AMÉRICA TAURINA
Borja Jiménez confirma este domingo en la México
Entrevista
Tras haber tenido que cortar su temporada por una inoportuna lesión que le hizo perder dos tardes en la Feria de San Miguel de septiembre, Pablo Aguado afronta este 2022 con ilusión y muchas ganas.
El torero sevillano, que tuvo que ser intervenido de sus lesiones en el ligamento y en el menisco de la rodilla derecha, reapareció en la Feria de Illescas y pasó por las Fallas regresando con su sentido del temple intacto. Aguado afronta las nuevas citas esperanzado en sacar su mejor toreo.
Durante esta entrevista es la primera vez que Pablo Aguado Lucena (Sevilla, 1991) accede al interior de la Real Fábrica de Artillería, uno de los edificios civiles más imponentes de la capital andaluza, a pesar de haberse criado a unos pocos minutos andando. El toreo de Aguado parece que encuentra aquí, entre las paredes de ladrillo visto, sobrias, monumentales y catedralicias, su equivalente arquitectónico, tan distinto del artificioso barroco sevillano.
Porque, en el ruedo, Pablo Aguado es una evocadora mezcla de desnudez, naturalidad e imperfección, lo que le ha convertido en uno de los toreros más seguidos por los aficionados de todo corte. Pero, más allá de sus logros vestido de luces, este licenciado en Administración y Dirección de Empresas (ADE), es un hombre franco, espontáneo que confiesa que, cuando siente miedo, le da por reír.
-¿Por qué es torero?
-Es la vida que me hace feliz, que me llena: con sus días de fracaso, sus días de gloria, sus días de miedo y sus días de satisfacción.
-¿Merece la pena jugarse la vida un día sí y el otro también, en el filo de la navaja?
-Sí que lo merece gracias a lo que se siente tras los días buenos. Después llegan también los días malos, que son muy amargos, pero los superas con la esperanza de que el siguiente, sea de felicidad. Así vivimos.
-¿Se convierten ustedes, los toreros, en adictos a ese estilo de vida?
-En cierto modo. Ser torero es una búsqueda continúa de felicidad. Y cuando eso no se consigue, por las circunstancias que sean, hay que tomarlo como un aprendizaje. O una inversión.
-Antes de dedicarse por completo al toro, se licenció en ADE. ¿Se imagina viviendo alejado de los ruedos?
-No. Incluso ahora con todo por delante, con una nueva temporada a las puertas, si llega un día en el que no hago nada relacionado con los toros, o me lo tomo de descanso, siento que me falta algo. No me imagino una vida entera con ese vacío. Ciertamente, podría dedicarme a cualquier trabajo normal, por llamarlo de alguna forma, pero seguiría toreando en la cabeza. Por eso, no me pongo un límite temporal en esta profesión. Lo que me hace feliz es verme bien con un capote o una muleta entre las manos.
-Esta es una profesión con muchos tiempos muertos.
-Efectivamente es una profesión con muchos tiempos muertos desde un punto de vista “físico”, pero la cabeza está todos los días dándole vueltas al trompo y se hace completamente cierta esa frase de que, para ser torero, hay que estar las veinticuatro horas del día pensando en el toro. Esto no consiste sólo en entrenar o tener una muleta en la mano mucho tiempo, sino que tu cabeza, a veces sin buscarlo, le esté dando vueltas a lo mismo, rozando la locura, casi.
-¿Y por la noche, cuando se va a dormir, sigue con la obsesión de los toros?
-Cuando uno se va a dormir es, quizá, cuando más se torea. Cuando vas a dormir, cuando estás tranquilo, cuando conduces, cuando nadie te habla, es entonces cuando tu cabeza está toreando.
-Entonces, para sobrevivir en este oficio, la paciencia es una cualidad imprescindible.
-Es fundamental, sobre todo cuando no salen las cosas. El fracaso hay que afrontarlo con naturalidad y paciencia. Eso te permite mantener la ilusión por el día siguiente.
-¿Era así antes o ha tenido que aprender a serlo?
-Paciente siempre he sido, pero esta profesión te enseña, casi de manera obligatoria, a serlo aún más. A encajar lo que venga.
-¿Se considera alguien seguro de sí mismo?
-(Sonríe). No. Va por épocas, pero normalmente, no. Los toreros somos tan conscientes de que cada vez que nos ponemos delante de un toro nos enfrentamos a algo completamente distinto, impredecible, que eso nos hace vivir en una eterna inseguridad. Además, para torear es necesaria esa inseguridad.
