Una fiesta universal
Tendido de Sol
La terna Morante, Castella y Roca Rey simbolizaban la globalización del toreo
Tres días hay en Sevilla, dice el dicho popular, que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Asunción. Se debería añadir el Domingo de Resurrección. Con estas divagaciones me dirigía, en una plomiza y lluviosa mañana, al pregón taurino que como cada mañana de este día organiza la Real Maestranza de Caballería en el sevillano teatro de la Maestranza. Es loable la labor que realiza esta institución en defensa y fomento de la fiesta y sobre todo para su engrandecimiento cultural y artístico. La fiesta de los toros es cultura, una bella arte más, y la mejor manera de demostrarlo es acercando la fiesta a la cultura y la cultura a la fiesta como, con independencia de cuestiones competenciales o administrativas, realiza con indudable acierto la Real Maestranza.
Se acercaba la hora de la corrida. Camino de la plaza los bares aledaños estaban llenos de gente, aficionados locales se mezclaban con aficionados foráneos, se discutía con pasión. Ha sido un acierto de la empresa el cartel de este Domingo de Resurrección uniendo a Morante, posiblemente el torero más completo desde José, con Roca Rey, el ídolo de la juventud y sucesor de los grandes toreros sudamericanos, y Castella el torero más importante que Francia, actual meca del toreo, ha dado. Los tres simbolizaban, faltaba solo quizás abriendo plaza un cavaleiro portugués, la globalización del toreo. Una fiesta que nació en España pero que hoy es internacional y une a los ciudadanos de los diversos países donde esta existe. La fiesta que a todos nos une, como en su día unió con la madre patria a los exiliados republicanos en América, y así lo debe seguir siendo.
Cultura, universalidad y pueblo, el pueblo que llena las plazas, deben ser los ejes sobre los que debe girar la defensa de la fiesta, que debe huir de discursos políticos o partidistas que la asocien con una forma de ser o de pensar . Por eso no entendí, por no ser costumbre en esta plaza, que se tocara la Marcha Real. Son nuevos hábitos o costumbres que, desde luego, alejan a la fiesta de la modernidad y la acercan a tiempos pretéritos en blanco y negro. Yo prefiero que, como siempre, se rompa plaza con el pasodoble Maestranza y solo se toque el himno nacional cuando un miembro de la Familia Real presida la corrida, lo cual deseamos que sea pronto.
Terminada la corrida, la pasión seguía en los bares aledaños. Camino de regreso me acordé del añorado Jaime Pablo Romero y su intento, junto con unos románticos aficionados franceses, de salvar de la desaparición el mítico hierro de Pablo Romero. Yo era entonces un joven aficionado, como hoy, ligero de equipaje, que contribuyó con una aportación simbólica. La iniciativa fracasó. Pasado el tiempo recibí una foto de un toro cárdeno, bajo de agujas, enmorrillado, acapachado de pitones que no podía ser más que un Pablo Romero y un texto de agradecimiento con una frase que aún hoy no se me olvida: solo porque tú existes es brava la belleza. Ese día comprendí por qué esta fiesta es única y nada ni nadie podrá nunca acabar con ella.
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