aquel ciclo.
Pero Morante iba a escalar al año siguiente su primera cumbre en el coso del Baratillo abriendo la Puerta del Príncipe después de cortar, pletórico, tres orejas a un encierro de Guadalest. En su segundo compromiso -con Mora y José Tomás- se marchó de vacío pero dejó preparado el terreno para el siguiente año. Tenía que ser el de su definitiva elevación a la cima. Pero la suerte no iba a acompañar. La Feria de Abril de 2000 la había organizado Diodoro Canorea que falleció sin poder verla, siendo sustituido al frente de la empresa por su hijo Eduardo y su yerno Ramón Valencia. Morante, que había firmado anteriormente una millonaria exclusiva con el recordado empresario manchego, estaba anunciado tres tardes.
No hubo trofeos en Resurrección pero el 29 de abril, después de hacer el paseíllo en medio del viejo Manzanares y Francisco Rivera Ordóñez, le cortó dos orejas de mucho peso a su primer ejemplar de Victoriano del Río. Se mascaba un triunfo grandioso y el joven diestro cigarrero, volvió a salir a por todas con el sexto, que le propinó una tremenda cornada cuando trataba de iniciar la faena con el clásico cartucho de pescao. Morante quedó malherido y la Feria, montada en torno a su figura y su consagración, se resintió también. A partir de ahí, la exclusiva con los Pagés también iba a quedar rota. Pero hubo más: aquel mismo año se iba a producir la caída sucesiva de Curro Romero, Manzanares padre, Emilio Muñoz, Rivera Ordóñez y el propio Morante en los carteles de la Feria de San Miguel. El cigarrero, como Romero, se excusó a través de un parte facultativo presentado el mismo día del festejo.
Después de la gran polémica creada, los dos artistas quisieron amortiguar el mal sabor de boca creado ante la afición sevillana actuando en un festival a beneficio de Andex pero los nuevos gestores de la plaza –los cuñados Canorea y Valencia- desestimaron el evento, que finalmente se celebró en La Algaba. Fue la última vez que Curro se asomó a un ruedo. La retirada del Faraón de Camas, en realidad, era un paso natural ante los nuevos tiempos que se vivían en la empresa y, sobre todo, ante la dictadura del calendario. Pero aquel incidente, de alguna forma, suponía el comienzo de los desencuentros que presidirían las relaciones en los siguientes años entre los nuevos gerentes de Pagés y Morante.
Aunque el futuro genio toreó dos corridas en la temporada 2001 de la mano del prestigioso apoderado Manolo Camará -con resultados discretos- iba a quedar fuera de la feria de 2002 sin que faltaran declaraciones polémicas. Quería tres tardes y la empresa ofreció dos. No hubo acuerdo pero en 2003 volvió a anunciarse en la Sevilla para anotarse una solitaria oreja de un toro de Manolo González. La definitiva ruptura estaba por llegar. Morante se ofreció a estoquear seis toros en solitario el 12 de octubre pero las negociaciones se atascaron en torno al ganado a lidiar. El torero se llevó su empeño a Jerez de la Frontera y logró triunfar por todo lo alto pero el enfrentamiento con Valencia y Canorea, que acusaron el golpe, ya era un hecho.
Después de romper las negociaciones para actuar en 2004, volvió a desafiar a los empresarios anunciándose con seis toros en Madrid por Resurrección. No hubo triunfo pero sí retirada, forzada por los graves problemas psiquiátricos que entonces le obligaron a tratarse en Miami y en 2024 le han obligado a parar después de su rebrote. Repuesto, sí toreó en Sevilla en 2005 en una única tarde resuelta con ovaciones. Las cosas se normalizaron en 2006: colocado en Pascua, sumó dos contratos más en el ciclo sin que pasara nada especial. En 2007 afrontó la campaña de la mano de Rafael de Paula. Cortó dos orejas después de cuajar una emocionante faena a un toro de Cuvillo el mismo día que Talavante abrió la Puerta del Príncipe. Después de encerrarse en solitario en Madrid volvió a eclipsarse temporalmente dejando en el camino, de paso, el delirante vínculo profesional con el diestro gitano de Jerez.
2008 estuvo marcado por las suspensiones forzadas por las lluvias torrenciales. Morante sólo pudo cumplir una tarde en la que, muy arrebatado, arrancó una recordada y desgarrada faena a un toro de Parladé. La segunda tarde contratada, la más esperada del ciclo, fue suspendida por el agua que no dejó de caer en aquella Feria de Abril. Las cosas ya habían cambiado y en 2009 llegó a cumplir cinco paseíllos. Logró volar a gran altura con un soso y remiso toro de Juan Pedro Domecq al que acabó toreando a placer. Pero el diestro de la Puebla ya había roto todos los esquemas manejando el capote, engaño con el que brilló en medio de la decepcionante tarde de los victorinos, mano a mano con El Cid. Ese año también había arrancado una costosa oreja de un espeso toro de Jandilla.
Algo había cambiado y aunque la feria de 2010 se la llevó El Juli -también Manzanares- el diestro de La Puebla logró renovar su romance con el coso sevillano después de actuar el Domingo de Resurrección. También lograría revelar su raza de torero peleándose con un complicado e incierto sobrero de Javier Molina. Pero llegó 2011: fue el año del indulto de Arrojado, el toro de Núñez del Cuvillo inmortalizado por José María Manzanares; El Juli cortó cinco orejas y abrió la Puerta del Príncipe. Y Morante sólo logró salvar los muebles gracias a fogonazos sueltos que no impidieron que saliera de puntillas de la Feria de Abril. La feria de 2012 seguía bajo el efecto Manzanares, que se llevó cinco orejas y dio un recital. Los problemas por los derechos de televisión ya habían dejado fuera a Perera y El Juli. Morante, que empezaba a palpar la impaciencia de la afición Sevilla, no pasó de unos quites de perdón aunque había esbozado algunas esperanzas esforzándose a tope el Domingo de Pascua.
