El encaste minoritario lo es por...

Opinión taurina

Se culpa mayormente a los espadas que ocupan los primeros lugares del escalafón, pues prefieren enfrentarse a animales más favorables al lucimiento que a otros que son marginados

Semental de Prieto de la Cal de sangre “veragueña”
Semental de Prieto de la Cal de sangre “veragueña”
Salvador Giménez

22 de septiembre 2019 - 06:00

Mucho se habla, y escribe, entre los aficionados sobre el peligro de homogeneización que corre la cabaña brava en España. La imposición de una sangre, o encaste, como es la de la familia Domecq, originaria de Vistahermosa a través de Parladé y Mora-Figueroa, sobre las demás, es uno de los pecados más graves que se acusa al sistema que rige en la actualidad la tauromaquia.

De ello se culpa mayormente a los espadas que ocupan los primeros lugares del escalafón, pues prefieren enfrentarse a animales más favorables al lucimiento, se argumenta que con menos exposición, que a otros que son marginados y arrinconados, muy a pesar, del protagonismo histórico, que alcanzaron en otras épocas del toreo.

De hecho sangres o castas, antes muy reconocidas, algunas de las fundacionales como la Vazqueña, Navarra, Gallardo o Cabrera, así como otras obtenidas a través de selectas cruzas realizadas por reconocidos ganaderos, como pueden ser Santacoloma, Vega-Villar, Hidalgo-Barquero o Albaserrada, por poner algunos ejemplos, apenas entran en los circuitos de las grandes ferias y, si lo hacen, son estoqueadas por espadas muy alejados de los lugares de privilegio.

No obstante, estas vacadas, algunas de gran reconocimiento como Miura, Victorino Martín o Saltillo, gozan de un reputado prestigio entre la afición más exigente. Sin ir más lejos estas ganaderías gozan, a pesar de todo, de buena salud y en la presente temporada se han lidiado animales, a ellas pertenecientes, con magníficos resultados, obteniendo incluso el perdón de sus vidas reses de las ganaderías de Miura en Utrera, caso del nombrado Tahonero, y Victorino Martín con su toro Milhijos en Sanlúcar de Barrameda, lo que viene a demostrar que estas sangres tienen aún vigencia en el toreo, muy a pesar de lo que se pueda pensar sobre su anacronismo en nuestros días, por su comportamiento muy alejado de lo a que nos acostumbra la sangre hoy mayoritaria.

Ciertamente los espadas de turno son los máximos responsables de la marginación de estas castas, representadas en muy pocas ganaderías. Siempre fue así. Es la máxima de los figuras: “Aprende a ser yunque, pero cuando seas martillo, golpea, golpea y golpea”. El torero cuando alcanza la cima, busca lo más favorable para su lucimiento, se les reprocha también con menos riesgo. Es el instinto de conservación inherente a todo ser humano.

En tiempos pasados, Guerrita impuso los Saltillo, que curioso ¿no?, y los Otaolas, en detrimento de otras sangres, como la Navarra. Luego Gallito fue imponiendo todo lo originario de Vistahermosa, pasando los pintorescos y policromos Vazqueños a un segundo plano. Manolete mostró su especial predilección por las ganaderías del campo charro salmantino y más tarde El Cordobés se anunciaba con los criados por Carlos Núñez, un día sí, otro no, y el de en medio también. Son las ventajas de la purpura. Hoy, a las actuales figuras, llamase Ponce, Juli, Rey o Perera se les acusa de los mismos pecados de quienes les precedieron en la cima del toreo.

Pero no solo hay que achacar el arrinconamiento de estas sangres a los toreros de relumbrón. Los criadores, o ganaderos, también tienen mucha culpa en este tema. Antaño, cuando a un ganadero le embestían sus toros y los públicos los demandaban, no tenían objeción alguna en vender animales a otros criadores. Muchas ganaderías en la antigüedad tuvieron su origen en la ganadería de los Duques de Veragua, en Saltillo, o incluso en la misma de Miura.

A fecha de hoy, la familia Domecq ha vendido, al precio que han pedido, a cuantos se han acercado a sus casas, motivo por la que la casta por ellos criada ha tenido mil y una derivaciones, llegando incluso una colaboración con ellas que permite el intercambio de sementales. Mientras, los llamados minoritarios, son ganaderos egoístas que niegan la venta a todo aquel que se acerca a sus casas. Ellos se autoproclaman guardianes de una histórica sangre y afirman que con ellos morirá. Es impensable que haya un intercambio de sementales entre Victorino y su primo Adolfo, aunque haberlos los hubo.

Sería de ciencia ficción que alguien acudiera con éxito a Zahariche para la compra de un raceador de Miura y que su petición fuese atendida, o que nuestro paisano Justo Barba se trajese para la sierra de Espiel un lustroso semental de Prieto de la Cal para refrescar y mejorar su incipiente ganadería. Generosidad por parte de unos y egoísmo por parte de otros. Lo minoritario es minoritario no porque no embista, que también embisten, sino por causas de mercado y competencia.

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