AMÉRICA TAURINA
Borja Jiménez confirma este domingo en la México
Historias taurinas
Ángel Luis Bienvenida había recibido el brindis del último toro que había matado de luces su hermano Antonio el 5 de octubre de 1974 en la antigua plaza de Carabanchel después de alternar con Curro Romero y Rafael de Paula, hace justo medio siglo. Ese mismo año aún había hecho un último paseíllo en el coso de la Real Maestranza de Sevilla, el día 19 de mayo, también con Romero y en un cartel que cerraba el jerezano Currillo organizado a beneficio de la Hermandad de la Hiniesta.
Se cerraba así una vida profesional condicionada y alentada por el ambiente familiar desde su nacimiento. Antonio Mejías Jiménez había nacido a la vida, y casi al toreo, el 25 de junio de 1922 en Caracas, donde la prole Bienvenida seguía su periplo americano en pos del patriarca, el célebre Papa Negro. Sólo quedaban dos años para la vuelta y con ella el bautizo formal de Antonio que se acabaría uniendo al de otro retoño, Angel Luis, que ya nació en Sevilla con la familia recién instalada en el barrio de la Feria. Juntos acabarían recibiendo las aguas bautismales en la misma pila, la de Omnium Sanctorum, en la que había sido cristianado el mismísimo Juan Belmonte. Antonio, que ya tenía más de dos años, entró andando en el templo de la calle Feria. Cuentan que sus hermanos le animaron a apedrear al monaguillo…
Seis hermanos toreros…
Los hijos del Papa Negro jugaban al toro. Y toreros serían todos. Manolo, seguramente el mejor de su casta, fue un lidiador largo y precoz que formó pareja de becerrista con su hermano Pepe. Fue primera figura hasta su prematura muerte, precipitada por un cáncer de pulmón en 1938. Pepe, el gran banderillero de los años 30, se doctoró en 1931 y no alcanzó ese grado Rafaelito, de breve carrera novilleril, que sería asesinado con sólo dieciséis años por el administrador de la familia –que también se pegó un tiro- en el piso que Ignacio Sánchez Mejías poseía en la sevillana Punta del Diamante.
Fue en 1933. Aquella muerte truculenta espoleó el traslado de la familia a Madrid. Doña Carmen Jiménez se llevó consigo la imagen del Señor del Gran Poder que había encargado a Rafael Lafarque. Pesaba el recuerdo de Rafael, la nostalgia de Sevilla… Pero fue en Madrid donde terminaría de germinar la irremediable vocación taurina de Antonio que en 1936 ya anda toreando becerradas, vistiendo su primer traje de luces –en plena contienda- el 3 de julio de 1937 en el viejo coso de Los Tejares de Córdoba. Al año siguiente, el 26 de junio, llegó el debut con picadores en Cádiz sin llegar a concretar una efímera pareja novilleril con Pepe Luis Vázquez, que también andaba dando sus primeros pasos en la profesión. El 18 de septiembre de 1941 cimentó uno de sus mayores éxitos como novillero cuajando la célebre faena de los tres pases cambiados –herencia remota del Gordito a través del Papa Negro- en la plaza de Las Ventas. Ése y otros triunfos le colocaron a las puertas de la alternativa en 1942, en Madrid, mano a mano con su hermano Pepe y con toros de Miura…
Las cosas no iban a salir como se habían previsto. La fecha se había fijado para el 5 de abril, Domingo de Resurrección, pero los toros reseñados se zurraron de lo lindo después de ser desencajonados en la plaza de Las Ventas. No se podía lidiar el encierro completo pero la autoridad y la empresa decidieron tirar para delante, remendando la corrida con sobreros de otros hierros que ya se encontraban en los corrales. Los hermanos Bienvenida no toleraron el apaño y se negaron a torear si no era una corrida de Miura, dando con sus huesos en un calabozo del que saldrían en la mañana del día 9 de abril, jueves de Pascua, para vestirse de toreros y lidiar, ahora sí, los nuevos miuras que habían llegado de los campos de Sevilla.
