La cesión del Califato con un tórtola y oro de testigo
Historia Taurina
El 29 de septiembre de 1887, en la vieja plaza de Madrid se anuncia el suceso por el que Rafael Molina 'Lagartijo' convertiría en matador de toros a otro cordobés, Guerrrita
Inerte a pesar de conservar su prestancia. Inanimado a pesar de su grandeza. Lo que antaño fueron destellos chispeantes, hoy aparecen apagados y huérfanos de luz. El tiempo ha sido inclemente a pesar de ser un objeto sin vida propia. Hoy es admirado en una vitrina. Ahí permanece.
Testigo mudo de la historia del califato taurino de Córdoba. A pesar de todo, su grandeza permanece inalterable, como también pervive la gloria y fama de aquel que lo ciñó en tardes memorables. Hoy es una prenda admirada en el espacio que lo alberga en el Museo Taurino de Córdoba. Ayer lo fue muchas vísperas de tardes de gloria y tragedia, mientras esperaba el momento de cobrar vida, cuando era vestido por un torero de la relevancia de Rafael Guerra Bejarano, Guerrita en los carteles.
Los trajes de torear tienen historias calladas que es hora de descubrir. El terno de luces es la armadura que reviste al último héroe de la cultura mediterránea. Testigos mudos y callados de lances sobre la arena, en una danza con la muerte entre la gloria y la tragedia. Unidos estrechamente a quien los viste. Carceleros de sus miedos y de sus inquietudes. A veces talismanes en tardes importantes de la vida de los toreros. Otras pierden tal calificativo cuando un accidente se cruza entre el bruto y el hombre.
El toreo vivía sus primeras evoluciones. Seguía siendo una batalla campal entre la fuerza animal y la mente humana. La lidia era cruda y trágica. En Córdoba surgió con fuerza el concepto estilista de Rafael Molina Lagartijo. El Califa del toreo dominaba la tauromaquia de su época. Al drama aportó la estética y la prestancia. Su figura, dentro y fuera del ruedo, era admirada. Los años no pasaban el balde. Siempre se dijo: El toro de cinco y el torero de veinticinco. Rafael Molina comenzaba a acusar el cansancio propio que conlleva la pérdida de la plenitud, pero su obra no quedaría en el olvido. Era la hora de ceder un concepto nuevo y fresco para seguir evolucionando el toreo.
29 de septiembre de 1887. En la vieja plaza de Madrid se anuncia el suceso. Rafael Molina Lagartijo convertiría en matador de toros a otro cordobés. Un torero que venía a acrecentar los pilares puestos por el Califa. Formado en su cuadrilla como torero, aunque también pasó por las de Lavi o Fernando Gómez el Gallo. En todas destacó. A pesar de actuar como banderillero, los públicos eran seducidos por sus formas que oscurecían a los espadas de cartel. Un rutilante terno tórtola y oro esperaba el momento en la silla conformada por el mozo de espadas.
La corrida tuvo su polémica. Nos cuenta Mariano de Cavia, bajo el seudónimo Sobaquillo en periódico El Liberal, que los toros previstos para la ocasión fueron señalados con el marqués de Saltillo. Este, pese a cobrar la señal, decidió finalmente que sus astados no viajasen a Madrid, alegando que no había tiempo para encerrarlos, cuando la verdad es que los había reseñado para ser jugados en Sevilla y ser estoqueados por El Gallo, Espartero y el neófito Guerrita. La empresa, ante tal eventualidad, adquirió toros de Juan Vázquez, originarios de Nuñez de Prado, que a su vez procedían de Adalid, quien poseyó una de las ramas más puras de la ganadería de los Condes de Vistahermosa.
Quiso el destino que tampoco fuera de la ganadería anunciada el toro de la ceremonia. El titular se inutilizó y fue sustituido por un toro de Gallardo de nombre Arrecío. Bien armado el burel. Tomó nueve varas, de las de antes, de Pegote y Curro Fuentes, a los que dio varias costaladas, dejando un penco para el arrastre. No banderilleó Guerrita, lo hicieron el Almendro y el Primito.
El primer Califa, Lagartijo, vestido de verde y plata, como el estandarte del Profeta –según Sobaquillo–, cedió muleta y estoque al toricantano, de perla o tórtola y oro, quien mostró su talento y ser digno sucesor del Califato taurino. Guerrita pasó con nota la tarde de su doctorado, siendo muy ovacionado a la muerte de sus dos toros, e incluso cuando entró en quites.
Cuando todo hubo terminado, se despojó del terno de color tórtola y oro, testigo mudo de una fecha importante en la historia del toreo, aquella en la que el primer Califa traspasó el Califato taurino a su heredero. La evolución del toreo continuaba hacía adelante. De un Rafael a otro. De un cordobés a un paisano. De Lagartijo a Guerrita. Todo con un vestido tórtola y oro como testigo.
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