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¿Y después del entierro?

Sin tener en cuenta que la Fiesta es parte esencial de la cultura mediterránea y que Barcelona fue epicentro del mundo taurino durante el siglo XX, se han cargado una tradición porque los Toros son una seña de identidad de España.

Luis Nieto

28 de julio 2010 - 13:34

¿Regreso a una dictadura? Los catalanes tendrán que emigrar a Francia si quieren ver toros. Al igual que sucedía en los tiempos de Franco, en los que muchos viajaban a Perpiñán para ver películas picantes. Porque en Francia, precisamente en algunas de sus plazas, se celebran corridas en las que se canta Els Segadors, ondean las senyeras y se defiende el toreo como un arte autóctono catalán. El Parlamento catalán ha prohibido los Toros, un espectáculo legal. En primer lugar, hay que dar las gracias a los socialistas, que habían anunciado que votarían en bloque y dejaron libertad de voto. Unos cuantos votos de ellos, más los de CiU, quien ha cerrado el candado de la caja mortuoria con su llave, han sido decisivos para que la balanza se inclinase a la abolición, a la que se ha llegado con 68 votos a favor de la misma; 55 en contra y 9 abstenciones. Y después del entierro, ¿qué queda? Desde el punto de vista legal, entre otras cosas, acudir al Constitucional. Pero, sobre todo, debe regenerarse con trabajo, limpieza e ideas innovadoras.

Sin tener en cuenta que la Fiesta es parte esencial de la cultura mediterránea y que Barcelona fue epicentro del mundo taurino durante el siglo XX -con más plazas y mayor número de festejos por temporada-, se han cargado una tradición porque los Toros son una seña de identidad de España, algo de lo que huyen la mayoría de diputados catalanes secesionistas e independentistas.

Cataluña, envidiable por sus aires de libertad, se está convirtiendo en la comunidad donde más prohibiciones se dictan. Pero no nos engañemos, los Toros estaban heridos mortalmente en Cataluña porque la afición ha ido decreciendo a pasos agigantados por dos causas. En primer lugar –ya lo anunció Carod Rovira–, la prohibición para que los menores pudieran asistir a los toros acompañados de padres o tutores y la prohibición de instalaciones de plazas portátiles. Pero también es cierto que los taurinos han hecho tanto o más daño. No han apostado por promocionar la Fiesta. Y tras ver como se desmoronaban plazas tradicionales en esa comunidad, con programaciones mediocres, pensando más en el turista ocasional que en el aficionado, tampoco han trabajado esa joya que es la Monumental de Barcelona, la plaza más grande de España y una de las de mayor aforo del mundo, que contaba y cuenta aún con una selecta afición. La empresa y propietaria del inmueble, la casa Balañá, se desentendió hasta el punto de que alquilaba la plaza para que otro empresario organizara novilladas. Tras desaparecer Pedro Balañá, empresario que llegaba a dar toros hasta en días laborables y que se hizo rico en la época de Manolete, su hijo invirtió parte de esas ganancias en una red de cines. Ahora, tras la prohibición, la Generalitat podría comprar el coso a los nietos de aquel emprendedor por una cantidad que se estima entre 300 y 500 millones de euros.

Tras los hechos consumados, algunos taurinos continuarán pensando que este precedente no les afecta directamente. Dirán una frase muy suya, "Este espectáculo es tan grandioso, que nada puede acabar con él". Y olvidarán de inmediato que puede ser un precedente lamentable y hasta contagioso.

Lo hemos apuntado muchas veces. El sector, completamente desunido, debería haber contado desde hace tiempo con una especie de Federación que luchara contra todo tipo de desmanes. Por ejemplo, presionar a TVE para que retransmitan festejos de lo que es el segundo espectáculo de masas en España; contar con una voz potente a la hora de negociar asuntos con la Administración e invertir en el fomento y promoción de la Fiesta, no sólo para que salgan torerillos de la cantera a través de escuelas taurinas, si no -esto es sumamente importante- realizar una política de precios y de imagen en consonancia con las apetencias de los jóvenes, a los que cuidan y miman en otro tipo de espectáculos y ocio. La mayoría de empresarios ofertan sus productos con una mercadotecnia trasnochada y se han acostumbrado a que el negocio consiste sólo en anunciar a tres toreros y una ganadería. Y a recoger el fruto en ferias, en las que la plaza se convierte en un punto de encuentro social. Porque aquí, todos tienen y tenemos nuestra cota de responsabilidad.

La certificación de defunción de ayer de los Toros en Cataluña tuvo su origen en una ILP con tintes animalistas. Si hubiera sido la causa, sus señorías deberían haber votado hace tiempo para liberar a los diez millones de cerdos, que tienen prisioneros e inmóviles en Cataluña, y que no pueden disfrutar como el toro en la dehesa. O hubieran abolido los correbous, donde se infringe con descontrol daños a los toros; pero aquí nos topamos en que esos encierros se celebran en la Cataluña del Ebro, donde los nacionalistas tienen su granero de votos, que perderían.

En esta ocasión el trasfondo político ha sido clave. Lo malo -y que no quieren ver muchos taurinos- es que los Toros estaban a punto de morir en Cataluña por abandono del propio estamento. Si el sector no quiere luchar de manera conjunta por varios de los argumentos que he apuntado, es más que probable que lo de Cataluña no sea el único entierro de la Fiesta en el siglo XXI.

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