Antonio estaba lanzado pero, con esa alternativa recién estrenada, tendría que afrontar un percance brutal que quebraría su ascenso a la cumbre. Fue en Barcelona, el 26 de julio de aquel lejano 42 anunciado en una atípica corrida de doce toros junto a Chicuelo, Nicanor Villalta, su hermano Pepe, Manolete y Pepe Luis Vázquez. El último toro, un bronco trespalacios marcado con el hierro de Ignacio Sánchez, no era apto para florituras pero Antonio se empeñó en repetir la suerte del pase cambiado a muleta plegada sufriendo una horrenda cornada en el vientre. Era la misma casta, de la Trespalacios, que había sentenciado la carrera de su padre. Curiosidades de la historia…
Reapareció en Barcelona, el día 12 de octubre, vestido con el mismo terno, brindando al doctor Olivé y repitiendo la misma suerte. Pero aquella cornada quedó grabada en su alma de torero aunque no logró doblegar su elegante torería añeja, mamada desde la cuna, que convirtió en su propia hoja de ruta en una larguísima e intermitente trayectoria en la que hay que anotar triunfos memorables como los de las corridas del Montepío del 47 y el 52, en medio de la famosa guerra por la denuncia del afeitado que, de una u otra forma, le condenó al ostracismo.
La última época
Decidido a relanzar su carrera, en 1960 afrontó el reto de encerrarse con doce toros –en doble sesión de tarde y noche- en la plaza de Las Ventas. Fue un empeño fallido que le obligó a retirarse a la enfermería, acalambrado después de lidiar al tercero de la nocturna. Su estrella parecía ir apagándose a la vez que rondaba la cuarentena pero su nombre volvió al primer plano al convertirse en padrino de Manuel Benítez El Cordobés, con el que formaba un peculiar contraste.
Bienvenida se había venido arriba pero el escaso eco en los despachos forzó una nueva encerrona: el 15 de mayo de 1964 en la vieja plaza de Vista Alegre de Carabanchel. La moneda salió cara pero aquel triunfo sería sólo el preludio de la grandiosa faena –seguramente la mejor de su vida- desgranada el 5 de septiembre en San Sebastián de los Reyes. Fue el año del fallecimiento del Papa Negro, que dijo a los suyos que se podía morir tranquilo. Pero a Antonio Bienvenida aún le quedaban por dictar algunas lecciones como el excelente trasteo y el indulto de Cubanosito, un bravo ejemplar de Antonio Ordóñez, lidiado en la añorada concurso de Jerez. En 1966 llegó la retirada, que parecía definitiva, después de encerrarse triunfalmente con seis toros de distintas ganaderías en la que siempre fue su plaza: Las Ventas del Espíritu Santo.
Su hermano Pepe le había cortado la simbólica coleta pero Antonio Bienvenida maquinó su reaparición junto a Luis Miguel Dominguín después de haber participado juntos en un festival. Fue su última época, que abarca las temporadas de 1971 a 1974, año del fallecimiento de su madre, doña Carmen Jiménez. El 5 de octubre estaba anunciado en la popular Chata de Carabanchel. Brindó su segundo toro a su hermano Ángel Luis y prometió retirarse del toreo. Fue su última tarde vestido de luces, el mismo día que Rafael Paula cuajó una de las mejores faenas de su vida.
Pasó un año exacto: el 4 de octubre de 1975 participaba junto a sus sobrinos y su hermano Ángel Luis en una tienta en la finca Puerta Verde, de la ganadera Amelia Pérez Tabernero. Había lidiado una becerra llamada Conocida que ya había sido devuelta al campo. Cuando se dio puerta a la siguiente vaca, la anterior irrumpió inesperadamente en la placita campera volteando a Antonio, que se encontraba de espaldas. Cayó sobre su cuello y se destrozó las vértebras. Tres días después moría en Madrid. Su absurda muerte, el impresionante duelo, permanecen instalados en el imaginario popular de toda una generación. Antonio Bienvenida sigue siendo un modelo de naturalidad y torería eterna. Su aura crece con el tiempo.
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