La Feria de 2013 volvía a gravitar sobre el torero de La Puebla, El Juli -que cayó gravemente herido- y Manzanares. Juntos abrieron el abono en Resurrección, una sola tarde que sirvió al madrileño para convertirse en triunfador del ciclo. Morante no tuvo toros a modo ese año. Sus recitales capoteros -incluyendo aquella histórica media para los más noveleros- fueron cumbres de un serial en el que dejó una faena incompleta a un toro de Cuvillo.
Pero se estaba fraguando un nuevo eclipse: Morante estaría ausente de la plaza de la Maestranza en las temporadas de 2014 y 2015. El diestro de La Puebla se sumó al sonoro plante de las primeras figuras del toreo –el denominado G-5- que siguió a las abruptas declaraciones de Eduardo Canorea en las que acusó a los toreros de “estar en la parra” y envió a José Tomás “al Senegal”. Los sucesivos intentos de la empresa para acercar posturas sólo se resolvieron con la salida de Eduardo Canorea del organigrama de los Pagés. Y así, en 2016 se anunció a bombo y platillo la vuelta del torero al coso maestrante.
Morante logró destaparse en la cuarta de las cinco tardes que había contratado después de escuchar los tres avisos en Resurrección. Tuvo que esperar el octavo y último toro que mataba en la Feria para lograr una de sus mejores obras en Sevilla con un dulce ejemplar de Cuvillo. Desgraciadamente volvería a estrellarse en septiembre ante la decepcionante corrida de Alcurrucén. En 2017 volvió a la Feria de Abril y los resultados fueron discretos pero aquella temporada acabaría marcada por el anuncio de una nueva retirada tras una aciaga tarde en El Puerto.
En realidad se trataba de una parada estratégica para dejar atrás el apoderamiento de la casa Bailleres, convertida en un lastre. Morante iba a oficializar su vuelta a la Maestranza en diciembre llevando hasta su casa de La Puebla al mismísimo Ramón Valencia para firmar, delante de su nuevo mentor, Manolo Lozano, y sobre el escritorio que perteneció a Gallito, el último contrato que pensaba cumplir en 2018: el de la Feria de San Miguel. El ciclo septembrino sería el colofón de una temporada de arte y ensayo pero no le embistieron ni uno sólo de los cuatro toros que lidió.
En 2019 volvería a sorprender a propios y extraños afrontando la temporada de manos de Matilla. Fue el año de la revelación de Pablo Aguado y una Feria de Abril de verdadera entrega para el maestro cigarrero, sembrado con el capote, que tampoco tuvo suerte en San Miguel. 2020 quedaría fundido a negro por culpa del covid pero la temporada de 2021, liberado de la casa Matilla, acabaría resumiéndose en una atípica y larga Feria de San Miguel -consecuencia de un proceso delirante en el que la Junta de Andalucía jugó un extraño papel- que iba a alumbrar el comienzo de tres años pletóricos.
La emocionante faena al toro de Juan Pedro Domecq, el primero de octubre de aquel 2021, iba a inaugurar una serie de recitales inolvidables que tendrían continuidad al año siguiente –el de la vuelta a la plena normalidad tras el eclipse del covid- con tres nuevos movimientos –atras tres grandiosas faenas- que iban a engrosar la magna sinfonía del diestro cigarrero, desde abril –con un toro de Cuvillo y un sobrero de Garcigrande- hasta San Miguel donde iba a rubricar su concierto definitivo con un toro de Matilla que ya empezaba a presagiar el rabo que llegaría más tarde, en el último tramo de una temporada en la que asumió el desafío de sumar cien corridas en homenaje a Joselito.
En 2023 iba a llegar la cima pero también la sima. Morante ya había brillado la tarde de los matillas –el día que se encaró con el presidente Fernández Rey por una oreja de más o de menos- pero lograría escalar su cumbre torera cortando un rabo inapelable a un toro de Domingo Hernández. Pero a la vez que llegaba a la cima se precipitaba a la sima de su propia dolencia psiquiátrica mientras la temporada se convertía en un ir y venir tras la pantalla de una lesión de muñeca. Reapareció en San Miguel y sólo pudo cumplir uno de los dos bolos previsto. Ya no pudo atender el segundo; tampoco el festival organizado a beneficio de la Hermandad del Rocío de Triana y la Fundación Alalá. Había que cortar definitivamente.
En 2024, anunciado en cinco tardes, estuvo a punto de no llegar a Resurrección mientras arreciaban los dimes y diretes en torno a la recaída de su trastorno disociativo. La Feria de Abril, con destellos aislados iba a pasar en blanco. Le quedaba la cita septembrina y el festival de Los Gitanos. Es historia reciente: la campaña ha sido una sucesión de eclipses antes de cortar definitivamente en el confín de agosto con la imposible promesa de torear la prevista corrida de San Miguel. También se dejó anunciar en el festival de los Gitanos sabiendo que sería imposible torearlo. Rendido a la evidencia, no pudo estar ni en uno ni en otro. La gran pregunta, la incógnita más hermosa llega ahora: ¿Qué pasará en 2025?
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