Los toros y la hermandad del Baratillo: de Pepe Hillo a Morante
Historias Taurinas
La corporación del Miércoles Santo, vecina de la plaza de la Maestranza, mantiene estrechos lazos con el mundo taurino que tradicionalmente ha nutrido sus listas y ha formado en las filas de su cortejo nazareno
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Los vínculos de la Hermandad del Baratillo con el mundo taurino y la propia Maestranza son casi tan antiguos como la propia capilla de la hermandad, elevada junto al antiguo monte del Malbaratillo algunos años después de la trágica peste de 1649. La epidemia convirtió aquel paraje en un inmenso cementerio señalado por la cruz de forja que acabaría rematando la cúpula de la capilla, reproducida hace pocos años en el monumento de la acera de la calle Adriano.
Junto a ese lugar –extramuros de la llamada Puerta del Arenal, ubicada en la intersección de las actuales calles Castelar y García de Vinuesa- se montarían los sucesivos cosos provisionales que desembocaron en la construcción de la definitiva plaza de toros a finales del siglo XVIII. En esas fechas ya se anotan los primeros nexos del gremio de coleta con la cofradía pero hay una referencia inexcusable. Es la mítica figura de Pepe Hillo, el encarnizado rival de Pedro Romero, que en 1794 regaló la imagen de San José que sigue recibiendo culto en una hornacina situada en el muro izquierdo de la capilla. No hay que olvidar que el coqueto templo llegó a servir de oratorio de los toreros que actuaban en el coso maestrante, una costumbre refrescada en los últimos años por Morante de la Puebla.
Pepe Hillo, en la cumbre de su fama, ejerció aquella temporada remota de 1794 como primer espada en las corridas celebradas en la plaza de la Real Maestranza que llegó a acordar en una junta de caballeros la edición de 100 grabados –dibujados por José Guerra e impresos por Diego Codina- con la figura del célebre matador. Uno de ellos, enmarcado, se destinó al propio cuerpo nobiliario; otro se colgó en la antigua sala de toreros del coso del Baratillo.
Pero sólo quedaban siete años para que el legendario torero sevillano encontrara la muerte en el ruedo de la corte después de ser cogido por el toro Barbudo, de la ganadería charra de José Gabriel Rodríguez Sanjuán. Fue el 11 de mayo de 1801 en la plaza de toros que se levantaba junto a la Puerta de Alcalá, en el actual barrio de Salamanca. El animal le corneó brutalmente, destrozándole varios órganos y fracturándole hasta diez costillas. La muerte fue cuestión de minutos. Goya, que pudo ser testigo directo de la tragedia, reflejó el momento de la cogida en su célebre Tauromaquia.
Esos vínculos taurinos se estrecharon con el tiempo hasta escoger a la Virgen de la Caridad como patrona de la extinta Asociación Benéfica de Socorros a la Vejez del Torero. El llamador de su palio, además, es sostenido simbólicamente por un angelito tocado con montera torera y que muestra, con la ayuda de otro querubín, un capote de paseo. La pieza, obra del taller de Marmolejo, fue estrenada para la Semana Santa de 2002. Pero no acaban ahí los estrechos lazos de la cofradía, que celebra su misa de nazarenos y monta los correspondientes tramos en la mismísima plaza de toros. En el cortejo no faltan los matadores de toros bajo el anonimato del antifaz además del guión de la Real Maestranza de Caballería que simboliza la carta de hermandad de vincula a ambas corporaciones: la penitencial y la nobiliaria.
Morante: historia de un vestido
Pero hay que volver a las plantas de la Virgen de la Caridad, que recibió el regalo del vestido verde lago y oro que lució Morante de la Puebla en su último compromiso de la Feria de Abril de 2016. La prenda sirvió para confeccionar la saya que sacó la dolorosa en 2019 después de que el taller de Sucesores de Elena Caro adaptara los bordados a su nueva función. Hay que recordar que Morante es hermano y habitual nazareno de botón rojo de la cofradía del Baratillo pero merece la pena adentrarse en las puertas que abrió ese preciosista y original vestido ofrendado a la Virgen en una noche de otoño, hace ya algunos años…
Hay que detenerse en la temporada de 2016, que inauguró un nuevo tiempo en la carrera del matador cigarrero después de dos largos años de desencuentro con la empresa Pagés. Hubo que esperar hasta ese momento para olvidar aquel bienio triste que alejó a las primeras figuras del coso del Baratillo. El nombre de Morante volvía a colgarse en los carteles sevillanos pero las cosas tardaron en salir como se habían planeado... El definitivo recital llegaría en la tarde del 15 de abril, hace casi ocho años, vestido con ese traje verde lago y oro que ya arropa a la Virgen de la Caridad. Antes había rezado a sus plantas, vestido de luces y acompañado de toda su cuadrilla. Lo hizo todas y cada una de aquellas tardes de abril caminando con sus hombres desde el cercano hotel Vincci hasta la misma capilla en la que había rezado Pepe Hillo más de dos siglos antes.
La faena de Morante con el dulce ejemplar de Núñez del Cuvillo fue la de mayor diapasón artístico de aquel ciclo aunque entonces no se podía saber que aún le quedaban algunas cumbres por escalar en el coso del Baratillo a la vuelta de la pandemia hasta cortar ese rabo diferencial que marcó la temporada de 2023 y todo el primer cuarto del siglo XXI en la plaza de Sevilla. Pero aquel año tuvo que esperar a la cuarta tarde, al octavo y último toro que mataba en una Feria que también implicaba un reencuentro personal, taurino y artístico con el coso del Baratillo después de dos largos años de ausencia.
El terno de delanteras bordadas y ayuno de golpes de alamares –confeccionado en la madrileña sastrería de Fermín- rescataba en sus formas el atavío de los toreros de la Edad de Plata, una época fundamental –en la que se pagó un alto precio de sangre- para entender la reafirmación del toreo como vehículo de expresión artística. La ropa de torear no fue ajena a esa evolución, disparada tras la muerte de Gallito. Caído el coloso de Gelves, los sastres renovaron algunas de las características seculares de los ternos de luces sustituyendo el barroquismo romántico de los golpes por esos bordados preciosistas que vivieron su propia edad de oro entre los años 20 y 30 del pasado siglo XX, espoleados por la explosión regionalista que exaltó los oficios artísticos. Ese traje de oscuro verde, evocador de otros tiempos, terminó de hacerse historia viva incorporándose al ajuar de la Virgen de la Caridad. Toros, cultura, historia y devoción fueron de la mano. La Virgen lo estrenó un Miércoles Santo…
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