-¿Qué tal aceptan su familia y sus amigos esta forma de vivir, esta constante inseguridad?
-No creo que a mi entorno le resulte muy normal que me juegue la vida tarde sí y tarde no delante de la cara de un toro. Pero, con los años, también lo sufren y lo disfrutan en su mundo interior. Al fin y al cabo, también ellos son parte de mis fracasos y mi éxito.
-Imagino que si mira alrededor y se compara con sus amigos de su misma edad, se da cuenta de que, en cierto modo, está sacrificando su vida personal por su faceta profesional.
-Nuestra vida es muy peculiar. Estamos siempre viajando, de arriba a abajo. Cuando se acercan las fechas importantes, cada uno lo lleva de una forma, pero somos personas muy especiales. El miedo te hace estar en tu mundo, aislado, incluso ser egoísta con tu tiempo. Para que otra persona aguante esa forma de ser, tiene que entender muy bien tu vida y aceptar que esos momentos de aislamiento, que a veces rozan un comportamiento anti-social, forman parte de la profesión.
-Tienen ustedes los toreros fama de ególatras.
-Cada torero es un mundo. Yo diría que somos orgullosos de nuestra profesión, de dedicarnos a lo que nos dedicamos, y también somos ambiciosos.
-Entonces, ¿no tiene que girar todo alrededor suya?
-No… (duda). Bueno, es una profesión que conduce a que muchas cosas sí tengan que girar alrededor nuestra. Pero también nosotros, los toreros, somos responsables de muchas familias, de los miembros de la cuadrilla, que dependen profesionalmente de nosotros. La felicidad de mucha gente, y su estabilidad, está en nuestras manos. Al final, sí que se siente esa presión de cara a los demás por ser el epicentro, por llamarlo de alguna manera.
-¿Son un ejemplo? ¿Transmiten una enseñanza a aquellos que acuden a una plaza a verles torear?
-La Tauromaquia es una escuela de valores. Cuando las cosas salen bien en el ruedo, la felicidad nos dura muy poco. El tiempo que media hasta que recuerdas que, al día siguiente, te espera otra prueba, otra fecha importante. Esa capacidad para olvidar lo pasado, sea bueno o malo, recomponerte, pensar siempre en el futuro, sacar fuerzas para tirar hacia delante, quizá sea un ejemplo aplicable a las demás profesiones, a todo. En la sociedad actual parece que cuesta mucho encajar los fracasos, pero debemos convivir con ellos.
-Las historias y series de ficción que tienen más éxito de audiencia son aquellas en las que el protagonista está a punto de perderlo todo. Eso es muy taurino, ¿no le parece?
-(Ríe). Claro que es taurino. Eso lo encarnamos muy bien los toreros. Triunfaríamos en Netflix, sin duda.
-¿Y qué hace un torero por las noches cuando, por fin, deja la muleta quieta? ¿Ve Netflix?
-Eso depende de cómo haya dado el día. Al final, vivimos en este siglo y, por supuesto, hay tiempo para todo. Cuando se dan los triunfos, los celebro y, además, tiene que ser así. Tampoco somos monjes ni deportistas de élite. Somos personas normales, de carne y hueso, con la particularidad de que vivimos la vida al límite. Y ese límite se vive tanto en la concentración y la preparación como en la celebración.
-¿Aficiones confesables?
-Me gusta el campo, la caza… (reflexiona un momento). Quizá me debería exiliar.
-¿Se ve viviendo en el campo?
-No me gusta vivir de manera monótona. Prefiero cambiar. La idea de vivir en el campo me gusta, pero teniendo mis escapadas a la ciudad.
-¿Y viajar?
-Me gusta también, pero solemos tener poco tiempo para hacerlo. Quizá a final de temporada, aunque si enganchamos con América, nos queda poco margen. En realidad, los toreros vivimos en un viaje continuo; todo el día haciendo kilómetros y conociendo ciudades distintas.
-¿Cómo es viajar en coche de cuadrillas?
-Cuando hay buen ambiente, divertido.
-Pasar la vida haciendo kilómetros, recorriendo carreteras de España y del sur de Francia de arriba a abajo, ¿hay veces en las que se despierta en la cama de un hotel y no sabe dónde está realmente?
-Tampoco yo he vivido esa época de torear 80 o 100 corridas al año, como ocurría antes. Aún sé dónde me levanto.
-¿Se acusa viajar con la gasolina por las nubes?
-Eso se lo preguntaremos al mozo de espadas.
-¿Está justamente pagado ser torero?
-Sí. Nuestros sueldos son justos porque, a su vez, el público viene a vernos, paga una entrada y los generamos en taquilla.
