Una 'Magna' con reminiscencias taurinas
EL REPASO
La impresionante procesión que sirvió para clausurar el II Congreso de Religiosidad Popular encerraba algunos guiños al mundo de la tauromaquia y sus figuras históricas
La Esperanza de Triana: de Ordóñez a los Rivera con permiso de Belmonte
La Macarena y los toros, siglo y medio de la mano
La Magna ha marcado la actualidad y la historia inmediata de la ciudad en unos días que querríamos entender como irrepetibles. Han sido unas jornadas casi oníricas en las que la salida de las cofradías, sus traslados y su participación en la procesión de clausura del II Congreso Internacional de Religiosidad Popular se ha sumado a la transformación de la propia urbe en un templo ininterrumpido gracias a las veneraciones y la dedicación de las hermandades. Y no han faltado los guiños taurinos: la virgen del Rosario esperaba en la capilla de Montesión a los devotos, hermanos y curiosos en posición sedente, reeditando una vieja estampa sepia.
La antiquísima dolorosa de la calle Feria aparecía vestida con una saya compuesta con un traje de luces de Carlos Arruza, aquel ciclón mexicano –rival y amigo íntimo de Manolete- que llegó a la cofradía de la plaza de los Carros de la mano de Andrés Gago, suegro de Manolo Vázquez y apoderado del gran diestro azteca que regalaría los rosarios de plata que tintinean la tarde del Jueves Santo en el palio de la hermosa dolorosa del manto recogido.
Pero la Magna –que cada uno la llame como quiera- sirvió para evocar otros lances taurinos, para poner nombre a otras devociones. Las tierras de Utrera, tan estrechamente ligadas a la génesis del campo bravo, se bendicen en las manos de la Virgen de Consolación. Desde las alturas de la ermita de la Virgen de Setefilla también se divisan algunas de esas ganaderías emparedadas entre la Vega y la Sierra entre las tierras de Lora, Palma y Peñaflor. Y hablar de la Virgen de Valme es hacerlo de su ermita de Cuarto, los predios en los que un día pastaron los toros de Miura, muy cerca de la Isla en la que un día el toro fue rey.
Toreros y cofradías
En cualquier caso, eran las devociones hispalenses las que evocaban de una forma más rotunda los vínculos entre los hombres de luces y el mundo de las cofradías. El primer acierto había sido entronizar a la Virgen de los Reyes delante de la plaza de la Maestranza presidiendo desde su jamuga medieval el paso de las distintas corporaciones bajo las cadenas de privilegio que un día otorgó la realeza al cuerpo de caballeros maestrantes.
Por delante iban a pasar, sin solución de continuidad, el resto de advocaciones pasionistas. Empezando por el Gran Poder, la gran devoción global de los hombres de luces que no falta en las capillas de las plazas de toros, en la inmensa colección de estampas que montan los toreros, en los broches de los corbatines… Es el Gran Poder de Currito de la Cruz y de Morante, el que está bordado en los capotes de paseo, el que acompañó a la familia Bienvenida cuando, asesinado Rafaelito en el piso que Ignacio Sánchez Mejías poseía en la Punta del Diamente, cogieron los bártulos y se marcharon a Madrid..
¿Qué decir del Cristo de la Expiración? El Cachorro contaba entre sus filas de nazarenos con un torero llamado Juan Belmonte que llegó a empuñar una de sus viejas maniguetas. Cuentan que el llamado Pasmo de Triana tenía la papeleta de sitio en el bolsillo el día que decidió tirarlo todo por la borda, cercado por su propia decadencia. Fue el Domingo de Pasión de 1962, unas horas después de que se hubiera pronunciado el pregón de la Semana Santa…
Detrás llegaría la Esperanza de Triana de los García Carranza, también de Belmonte y, definitivamente, de Antonio Ordóñez –aunque su devoción primera siempre fue la Virgen de la Soledad- que llegó a empuñar la vara dorada de la hermandad de la calle Pureza en su madurez. Esa devoción pasó a su yerno, Francisco Rivera Paquirri y de él a sus nietos Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez. El gran maestro de Ronda, muerto al día siguiente de la fiesta de la Esperanza en 1998, fue abrigado tras su muerte con uno de los mantos de la Virgen. El funeral se celebró en la capilla de los Marineros, con la dolorosa aún descendida de su camarín por la fiesta de la Expectación.
La Macarena y Joselito
Y de Esperanza a Esperanza… la Macarena recortada delante de la plaza de la Maestranza recordaba esa hermosa historia de fe y fidelidad que une eternamente la devoción de la bellísima dolorosa de San Gil con la memoria de un torero que fue rey en lo suyo. Gallito fue el vértice principal de un hermoso triángulo creativo que completaron Juan Manuel Rodríguez Ojeda y el canónigo Muñoz y Pabón para trazar la iconografía inconfundible de la Esperanza. Joselito aún era novillero cuando se encerró en solitario en la plaza de la Maestranza para recabar fondos para algunos de estos proyectos. Parte de ese dinero sirvió para sufragar la fastuosa corona de oro realizada en la joyería Reyes, pieza maestra de la llamada coronación popular.
José, que había sufragado los candelabros de cola de Seco Imberg que completaba el fundamental palio rojo de 1908, también le trajo a la devoción de su vida las famosas mariquillas de cristal verde que participan del art decó de la época que el torero adquirió en una joyería de París. Con la corona de oro forman una trinidad estética redondeada con la pluma de Pabón. Se la entregó el famoso canónigo que, a su vez, la había recibido tras una cuestación popular en reconocimiento al artículo que publicó en las páginas de El Correo de Andalucía en torno al duelo y las exequias del que fue llamado Rey de los toreros. Muñoz y Pabón pegó un severo y desacomplejado repaso a la nobleza y la alta sociedad de la época que se había escandalizado por la organización de su funeral en la mismísima catedral.
Gallito había cedido también la primera Virgen del Pilar que figuró en la entrecalle del palio de la Macarena y delante de él, hablando con Juan Manuel, le preguntó cuánto valdría hacerle unos varales de oro. “Mucho, José”, fue la respuesta del reinventor de la estética macarena. A Joselito le esperaba aquel mismo año una cita con la Parca en Talavera...
Rodríguez Ojeda vistió a la Macarena de luto a la muerte de José. Pero su vinculación no concluyó. En los años 30 se recibieron varios vestidos de torear para componer varias sayas y un manto para la sagrada imagen. Incluso llegó a circular una leyenda urbana en torno al incendio de San Gil, en julio del 36, que situaba el escondite de la Virgen en el panteón del mismísimo Joselito.
Perdido su templo, la Esperanza anunció el final de la Guerra en la iglesia de la Anunciación -exilio forzado por el fuego del odio- vestida con una saya blanca confeccionada con un traje blanco de Gallito, que fue guiado al más allá siguiendo la imagen de la Esperanza que Mariano Benlliure modeló -toda una elegía en bronce- en el impresionante mausoleo del cementerio de San Fernando. La junta de la época también decidió emplear las monedas de plata de un soldado caído en el frente para hacer la actual imagen de la Virgen del Pilar. La pluma de Pabón, aquellas mariquillas Art-Decó y la corona de oro siguen recordando la memoria del coloso de Gelves que hoy mira a la puerta de la basílica desde el bronce del monumento de Martín Nieto.
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