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Historias taurinas
Hablar de la goyesca de Ronda implica hacer un repaso a casi siete décadas de toreo y fidelidad a un apellido: el de los Ordóñez. La primera había celebrado, sin vocación de continuidad, para conmemorar el segundo centenario del nacimiento del mítico diestro rondeño Pedro Romero. Fue en 1954, uniendo en el mismo cartel los nombres del Niño de la Palma (hijo), César Girón y Antonio Bienvenida.
La idea volvería a reverdecer en 1957, consagrando su continuidad, ya en manos de Antonio Ordóñez. Desde entonces sólo se ha interrumpido, por obras en la plaza, en 1963 y en coincidencia con la primera retirada del maestro además de en 2020 por imperativo del covid. En 2024 hay que añadir un nuevo e inesperado receso en espera de que las obras de rehabilitación devuelvan la seguridad a la Maestranza de piedra para la edición de 2025.
Lo hará, una vez más refrescando el espíritu del gran Antonio Ordóñez que llegó vestirse de majo -casi siempre de blanco con pasamanería negra- hasta dieciocho veces. Las primeras goyescas reeditaron el formato de corrida concurso y el maestro de Ronda alternaría con toreros como Rafael Ortega, Aparicio o Bienvenida. Sólo falló a la cita en 1961. El año anterior había sido testigo de la alternativa de Paula de manos de Julio Aparicio.
1964 marcaría el nacimiento de una nueva etapa: Antonio volvía a ser fijo en los carteles en el lustro prodigioso que finalizó en 1969. Había cambiado la baraja: repetían toreros como Bienvenida o Aparicio pero ya empiezan a aparecer los nombres de Miguelín o Palomo Linares aunque el maestro no comparecería en 1970 ni en 1971, año de su auténtica retirada en San Sebastián.
Pero Ordóñez volvería a prepararse a fondo para volver a su festejo más querido en 1972, mano a mano con Bienvenida. Llegó a matar más de 50 toros a puerta cerrada antes de volver a enfundarse el traje goyesco. Retirado de la guerra de la temporada, su comparecencia anual en Ronda se iba a convertir en una auténtica peregrinación de aficionados de todo el mundo que le verían alternar con matadores de la talla de Paquirri o Camino -bases de este periodo- además de Curro Romero o Manzanares padre, que se alzaría como el torero más recurrente de las goyescas de la década siguiente.
Seguían quemándose etapas. El maestro de Ronda volvería a tomar distancia en 1978 y 1979 mientras los carteles experimentaban un extraño bajón de calidad que se recuperó por completo en 1980, año del recordado mano a mano entre el mismísimo Ordóñez y su yerno Paquirri que legó la icónica imagen de ambos colosos dando la vuelta al ruedo con Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez sin saber que un día se vestirían de goyescos en el mismo ruedo. Ésa fue la última Goyesca del genio de Ronda, que también tenía previsto actuar en la de 1981 -año de su frustrada reaparición- aunque se hizo sustituir por El Cordobés.
A partir de entonces, Ordóñez se consagró a la organización de un evento al que le costó recuperar su ausencia aunque la encerrona en solitario de Paco Ojeda en el 87 con seis toros de Torrestrella restauró todos los kilates del evento. Francisco Rivera Ordóñez actuó por primera vez en la Goyesca en 1996. Su abuelo organizó la última dos años después; parte de sus cenizas reposan bajo el ruedo, delante de la puerta de chiqueros. El último Paquirri es, desde entonces, el alma de un evento que constituye un homenaje a su dinastía. Él mismo dio la alternativa a su hermano Cayetano en la edición de 2006. En 2024 no habrá corrida pero el espíritu de este festejo inimitable, inseparable del maestro de Ronda, permanece intacto.
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