Toreros a la 'napolitana': el conjunto escultórico de Juan Cháez
El escultor madrileño talló un impresionante conjunto de toreros, caballos y toros en el que se retrataba a los legendarios matadores sevillanos Pepe Hillo y Costillares en el ruedo de la Corte
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El II Curso de Tauromaquia y Cultura organizado la semana pasada por la Fundación de Estudios Taurinos fue una excelente oportunidad para estudiar el reflejo del toreo en la historia del arte. Pero dentro de las distintas ponencias atraía especialmente la del profesor Jesús Urrea que volvió a refrescar la memoria de la interesante y curiosa obra del escultor malagueño Juan Cháez, autor de un valioso conjunto escultórico de figuras de vestir que retrata fielmente tipos humanos, indumentarias, animales y circunstancias concretas de unas corridas que figuran en la historia de la tauromaquia. Este conjunto de figuras, que evocan el aire de los belenes napolitanos y hasta la estela de las miniaturas y las terracotas de La Roldana funciona como un inmenso misterio barroco en el que las escenas pasionistas han sido sustituidas por escenas de la antigua lidia.
El profesor Jesús Urrea, ponente en las sesiones celebradas en Casa de Pinelo, ya se había ocupado con anterioridad de la autoría de este conjunto que había sido expuesto al completo en la biblioteca de la Real Maestranza de Ronda en 2010 con motivo del 225 aniversario de su singular plaza de toros. El pétreo coso que se asoma al Tajo del Guadalevín fue inaugurado con dos corridas celebradas los días 19 y 24 de mayo de 1785 en las que tomaron parte el rondeño Pedro Romero y el sevillano Pepe Hillo que, precisamente, centran gran parte del interés de este grupo escultórico documentado por Urrea. El conjunto volvería a ser expuesto parcialmente diez años después en el Museo Municipal Taurino de Córdoba dentro de una muestra titulada De la arqueología del toreo al califato. Entre otros contenidos, se evocaba una concreta función de toros celebrada en la plaza de la Corredera en 1796 en la que estuvieron anunciados los hermanos Romero de Ronda –aunque no comparecieron- y el propio Pepe Hillo, al que le quedaba un escaso lustro para caer en las astas del toro Barbudo.
Una función real de toros
Pero el conjunto de figuras de madera policromada para vestir labrado por Juan Cháez retrata otro festejo singular: la función real de toros celebrada en septiembre de 1789 en la Plaza Mayor de Madrid con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV y la jura del príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII. En esas funciones taurinas de 1789 participaron –y fueron retratados por Cháez- los matadores Joaquín Rodríguez Costillares, Pedro Romero y Pepe Hillo además del picador Laureano Ortega de la Isla y el banderillero Manuel Rodríguez Nona Nonilla. Dentro de las escenas representadas se encuentra un alguacil a caballo; distintos chulos en fases de la lidia, un picador montado sobre un caballo despanzurrado; un puyazo con la montura levantada; un picador atendido después de una caída; la estocada de Pedro Romero; los toreros, con Pepe Hillo al frente, rodeando al toro antes de ser apuntillado y el tiro de mulillas.
Tradicionalmente habían sido atribuidos sin base documental al escultor granadino Pedro Antonio Hermoso pero el investigador Jesús Urrea vinculó la autoría del conjunto con el malagueño Juan Cháez (Málaga, 1750, Madrid, 1809) íntimo amigo de Goya -con el que comparte el mismo universo sensorial y hasta estilístico- y reputado escultor al servicio del infante don Luís de Borbón además de escultor del Real Colegio de Cirugía de San Carlos de Madrid en el que realizó modelos de cera.
Una carta de Pedro Romero, refiere Urrea, permite vincular alguna de las escenas retratadas con esas corridas reales de 1789. Romero reseña la cogida de Pepe Hillo que fue conducido al balcón de la duquesa de Osuna para ser atendido. Ese traslado del matador maltrecho queda nítidamente reflejado en uno de los grupos de Cháez. Más allá de la calidad escultórica de las figuras –que están articuladas para poderse presentar en distintas posiciones- asombra el detallismo de la indumentaria, desde las telas empleadas hasta las redecillas que sujetan el cabello de los lidiadores, pasando por la filigrana de sus botonaduras y guarniciones y hasta el cuero curtido de sus calzados. Ese virtuosismo se extiende a los arreos de las mulas y las monturas y los trebejos supervivientes aunque el tiempo ha hecho desaparecer algunos accesorios como capas, muletas, espadas o banderillas. Se trata, en definitiva, de unas figuras que alcanzan 60 centímetros de alto llegando los montados al metro de altura. Hay que subrayar el dato: funcionan como un retrato fiel en tipos, indumentarias y en el retrato fisonómico. No deja de ser una fotografía en tres dimensiones de un tiempo ya lejano, una nítida ventana abierta a aquel tiempo, las postrimerías del siglo XVIII, en el que se consolida la lidia a pie como espectáculo reglado…
El conjunto, ha documentado Urrea, debió ser realizado como un regalo para la Familia Real y lo disfrutó el infante Carlos Isidro de Borbón antes de pasar sucesivamente, después del secuestro de sus bienes, al duque de Osuna que la instaló en su posesión de la Alameda de Osuna. Posteriormente, a finales del siglo XIX, la adquirió el duque del Infantado, que llevó el conjunto de figuras al castillo de Viñuelas, en la provincia de Madrid. De la casa ducal pasarían al estado español y desde 1999 el conjunto forma parte de los fondos del Museo Nacional de Escultura de Valladolid aunque en la actualidad no se encuentra expuesto.
El grupo escultórico formó parte de los contenidos de la extensa Exposición del Arte del Toreo que se celebró en el Pabellón Mudéjar de la plaza de América de Sevilla en la primavera de 1945. El propietario del conjunto era aún el duque del Infantado que figura como “expositor” de dichas piezas en el catálogo oficial que se editó para la ocasión que forma parte de esa joya bibliográfica titulada Sevilla en la historia del toreo, editada por el propio Ayuntamiento y firmada por Luis Toro Buiza en 1947.
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