ESPECIAL MATADORES (VII)
Manuel Escribano: la épica como norma
Festival de toros en la Maestranza
Festival a beneficio de la bolsa de caridad Hermandad del Gran Poder en la Real Maestranza TOREROS: Diego Urdiales, con un toro de Espartaco. ovación y saludos. José María Manzanares, con uno de Daniel Ruiz, una oreja. Daniel Luque, con uno de Victoriano del Río, ovación y saludos. Juan Ortega, con un toro de Domingo Hernández, saludos. Pablo Aguado, con uno de Talavante, dos orejas. NOVILLERO: Diego Bastos, con un novillo de Núñez de Tarifa, una oreja. BECERRISTA: Marco Pérez, con un añojo de Jandilla, dos orejas y rabo, saliendo por la Puerta del Príncipe. CUADRILLAS: Saludó en banderillas Alberto Zayas y sobresalió a caballo Juan de Dios Quinta. INCIDENCIAS: Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Miércoles, 12 de octubre de 2022. Tarde calurosa y lleno de "no hay billetes". Tras el paseíllo sonó la Marcha Real
Toda la expectación levantada en torno al debut de Marco Pérez, ese quinceañero salmantino que tiene revolucionado al toreo fue superada ampliamente por la realidad de ver en el albero maestrante a un niño que como le haga al toro lo que ahora le hace a los becerros se va a fumar todo el tabaco del toreo. Recién cumplidos los quince años y con aspecto de contar con muchos menos, Marco puso patas arriba al templo maestrante con un recital artístico y enciclopédico ante un añojo de Jandilla de nombre Bravío. Desde ponerse a portagayola al estoconazo con que dio cuenta del becerro, lo que en el día del Pilar de 2022 hizo este niño ya está en los anales de la Fiesta, que muy pocos toreros, o ninguno, ha formado en su debut en Sevilla el lío que ayer formó este chiquillo.
Explicar cuanto hizo con capote y muleta se resume en el calificativo de apoteósico. Ya de entrada, sólo verlo andar por la plaza, tan diminuto y aparentemente indefenso, puso a la gente incondicionalmente de su parte. Y cuando con el rabo de Bravío en una mano y la bandera de España en la otra iba en hombros hacia la Puerta del Príncipe un enjambre de chavales fueron a portarlo hasta el Paseo de Colón. Estamos hablando de un suceso sin exageraciones de ningún tipo y en la seguridad de que va a ser asunto principal en las conversaciones taurinas del invierno.
Por lo demás hay que decir que Pablo Aguado supo entenderse a la perfección con Cristalino, el toro de Talavante que le tocó, nunca mejor dicho, en suerte. Le brindó el toro a Espartaco padre e impregnó de sevillanía la tarde para que tras un recital con el capote cuajase una faena de muleta plena de naturalidad, temple y buen gusto, tanto que aunque pinchó antes de la estocada, las dos orejas del buen colaborador fueron a sus manos.
También tocó pelo Josemari Manzanares, que se topó con una máquina de embestir con el hierro de Daniel Ruiz. Tenía Lacerado el infrecuente don de la transmisión y como el alicantino lo entendió desde que lo bordó con el capote, sus redondos y pases de pecho se concatenaron con los naturales y aunque pinchó, tras la estocada se le fue concedida una oreja.
No tuvieron suerte con sus enemigos Diego Urdiales, Daniel Luque y Juan Ortega. Tras un magnífico toreo a la verónica y brindar a la plaza, el riojano realizó una pulcra faena como el renqueante toro requería, que era a media altura, y lo mató a ley, de un estoconazo mediante la ejecución de la suerte con pureza. No tuvieron premio su entrega y esa torería que el de Arnedo destila por todos sus poros, pero Sevilla sigue esperándolo.
Daniel Luque es uno de los grandes triunfadores de la temporada, pero el toro de Victoriano del Río se agarró al piso demasiado pronto y dijo hasta aquí hemos llegado cuando el gerenense estaba dispuesto a meterlo en el canasto. Sólo tuvo opciones Daniel con el capote, herramienta que maneja maravillosamente bien, pero como cuando uno no quiere dos no discuten, tirar por la calle de enmedio es la única solución. Lo mató de certera media estocada y todo quedó en saludos desde el tercio.
El infortunio de Juan Ortega con lo que le sale de los chiqueros es innegable y ayer ocurrió un más de lo mismo. Se llamaba el toro de Domingo Hernández Bárbaro y fue un manso pregonao que salió huyendo del caballo, que se dolió en banderillas y que guardaba lo peor para el último tercio. Le brindó Ortega a Emilio Muñoz, artífice principal de este festival, y lo cierto es que no era toro de brindis. Juan lo intentó tocando todas sus teclas, pero aquello era una misión sin futuro. Rebrincado en sus inciertas embestidas, el toro no daba para nada y Ortega lo mató de estoconazo sin puntilla.
Entraba en el cartel el novillero sevillano Diego Bastos y mostró muy buenas maneras ante un novillo que estuvo siempre muy por debajo de su matador. Le brindó la faena a Luis Vilches y dejó la impronta de abrir una línea de crédito con el aficionado tras cortar merecidamente una oreja. En este novillo sonó el clarinazo sostenido que daba fin a la temporada, ya que lo que venía después como exigencia reglamentaria era una clase práctica para un niño y qué niño, qué alumno, qué prodigio.
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