Duelo, despedida y quebranto

El atractivo encontronazo entre Ortega y Aguado prestaba el verdadero argumento del festejo

El adiós de Hermoso demandaba otro esquema, compitiendo con sus iguales

La tercera de San Miguel, toro a toro

La tercera de San Miguel en imágenes

Paseíllo de la tercera de San Miguel que ha cerrado el abono sevillano.
Paseíllo de la tercera de San Miguel que ha cerrado el abono sevillano. / Juan Carlos Vázquez

La Feria de San Miguel de 2024 ya es historia y con ella, una temporada completa en la que, como en botica, ha habido de todo. En el margen del programa queda aún ese festival destinado a engrosar la bolsa de caridad de hermandades y entidades filantrópicas pero el pescado ya está vendido. Tiempo habrá de diseccionar el planteamiento, el nudo y el desenlace de esta campaña que ha marcado muchos titulares. Los dos últimos, dictados fuera del ruedo: el eclipse indefinido de Morante -que sigue anunciado en la cabecera del mentado festival- y el enredo televisivo que, como un bola de nieve, sólo ha empezado a rodar sin adivinar sus consecuencias.

La travesía del desierto del genio de La Puebla, precisamente, había propiciado la entrada de Pablo Aguado en este cartel de clausura. En realidad era el sustituto natural del diestro cigarrero aunque su nombre -que ésa es otra- debería haber estado colgado en los carteles otoñales cuando se presentaron en la orilla de la Cuaresma. La nostalgia del mejor Morante no impide subrayar el renovado interés que había adquirido el cartel al enfrentar en un mini mano a mano -con la cuña ecuestre- a los dos pretendientes a ese trono que ha servido de hilo conductor a la impactante campaña publicitaria de la empresa Pagés.

En realidad habría merecido confrontarlos con todas las consecuencias, con seis toros escogidos y sin carga de caballería. Las respectivas temporadas de Juan Ortega y Pablo Aguado avalaban este tête-à-tête que iba a quedar absolutamente emborronado por los toros de la familia Matilla que ya habían tenido la misión de estrenar la temporada el Domingo de Resurrección y, casualidades de la vida, también tenían la llave para cerrar ese abono despedido con el clásico y emocionante clarinazo que nos recuerda que hemos marcado una muesca más en el bordón de nuestra vida.

La crónica de los hechos la tienen ahí al lado: la tarde iba a quedar resumida en el excelso recibo capotero de Juan Ortega, sembrado en las verónicas y desbordado en esas medias verónicas de autor con las que abrochó un ramillete de chicuelinas que tenían son y sal. Aguado replicaría por el mismo palo pero con otra expresión, con distinta cadencia... En realidad no hubo mucho más:El primer toro de Ortega se iba a apagar después de una tanda de muletazos convertida en tratado de clasicismo. El de Aguado, que hizo el paseílllo con una ilusionante y responsabilizada disposición, claudicó tras cuatro o cinco caricias plenas de naturalidad, cadencia y personalidad.

Con esos mimbres tenemos que considerar que el duelo permanece aplazado. Pero nos queda mecha para considerar el sentido y la oportunidad de esta mixta que, en realidad, desdibujaba sus dos caras: ni el vis a vis era completo ni la despedida de Hermoso cobraba sentido por más que el público que abarrotaba la plaza mostrara una exquisita sensibilidad para forzar la petición de oreja y sostener una cálida y sincera ovación para el jinete navarro que recibió el brindis de sus compañeros y dejó el suyo para su familia, especialmente para su hijo Guillermo como heredero artístico.

Para qué vamos a engañarnos: el adiós de Hermoso habría cobrado verdadero sentido alternando con sus iguales, especialmente con ese rejoneador de La Puebla del Río que recogió el cetro que un día levantó el navarro. El centauro de Estella fue capaz de tocar el cielo con las manos en la Feria de Abril de 1999. Hace más de 25 años de aquel rabo diferencial que selló su magisterio. Nadie podrá despojarle jamás de ese papel de revolucionario pero sí se le puede demandar la huída de una competencia que ha empobrecido el toreo ecuestre. 

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