Memoria taurina del día de la Virgen de los Reyes
Historias taurinas
La historia de la emblemática fecha –vedada al toreo desde 2011- no siempre transcurrió como se cuenta o recuerda…
De Pepe Luis a Ortega, pasando por Juan Gómez
De la muerte de Chaves Nogales a la vuelta de Belmonte: dos aniversarios vinculados
El 15 de agosto de 1901 hubo toros en el día de la Virgen. Fue un mano a mano que enfrentó al viejo Bienvenida –el Papa Negro- con Fernando el Gallo, el segundo de los Gómez Ortega, para despachar una novillada de Concha y Sierra. En 1904 fue otra novillada de nombres olvidados –Cantaritos, Pepete y Angelillo- antes de volver a saltar hasta 1909 para encontrar otro festejo menor –Cantillana y Cortijano en el cartel- en el que no faltó ración de toreo cómico.
Esas intermitencias marcan la pauta de un evento que, cuando se celebró, no estuvo siempre a la altura de la importancia religiosa y popular de la festividad. Pero hay que detenerse en las vísperas del 15 de agosto de 1912 para encontrar uno de los festejos más trascendentales de este serial discontinuo por su significación taurina y social. Fue el gesto de Joselito, novillero aún, que despachó en solitario –por indisposición de su partenaire Limeño- sendos ejemplares de Benjumea, Miura, Murube, Parladé, Tovar y Santacoloma.
El objetivo de la encerrona era recabar fondos para la hermandad de la Macarena que se hallaba inmersa en su propia revolución estética, iniciada cuatro años antes con el estreno del fundamental palio rojo –piedra angular de la cofradía moderna- que había ideado Juan Manuel Rodríguez Ojeda. El producto de aquella novillada, que también sirvió para que José se despidiera como novillero de la plaza de la Maestranza, se empleó en sufragar parte de la corona de oro que se realizaría en la joyería Reyes y se impondría a la Virgen de la Esperanza sólo unos meses después en la llamada Coronación Popular cocinada por un sacerdote muy taurino: el impar canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón.
Pero ya hemos dicho que la historia no siempre es como se cuenta; ni siquiera como se recuerda. La fecha del 15 de agosto, mitificada en la memoria del aficionado, pertenece a un tiempo idealizado que debe mucho a ciertos acontecimientos como el doctorado de Pepe Luis, que marca a fuego los anales taurinos de una festividad en la que cualquier tiempo pasado sólo fue anterior. La reducción de la temporada hispalense, que comenzó hace casi tres lustros a lomos de la crisis económica, terminaba de unirse a las actuales costumbres llevándose por delante una fecha que, con excepciones puntuales, solía ir renqueando.
Si seguimos escalando por el calendario no encontramos ningún festejo mayor el 15 de agosto en las siguientes temporadas al gesto de Joselito. Hay que detenerse en 1919 para reseñar la primera novillada -nada de corrida de toros- en coincidencia con la festividad de la Virgen de los Reyes: la torearon Navarro de Brenes, Montañesito y Jumillano, que resultó herido. Al año siguiente -el de la muerte de Gallito- se celebró un espectáculo sin trascendencia que saca en esta historia el breve rastro de la efímera Monumental que cerraría sus puertas ese mismo año. Pero tampoco hubo toros en la plaza de la Maestranza el 15 de agosto de 1920.
La Edad de Plata traería nuevos aires al viejo coso del Baratillo. En unas nuevas vísperas de la Virgen -el 14 de agosto de 1921- se celebró un mano a mano novilleril entre Pablo y Marcial Lalanda, que andaban revolucionando el cotarro en ese tiempo. También se celebraron novilladas en 1922 y 1923 con carteles de escaso fuste pero en 1924 se produjo el debut de Cagancho –aquella talla de Montañés- que cautivó a Sevilla. El diestro gitano volvería a torear el mismo día al año siguiente con mucha menos suerte. Pero la noticia de aquel festejo fue el debut del infortunado Curro Puya que logró parar el tiempo con su capote prodigioso cincelando aquellas verónicas que llamaron del “minuto de silencio”.
