Curro Romero: La Pañoleta, 25 de julio de 1954…
Historias taurinas
El Faraón de Camas se presentó en público un día de Santiago de hace 70 años en el recordado coso que se levantaba junto a la Bodega San Rafael, en el antiguo camino de Huelva
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La Pañoleta fue en otro tiempo un auténtico emporio de ocio en el que no faltaban bares, bodegas, reñidero de gallos y, por supuesto, una coqueta placita de toros que forma parte de la memoria sentimental de Camas y no pocos sevillanos. Un monumento al toreo -obra del escultor Gil Arévalo- recuerda desde 2002 que a dos pasos de allí, bajo el asfalto frenético de la moderna autovía del V Centenario, se elevó ese singular coso taurino inaugurado en vísperas de la Exposición Iberoamericana que sirvió de rampa de lanzamiento a muchos coletudos. Un traqueteante tranvía que pasaba junto a los tendidos de Sol también engrosa el aguafuerte de esa Sevilla en sepia. Era el nexo con la ciudad y la propia Camas, el mejor medio de locomoción para los aficionados que acudían al calor de aquellos carteles de oportunidades y a endulzarse con el moscatel y el mistela de Gaviño.
El primer tramo de la que luego sería la moderna autopista que legó la Expo condenó el recoleto anillo a finales de los 60 para trazar el enlace directo entre Sevilla y Castilleja de la Cuesta. El derribo de la plaza, paredaña de la superviviente bodega San Rafael, era un hecho en 1968. Pero el recuerdo y la memoria de la placita de La Pañoleta –nostalgia de los paraísos perdidos- siguen pesando en el imaginario de la localidad y en la propia historia del mundillo taurino sevillano.
Un mancebo de Camas
Dentro de ese crisol de recuerdos brilla especialmente una fecha marcada en el calendario sentimental del toreo hispalense. Hace 70 años justos –el día de Santiago de 1954- se produjo el debut inesperado de un mancebo de la botica de Camas que ensayaba lances al aire en el campo de fútbol bajo la mirada de Salomón Vargas, aquel gitano camero que esculpía verónicas utópicas, tomando el capote con la yema de dos dedos. Pedro Fernández Conradi, el boticario, se había convertido en el primer valedor de aquel muchacho llamado Curro Romero que había nacido en un hogar humilde de la calle del Ángel. No quedaba otra que arrimar el hombro. Curro servido como porquero en Gambogaz, la finca de Gonzalo Queipo de Llano. Más allá estaba el río y en su orilla la plaza de la Maestranza. Curro, que andaba haciendo los recados de la botica con una bicicleta, tenía otros sueños…
Cualquier ayuda en casa era poca y aunque el camero quiso ser torero desde niño y se movía entre los torerillos de su pueblo ocultó ese deseo hasta que fue una evidencia. Ya se había probado en la ganadería de Conradi, cerca de La Campana, resultando levemente herido. En realidad ya era un mozo talludo para la época -tenía casi 21 años- cuando llegó el debut en la placita de La Pañoleta por un lance inesperado. Entró en el cartel, en el que era fijo Limeño, por la caída de Marqueño que le había pedido un puñado de duros por adelantado a Brageli, empresario del festejo y primer mentor del propio Romero desde aquel remoto día de julio. Peripecias de la vida, Marqueño acabaría formando en sus filas vestido de plata; también en las de Paco Camino.
El tal Brageli había preguntado a un banderillero de Camas apodado Morenito por algún chaval del pueblo que mostrara buenas maneras. Se trataba de remendar el cartel y aquella recomendación validó la presentación de Curro Romero, materializada en un estruendoso éxito que revolucionó el pueblo de Camas y el boca a boca de los profesionales. La cámara de Arjona estaba allí, bautizando una memoria gráfica condensada en el libro Aroma de Romero, joya de coleccionistas que se presentó este mismo año.
Sustituciones providenciales
Estaba comenzando una historia personal y taurina fuera de toda norma en un tiempo marcado por otros colosos: mandaban Ordóñez y Luis Miguel; no tardarían en velar sus primeras armas otros gigantes que realzarían la década siguiente como Camino o Puerta. Pero no se puede olvidar el ambiente de otros toreros que no alcanzaron las mismas cotas como Rafaelito Chicuelo, El Pío, Curro Puya, Antonio Gallardo, Antonio Cobo, Juanito Vázquez…
Como la cosa se había dado bien en la Pañoleta, Brageli no tuvo empacho en repetir el cartel en dos festivales consecutivos celebrados en una plaza de palos levantada en Dos Hermanas. Pero la pareja Romero-Limeño repetiría en la placita camera, viajaría a Jerez de los Caballeros… La cosa se había embalado y el debut con picadores iba a llegar en otro escenario recordado y desaparecido en aras de la especulación inmobiliaria, el coso del Arrecife de Utrera. Fue el 8 de septiembre de aquel lejano 54, día de la Virgen de Consolación. Una nueva sustitución iba a ser clave en precipitar esa presentación con caballos supliendo a Juan Antonio Romero. Le acompañaban en el cartel Juan Gálvez, Paco Corpas y Ruperto de los Reyes. Los novillos pertenecían a Esteban Gónzález.
Pero su nombre iba a quedar prácticamente difuminado en las dos siguientes temporadas. Curro había sido llamado a filas en 1955 –hizo la mili en la Maestranza de Artillería, justo donde hoy está el teatro del mismo nombre- y en 1956 sólo se vestiría de luces en una ocasión. Pero un triunfo en Badajoz acabaría validando otra sustitución providencial que iba a levantar los primeros cimientos del currismo en la plaza de la Maestranza. Fue el 26 de mayo de 1957, ésta vez en lugar de Mondeño para lidiar una novillada de Benítez Cubero en unión de Antonio Romero y el portugués Trincheira. Un pasquín impreso a última hora avisaba del cambio sin saber que estaba cambiando la historia. Ya habrá tiempo para contarla.
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