Juan Belmonte: de dominio público...
LITERATURA Y TAUROMAQUIA
La biografía novelada del Pasmo de Triana, escrita por Manuel Chaves Nogales, ya está disponible en la web de la Biblioteca Nacional al cumplirse los preceptivos 80 años de la muerte del gran periodista sevillano en el exilio londinense
Juan Belmonte: la muerte le estaba esperando en un domingo de Pregón
De la muerte de Chaves Nogales a la reaparición de Belmonte: dos aniversarios vinculados
El 8 de mayo de 2024 se cumplieron 80 años del prematuro fallecimiento de Manuel Chaves Nogales en un hospital londinense por las complicaciones de una peritonitis, lejos de las dos Españas que le habían helado el corazón. Es el plazo que se aplica a los autores nacidos antes del 7 de diciembre de 1987 para considerar que su obra pasa a ser de dominio público. Desde el pasado uno de enero su obra –también la de Joaquín Álvarez Quintero o Eugenio Nadal- puede descargarse en la web de la Biblioteca Nacional además de ser copiada y distribuida libre y gratuitamente. En el catálogo figuran libros como A sangre y fuego y por supuesto el Belmonte, el más difundido.
En su primera versión, Juan Belmonte, matador de toros; su vida y sus hazañas había sido publicado por entregas en la revista Estampa en coincidencia con la última reaparición en los ruedos del llamado Pasmo de Triana. Las distintas entregas no tardarían en ser reunidas en forma de libro. El gran periodista sevillano empleaba la propia voz del torero para novelar esa apasionante biografía desde el humilde nacimiento en la calle Feria, pasando por su ascenso social y taurino en la plenitud de la Edad de Oro del toreo hasta detenerse en el año de su vuelta –reapareció en Nimes el 24 de junio de 1934- de la mano de la exclusiva que le había preparado un empresario visionario como Eduardo Pagés. El Belmonte se publicó ilustrado con sesenta fotografías que retrataban la vida personal y profesional del torero. Además se sumaron treinta y nueve ilustraciones de Martínez de León, de rabioso sabor regionalista, y cuatro curiosos grabados de Salvador Bartolozzi que se incluyeron en la versión final que se vendía al precio de dos pesetas. Conviene subrayar el dato: es la obra más reeditada del periodista sevillano, la única que tuvo plena vigencia durante el franquismo.
El propio autor se declaraba ajeno al mundo del toreo pero reconoció su fascinación por el matador –al que ya conocía desde algunos años antes- en el banquete celebrado en diciembre de 1935 para celebrar el éxito del libro. No faltaron Ortega y Gasset, Azorín, Ramón Gómez de la Serna y Julio Camba recordando aquel homenaje gastronómico que otro grupo de intelectuales capitaneado por Valle Inclán –sólo te falta morir en la plaza le había espetado el autor de Los Esperpentos al incipiente torerillo- habían tributado a Juan Belmonte en un restaurante del Retiro madrileño en la primavera de 1913, algunos meses antes de que tomara la alternativa en el viejo coso de la carretera de Aragón de manos de Machaquito. Es importante recalcar que la cercanía de aquellos creadores –Romero de Torres, Julio Antonio, Sebastián Miranda o Ramón Pérez de Ayala- comenzó a modelar el retrato literario de aquel desarrapado novillero de Triana que terminaría de redondear Manuel Chaves Nogales. Era un paso más en la mitificación del torero.
Una novela para una vuelta
Casualidad o no, la salida del libro iba a coincidir con la última reaparición de Belmonte, la de 1934, en esa exclusiva alentada por Eduardo Pagés que se había estrenado como empresario de la plaza de la Maestranza el año anterior. El empresario catalán, avanzado a su tiempo, había sido también un genio de la publicidad y la promoción y tenía una vocación intelectual que desbordaba su labor empresarial, en la que también fue innovador. Las fechas coinciden: aquel retrato literario y periodístico, en su origen, pudo ser un mero ejercicio publicitario que acabó convertido en obra maestra.
Tampoco hay que olvidar que la reaparición de Belmonte estuvo condicionada por el veto que la Unión de Criadores había decretado sobre el torero por un conflicto en ventas y compras de reses. Pagés no atendió la sanción y acabaría siendo vetado también por la Unión impulsando, de rebote, la Asociación de Ganaderías de Lidia, los llamados de segunda. Pero la de Juan, que acudió en ayuda de Pagés, no fue la única reaparición de aquel año que también vería volver, como en un revival de un tiempo anterior, al mismísimo Gallo, desaparecido del mundo desde 1928. “Rafael el Gallo, con Juan Belmonte son los dos únicos toreros de nuestro tiempo que tienen leyenda, que hacen que la gente se vuelva en la calle a mirarlos”, llegó a proclamar Pagés. No tardaría en unirse a esa nómina de reaparecidos Ignacio Sánchez Mejías, que caería aquel verano del 34 comido de gangrena después de ser cogido en Manzanares. Su sangre estaba sellando la propia Edad de Plata.
La reaparición de Belmonte se iba a demorar hasta el 24 de junio en el ruedo francés de Nimes mientras se preparaba el lanzamiento de esas entregas escritas por Chaves Nogales. Era el comienzo de su última etapa en los ruedos, el inicio de su definitivo ocaso profesional. Pero la vida y el toreo seguían mientras Belmonte apuraba sus últimos años como matador en activo. El último capítulo de la biografía de Chaves Nogales, a modo de epílogo, pudo sumarse cuando aquellas separatas adoptaron forma de libro. Belmonte, a través de la pluma del periodista sevillano, teoriza sobre el toreo y la propia vida y alude a esas dos últimas campañas formales de su carrera: “Las temporadas de 1934 y 1935 están tan cerca que me falta perspectiva para referirlas…” apuntaba el torero. Su carrera, en realidad, se podía dar por finalizada en el otoño de 1935.
La trayectoria de Belmonte, sin embargo, sumaría otro epílogo forzado por el clima bélico del 36 que le llevaría a participar en la célebre función patriótica celebrada en la plaza de la Maestranza el 18 de octubre de 1936. No iba a ser la última: el definitivo crepúsculo de su carrera llegó en Córdoba el 15 de noviembre de aquel primer año de guerra. El ocaso de su vida taurina había llegado pero a Chaves Nogales se le quedó sin escribir otro final: mucho más trágico, seguramente más novelesco. Juan Belmonte se quitaría la vida 26 años después, el Domingo de Pasión de 1962, junto al retrato que le había pintado Ignacio Zuluaga. Posiblemente volvía a mascar los últimos renglones de la biografía que le había escrito un grandioso periodista que acabaría muriendo en el exilio londinense: “Todas estas historias viejas que me ha divertido ir recordando palidecen y se borran a la clara luz de la mañana de hoy que entra por los cristales del balcón… La verdad, la verdad, es que yo he nacido esta mañana”.
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