Hay que alcanzar el año 1926, hace casi un siglo, para reseñar la primera corrida de toros y un verdadero cambio de rumbo taurino en la festividad: nada más y nada menos que El Gallo, Juan Belmonte y Sánchez Mejías, anunciados con un encierro de Veragua. La anécdota luctuosa de esa jornada fue la muerte del célebre banderillero Blanquet, que cayó fulminado de un ataque al corazón después de torear. Cuentan que había olido a cera, la misma que venteó en la plaza en otras jornadas negras: las de la muerte de Gallito y Granero. Las novilladas retornarían -no hubo festejo mayor en 1928- en 1927 y 1929, el año de la gran Exposición Iberoamericana, sin dejar demasiados recuerdos reseñables.
En 1930 tampoco hubo toros el 15 de agosto pero sí al día siguiente. Fue una novillada de noveles en el que resultó cogido mortalmente el novillero Francisco Losada por una res de Anastasio Martín que le arrancó la femoral. Los cuatro años siguientes pasan sin festejos mayores y sólo se recuperan en 1935, con una novillada picada que resultaría triunfal para Pascual Márquez, que volvería a impactar en la Maestranza cortando una pata para convertirse en el hombre de moda.
De la Guerra Civil a la alternativa de Pepe Luis
Sevilla llevaba casi un mes controlada por Queipo de Llano el 15 de agosto de 1936 y no hubo toros. Pero el clima bélico se hizo patente en el festival patriótico organizado al año siguiente en vísperas del día de la Virgen. Chicuelo, el Niño de la Palma y Cagancho torearon a beneficio de la II Bandera de Falange Española. La temporada de 1938, la del III Año Triunfal, iba a implicar cierta vuelta a la normalidad.
Pepe Luis Vázquez, que había debutado con picadores el 6 de junio anterior, alternó con Juanito Belmonte -el hijo natural del Pasmo de Triana- y un tal Luis Díez. El futuro Sócrates de San Bernardo repetiría en 1939 pero la jornada del 15 de agosto quedaría indiscutiblemente unida a su nombre a partir de 1940, fecha de su alternativa. Pepe Bienvenida le cedió un ejemplar de Curro Chica en presencia de Gitanillo de Triana para convertirle en matador de toros vestido de celeste y oro. Acababa de cimentar la leyenda de la fecha pero no iba a evitar que siguiera andando a trompicones…
Las novilladas volverían a celebrarse el día 15 de agosto entre 1941 y 1945: en este lustro de transición se pueden reseñar los nombres de Rafael y Pepín Martín Vázquez, Pepe Dominguín, Antonio Bienvenida, El Choni o El Andaluz. Pero las corridas de toros iba a retornar en un brevísimo trienio: la de 1946 reúne a los diestros Armillita, Gitanillo de Triana y un jovencísimo Luis Miguel Dominguín. El festejo, que estuvo precedido de la actuación del caballero rejoneador Pepe Anastasio, resultó apoteósico y fue organizado por la Asociación de la Prensa.
También hubo corrida de toros en 1947, esta vez organizada por el marqués de Contadero a beneficio del sanatorio de Jesús del Gran Poder. El rejoneador Joaquín Pareja Obregón precedió a Gitanillo, Pepe Dominguín y Julio Pérez Vito. Este breve intervalo se iba a cerrar en 1948 con la alternativa del portugués Manolo Dos Santos de manos de Chicuelo en presencia de El Andaluz.
Vuelven las novilladas
Entre 1949 y 1959 se dibuja una larga década en la que sólo se celebran novilladas, eso sí con un listado de toreros que hoy producen envidia sana. Podemos anotar, entre otros, los nombres de Juanito Bienvenida, Manolo Carmona, Malaver, Juan Posada, Pablo Lozano o el de Manolo Vázquez. La lista se completa con otros toreros que alcanzarían nombradía futura en uno u otro escalafón como Pedrés, Jaime Ostos, Chicuelo II, Ruperto de los Reyes, Joaquín Bernardó, el mexicano Joselito Huerta, El Pío, El Trianero, Rafalito Chicuelo, Curro Puya... hasta llegar a los grandes Paco Camino, Diego Puerta, Mondeño y Curro Romero que debutan en esos años fundamentales que preparan la Edad de Platino.