-En otros tiempos, un torero abría la Puerta del Príncipe y se podía comprar un cortijo.
-Evidentemente. El número de festejos se ha reducido mucho en comparación con antes. Socialmente, las cosas han cambiado también.
-¿Cuál ha sido su momento más feliz?
-Cuando me veo despejado delante de los animales. Y eso puede ser con una becerra en el campo, con un toro en La Maestranza o en un pueblo.
-¿Y cuándo dijo: “Hasta aquí hemos llegado, tiro la toalla”?
-Tuve momentos en mi época de novillero en los que no sentía nada. Llegué a creer que estaba haciendo un trabajo, que estaba obligado a alcanzar unos objetivos de cara al público y pensé que ni valía para esto ni que me merecía la pena.
-Viene de cortar orejas en las Fallas y Castellón, inaugurará la plaza de La Línea de la Concepción el 16 de abril y el Domingo de Resurrección, en Sevilla.
-Es un hecho que, después de los dos años de freno por el Covid-19, las ferias están ahí, anunciadas en las fechas que corresponden. Eso conlleva que los toreros estemos más mentalizados, más metidos. Con las primeras ferias de esta temporada, ya hemos escuchado el pistoletazo de salida. Es una vuelta al ring, por decirlo de alguna forma. Se acabaron los tiempos de espera y, efectivamente, al fin, todo vuelve a su curso.
-Y se la vuelve a jugar, de nuevo, cada tarde.
-Ya cada tarde vuelve a serlo todo. Se nota en el clima cuando vuelvo a pisar las plazas de toros. Así lo siento. Quizá estos dos últimos años era diferente: todos estábamos a medias tintas, no sabíamos cuándo íbamos a torear, vivíamos con la incertidumbre de las cancelaciones a última hora a causa de los rebrotes de la pandemia… Seguíamos dando la cara por responsabilidad ante la Fiesta, la profesión y uno mismo, pero todo resultaba extraño.
-¿Hay días en los que se guarda una carta en el bolsillo?
-Desgraciadamente, sí. Ser torero no es un trabajo, al menos, no uno al uso. Tal y como yo lo concibo, ser torero es algo muy emocional, aunque cada compañero tiene su idea sobre lo que es torear. Yo te transmito mi concepto. Y, por supuesto, hay días en los que el cuerpo no te lo pide tanto, o te levantas de la siesta en el hotel y te enfundas el vestido como quien se pone un mono de trabajar. Eso también pasa. Sería muy bonito negarlo, pero pasa. Sin embargo, al final, no sé qué sucede que, normalmente, en esos días son los que, a la postre, mejor se suelen dar las cosas. Sucede así. En el momento en el que llegas al Patio de Caballos y escuchas una pata de picar andando por allí, te despiertas rápido por la cuenta que te trae.
-¿Manías?
-Pocas o ninguna. Tengo alguna costumbre, más taurina que supersticiosa.
-A nivel social, ¿viven ustedes los toreros metidos en una burbuja, ajenos a todo lo que no tiene que ver con vuestro mundo?
-No me gusta generalizar. Yo, no. Me gusta estar informado, conocer el día a día, me gusta saber lo que pasa. Y, por supuesto, me inquietan los problemas que nos inquietan a todo el mundo. Lo que sucede es que, cuando uno está muy mentalizado en citas importantes, ahí sí intento desconectar algo. O mi propia mente me lleva a ello.
-¿Qué opinión tiene sobre la reciente manifestación a favor del mundo rural celebrada en Madrid?
-Para mí, ha supuesto una alegría ver cómo ha reaccionado el mundo rural, manifestándose por las calles de Madrid de un modo ejemplar, sin romper un solo escaparate, ni una pintada, ni un contenedor quemado. Me siento orgulloso de esa gente que estuvo allí, educada y respetuosa, y ojalá que sean (corrige), que seamos escuchados.
-¿En qué se gastó el primer dinero que ganó en el toro?
-Gastándolo con los amigos.
-Antes era muy típico que los toreros se compraran un coche…
-Yo siempre he huido de las apariencias y de lo ostentoso.
-Última pregunta: si acaba teniendo una escultura en Sevilla, como algunos de sus ídolos, Pepe Luis Vázquez o Curro Romero, ¿dónde le gustaría que la colocasen?
-Donde menos se vea.
(El tañido de las campanas de la Parroquia de San Bernardo revela que la tarde avanza sin tregua. Antes de marcharse, Aguado insiste en que quiere visitar el piso superior de la Real Fábrica de Artillería).
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