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Los Remedios estalla de ilusión con su Heraldo

Un cierre de toreo y buen gusto

festival benéfico | clausura de la temporada en la Maestranza

Lluvia de orejas con El Cid, Luque y Oliva Soto al copo, Aguado con una y sólo ovaciones para Diego Urdiales y Javier Zulueta

Los seis toreros brindaron sus toros a Curro Romero

Daniel Luque, en el festival homenaje a Curro Romero. / José Ángel García

La ficha

Festival a beneficio de la Hermandad de los Gitanos y de la Asociación Nuevo Futuro y como homenaje a Curro Romero.

Cartel: Diego Urdiales, con un toro de Núñez del Cuvillo, ovación y saludos. Manuel Jesús ‘El Cid’, con un novillo de Fuente Ymbro, dos orejas. Daniel Luque, con un toro de Zacarías Moreno, dos orejas. Oliva Soto, con un toro de El Parralejo, dos orejas. Pablo Aguado, con un toro de El Vellosino, una oreja. Javier Zulueta, con un novillo de Jandilla, ovación y saludos.

INCIDENCIAS: Festival que cerraba la temporada sevillana en tarde de temperatura confort y sin una pizca de viento. Se llenó la plaza y en la mitad del paseíllo sonaron los acordes de la Marcha Real. Los seis matadores brindaron sus respectivos toros a Curro Romero, que fue recibido con la plaza en pie dándole una gran ovación.  

CUATRO años le contemplan pero se ha metido de lleno en el capítulo de tradiciones de esta Sevilla tan proclive a lo tradicional. Es el festival que cierra la temporada sevillana que empezó con el de la Macarena y que se dedica a engrosar las bolsas de caridad de las hermandades. Y como es habitual copo de toreros de Sevilla que en esta ocasión no iba al pleno porque encabezaba el cartel el riojano Diego Urdiales, pero se considera un sevillano de adopción que encontró las cartas de naturaleza mediante los buenos oficios de su gran valedor Curro Romero.

Y como este festival era a beneficio de la hermandad de los Gitanos y Curro está muy identificado con dicha cofradía, pues Urdiales tenía sitio en este cartel. Y en ausencia de Morante, él estaba encargado de abrir plaza. Le tocó un jabonero sucio de Núñez delCuvillo con el que se lució a la verónica para, después de brindarle a Curro, realizar una faena pulcra y de mucha torería, pero sin que la emoción asomase en ningún momento. Sacó más partido al natural que por el pitón derecho, afloró su torería indiscutida en una trinchera de cartel y cuando se fue tras la espada sólo cosechó una gran ovación a la que correspondió saludando desde el tercio.

El Cid, en el festival homenaje a Curro Romero. / José Ángel García

Demostró Manuel Jesús que El Cid está para retornar a todas las ferias que componen la temporada. Tras una lidia ciertamente desordenada, el saltereño se fue a los medios para meter la tarde en cintura con su toreo vertical, de muletazo largo y templado. El novillo de Fuente Ymbro era el más joven del encierro, más joven aún que el correspondiente a Zulueta, el novillero. Abrió la espita de la euforia Manuel Jesús con una faena sólida y de mucha enjundia. Mató de eficaz estocada y el usía le dio las dos orejas entre el entusiasmo desbordado de los tendidos.

Unos tendidos que siguieron en completo alborozo cuando Daniel Luque apostó por el toreo de cercanías tras una lección de dominio y conocimiento. Fue una faena que tuvo el anticipo de una labor variada con el capote y que tuvo gran acogida con las consabidas cordobinas del gerenense. Hasta llegar al arrimón, Daniel había dado un recital de toreo bueno, pero el público de ayer en la Maestranza era muy de aluvión y lo cierto es que no reaccionó hasta que Daniel se metió en los pitones para calentar con esa tauromaquia tan suya y tan sincera. Y ya con la plaza como un manicomio llegó el colofón de la muerte de bravo toro de Zacarías Moreno que se fue entre aplausos al desolladero mientras Daniel Luque exhibía ufano las dos orejas del enemigo.

Y a escena, el gitano camero Alfonso Oliva Soto, buen torero y sin sitio en el toreo de nuestros días. Salió Alfonso muy decidido para ganarle terreno a la verónica de suerte muy cargada. Le echaron el toro con más cuajo y edad, un negro mulato de El Parralejo que iba a servirle y que lo aprovechó de principio a fin. Un galleo llevando al toro al caballo con gitanería fue poniéndole las cosas de cara. Torero de indiscutible personalidad, cuajó una faena en la que predominaron los redondos y los desplantes. Se fue tras la espada para cobrar una certera estocada, lo que conllevó quedarse para sí con las dos orejas del buen toro de El Parralejo.

La tarde se había embalado, ya habían ido seis orejas a manos de sus matadores y le tocaba el turno a uno de los últimos hijos predilectos de Sevilla, el elegantísimo Pablo Aguado. Y él, que sabe qué teclas ha de tocar, llevó la delicia a los tendidos con su forma de manejar el capote. Ora a la verónica, ora por delantales y chicuelinas, el buen gusto se adueñó de la escena y tras el consabido brindis a Curro, Pablo se fue a la boca de riego para el deleite del buen aficionado. Con su natural naturalidad, hipnotizó a unos tendidos que habían aparcado su euforia para seguir cada movimiento del torero embelesado, tanto que no pareció captar la categoría de cuanto Pablo Aguado recitaba con el toro de El Vellosino, que llevaba de nombre el de Jaranero. Y lo cierto es que no hubo quórum para el pleno y sólo una oreja le concedería Gabriel Fernández Rey.

Y para cerrar la tarde, el novillero que hoy en día acapara la atención de la afición sevillana, Javier Zulueta. No tuvo suerte con el novillo de Jandilla que le echaron, pues de tanto como humillaba antes de llegar a la muleta se había pegado cuatro volantines y eso hizo que el público se pusiera en contra y protestara por no recibir la satisfacción del pañuelo verde. Javier entendió que el toro no permitía bajarle la mano y a media altura le sacó lo que tenía con ese buen gusto que atesora, pero todo quedó en ovación por el mal uso de la espada.

Y así acabó este festival ya tradicional y una temporada que tuvo más luces que sombras y, lo mejor de todo, una notable afluencia en la taquilla. Y todo terminó con el homenajeado respondiendo una y otra vez al calor de ese público que poblaba una Maestranza que no ha sido de nadie más de lo que él ha sido para ella. Y sanseacabó, que diría el eterno Faraón en tarde de toreo y buen gusto.

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