El 15 de agosto de 1960 se iba a despachar con una corrida de circunstancias -Murillo, Pacorro y González- a la que seguirían sendas novilladas sin historia en los dos años siguientes. Ojo: El Cordobés, recién alternativado, llenaría la plaza hasta los topes el día de la Virgen de 1963. Las novilladas volvieron entre el 64 y el 67, arrojando nombres que siguen sonando en el aficionado: Hablamos de Susoni, Astola, El Pireo, Riverita, Capillé, Pedrín Benjumea, El Almendro, Manolo Cortés... El azteca Alfredo Leal alternó con Curro Romero en la original corrida hispano-mexicana de 1968. Al año siguiente José Luis Parada, que aún era novillero, se encerró con seis utreros de Guardiola. El cierre de la década también marcaría un nuevo cambio generacional: Marcelino, Galloso y Manzanares fueron los encargados de despachar la novillada de Gallardo que sirvió para honrar la fecha en 1970.
Dentro del tono gris de la década hay que marcar dos hechos fundamentales: el primero fue la vuelta de Antonio Bienvenida a la plaza de la Maestranza en 1971 –había reaparecido el 18 de mayo de aquel año en Madrid- para dar la alternativa al diestro mozambiqueño Ricardo Chibanga en presencia de Rafael Torres. Chibanga y Rafaelito repetirían al año siguiente, con Curro Romero por delante. Pero mucho más poso dejaría el festejo de 1973 en el que Antonio Bienvenida cumplió su penúltima tarde en Sevilla acompañado de Romero y Paula en una corrida, con toros de María Pallarés, de feliz recuerdo.
Cambio generacional
Los nombres de Curro Durán, Pepe Luis Vázquez hijo o Pepe Luis Vargas son los más destacados de esos difíciles 70 que vuelve a imperar el formato de novillada. Los diestros Manolo Cortés, Antonio Chacón y Pepe Luis Vargas rompen esa tónica en la edición de 1980. En el 81 se volvió a la novillada y a partir del 82, el año del mundial, se consolidó el formato de corrida de toros aunque la papeleta de 1984 se salvó con una de rejones. Son festejos de medio tono en los que sorprende encontrar nombres como el de Manili, Juan Mora u Ortega Cano –antes de sus mejores años profesionales- junto a los de otros toreros de la segunda línea de frente como El Puno, Macandro, El Mangui, Camarena, Lucio Sandín, Marismeño, Sánchez Puerto, Morenito de Maracay… Eso sí, la corrida levantaría el tono en 1988 anunciando a Roberto Domínguez, José Antonio Campuzano y Pepe Luis Vázquez para estoquear un encierro de Bernardino Píriz.
El entonces novillero Manuel Caballero ofició de bisagra entre las dos décadas encerrándose en solitario con seis ‘torrestrellas’ en 1990, subido a la estela de la Puerta del Príncipe que había descerrajado el 1 de julio de aquel mismo año. En 1991 –la corrida se celebró en la víspera- participó un jovencísimo Enrique Ponce el mismo día que el murciano Pepín Jiménez resultó herido. En el traído y llevado 92 –un año para olvidar en lo taurino- Pareja Obregón despachó discretamente seis toros en solitario, también en la víspera. Son años de alternativas como las de Cuqui de Utrera (1993), Manolo Corona (1994), Vicente Bejarano (1996) y Domingo Triana (1997).
Antes, en 1995, hay que reseñar el grave percance de Manili, corneado en la axila. El repaso a la hemeroteca enseña los nombres de Raúl Galindo, Cristo González, Pauloba, Silvera, Pedrito de Portugal… El festejo ya andaba metido en una curva declinante y en 2000 se despachó con una de rejones en la víspera. Pero aún hay que anotar los trofeos logrados por El Cid en 2001 y 2002, previos a su eclosión en figura, antes de entrar en una década gris protagonizada por toreros de la segunda fila. El final de la historia tiene sabor agridulce: Pepe Moral, Nazaré y Oliva se la jugaron de verdad en 2009 con un corridón de Martín Lorca. Luis Mariscal cayó gravísimamente herido en 2010 y Nazaré rompió definitivamente en 2011 el mismo día que le echaron un toro al corral a Agustín de Espartinas. Ésa fue la última, por ahora.
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