OBITUARIO
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Dichoso aquel que fuera llorado sin dejar en la tierra un enemigo…

EL REPASO

La desaparición de Pepe Luis Vázquez ha servido para realzar la calidad humana de un personaje irrepetible que se ha marchado con la admiración y el cariño de toda la sociedad y el mundillo taurino de Sevilla 

La familia del toro da el último adiós a Pepe Luis Vázquez

Pepe Luis Vázquez Silva: el (pen)último matador de una saga

Pepe Luis, en la plaza de Higuera de la Sierra junto a su sobrino Manolo, próximo matador de la saga. / Archivo A.R.M.

Detrás del altar del crucificado de la Salud, titular de la Hermandad de San Bernardo, se oculta la sepultura de Curro Cúchares. La historia es sabida: el vómito negro lo despachó para el otro mundo en Cuba, sin llegar a cumplir el contrato que le ataba para torear en La Habana en aquel trascendental año de 1868 que marcaría el fin de tantas cosas. Hubo que esperar a 1885 para que sus restos pudieran ser repatriados y depositados bajo el Cristo que tanto amó. Una humilde inscripción, hecha con lápiz, sirve de epitafio del torero que dio nombre a su arte: “Detrás de esta losa fría/ yace un generoso hombre honrado/ dichoso aquel que fuera llorado/ sin dejar en la tierra un enemigo”. 

Circunstancias que no vienen al caso han venido demorando el depósito de los restos de Pepe Luis Vázquez Garcés, el gran Sócrates de San Bernardo, en el mismo espacio y bajo ese Cristo que otorga la identidad de todo un barrio que tampoco se puede entender sin su historia taurina. Ya escribimos una vez que la inscripción de la tumba de Cúchares –posiblemente escrita por su hijo Currito- parecía hecha para el propio Pepe Luis. Ahora es otro hijo, Pepe Luis Vázquez Silva, el que ha dejado este mundo adornado de la mejor de las glorias: ser una excelentísima persona que, como el viejo maestro decimonónico, se ha ido de este mundo sin dejar un enemigo. 

Y es que la inesperada muerte de Pepe Luis Vázquez ha sacudido como un mazazo a la familia del toro de Sevilla. Más allá de su concepto, de la impresionante herencia taurina recibida, hasta de los kilates de ese toreo natural que dosificó en gotitas tan contadas ha quedado un sentimiento unánime: su bonhomía. El penúltimo eslabón de esta saga de toreros de San Bernardo ya descansa en paz, cerca del único Maestro.

Pepe Luis junto a Morante en 2017, año de su reaparición en los ruedos. / M.G.

El toreo intimista de Morante de la Puebla 

Pero la semana que se fue se había iniciado con todo el planeta taurino pendiente de la reaparición de Morante en las arenas oscuras del coso de Cuatro Caminos de Santander. Quedaban atrás 52 días de exilio interior, numerosas incertidumbres y el desconcertante chorreo de carteles que seguían fijando el nombre del genio de La Puebla en todas las ferias de la piel de toro en las que se esperaba como agua de mayo su decisión. 

Pero la cadencia, el ritmo y el alma del toreo de Morante iban a marcar la diferencia en ese festejo santanderino que sirvió para despedir a Enrique Ponce del público montañés y constatar el hambre de toro y triunfos de Fernando Adrián. Merecería ocupar el hueco que otros llenan con vocación de funcionarios, tal y como se constató una vez más en esa decepcionante corrida de la Feria de Julio de Valencia –Castella, Manzanares y Talavante en el cartel- que no podía estar peor hilada en los despachos. Viva el talento. 

Pero hay que volver a Santander: Todos salieron a hombros pero lo de Morante era otra cosa que va más allá de la composición de los muletazos. El arte del matador cigarrero, lejos de las posturas y cursilerías de otros presuntos creadores, nace de un pulso interior, desnudo y natural que convierten los embroques en quejidos y anticipan el ole. Es otra percepción en medio de un escalafón –ya hemos puesto un caso práctico- amortizado, previsible y artificialmente sostenido por un negocio basado en el comisionismo. Así de claro. 

Esa es la verdadera conclusión de una vuelta, la de Morante de la Puebla, que también tiene que ayudarle a espantar sus demonios interiores. Ya hemos hablado largo y tendido de ello pero conviene incidir en la idea anterior: el toreo del diestro cigarrero es un bálsamo en estos tiempos de pan llevar por los caminos del toro. Morante, más allá del estricto ámbito taurino, es uno de los mayores  creadores del tiempo actual y uno –si no el mejor- de los toreros de nuestras vidas. El tiempo engrandecerá algún día su legado. 

Más cositas que contar 

Pero el desarrollo de la feria de Santander ha dado para confirmar otras constantes como el indiscutible liderazgo de Roca Rey, infalible en el ruedo y la taquilla y verdadero palo mayor de una campaña en la que proliferan demasiadas grisallas a la vez que se niegan más y mejores oportunidades a ciertos toreros que podrían aprovecharlas. Pero el asunto es otro: en los últimos tiempos ha proliferado la moda –Roca se ha apuntado de los primeros- de llegar con el tiempo justo a la plaza, liarse el capote con el pañuelo sacado y demorar el paseíllo unos minutos innecesarios que se suman a la apoteosis de tiempos muertos que lastran y eternizan el espectáculo de hoy. ¿Son costumbres que han llegado para quedarse?  

Y ya que hablamos de Santander –la presencia desacomplejada de la juventud invita al optimismo- hay que reconocer que hay otros veteranos que si mantienen el tipo, como Miguel Ángel Perera, que navega fresco y a todo trapo con dos décadas de alternativa en el cuerpo. Así sí. También hay constatar, más allá del coso cántabro, la expectación que levanta Juan Ortega, los triunfos de Adrián y Tomás Rufo, el momento de Jiménez, la calidad dosificada de Pablo Aguado... Siempre habrá motivos para volver a la plaza y este vigía se marcha a las Colombinas de Huelva. Se las contaremos. 

 

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