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Roca Rey: de las lanzas y las cañas

Contracrónica de la decimocuarta de abono

Roca Rey y sus hombres acudieron a dar gracias a la Virgen de la Estrella tras su ruidoso triunfo en la Maestranza. / @hdadlaestrella

Blasco Ibáñez, siguiendo la estela noventaiochista, trazó una visión crítica de las fiesta de los toros en su novela Sangre y Arena sin evitar rendirse a la poderosa atracción que le provocaban aquellos hombres que, con sus pasiones y sus miserias, se vestían de miedo y oro al atardecer. El final del libro viene al pelo de algunos de los lances y vaivenes vividos en estos días en público mutante de esta plaza, la de la Maestranza, que funciona como una hidra de nueve cabezas que cambian cada día.

“Rugía la fiera; la verdadera, la única” escribió el autor valenciano retratando la reacción de ese público, indiferente a la amarga muerte de Juan Gallardo, el mismo torero -condenado por una femme fatal- al que habían encumbrado en otro tiempo. Más allá del noveleo podemos extrapolar el asunto a los vaivenes que ha vivido estos días Andrés Roca Rey en una extraña Feria en la que pasó de cortar una tibia oreja en la corrida del Domingo de Resurrección a sentir el desapego y hasta la más descarnada animadversión del respetable en la corrida del sábado de alumbrado ante los toros de Victorino Martín en un gesto que quedó opacado por completo en los rescoldos del indisimulado veto ejercido sobre su antiguo vecino Daniel Luque. Lo que haya entre ellos a ellos compete. Roca habrá sabido tomar nota de las consecuencias del asunto. El desconcierto del peruano después de matar los antiguos albaserradas era más que evidente pero, en esa tesitura, había que dar la verdadera medida de figura del toreo.

El peruano pasó de cortar una tibia oreja en Pascua a sentir el desapego del público

Lo hizo favorecido por el mejor lote pero sobre todo espoleado por su férrea determinación de navegar por encima de cualquier elemento. Podremos poner matices, analizar hasta la saciedad los tramos de sus faenas pero no se puede negar ese golpe de autoridad y la capacidad de trocar las lanzas en cañas.

Sin ánimo de caer en una crónica al uso habría que diferenciar entre sus dos toros: el primero, más completo, le permitió escenificar una actuación fiel a su puesta en escena más genuina. Roca fue más Roca que nunca en una labor trepidante, intensa, bien vendida y hasta efectista. ¿Pecó de falta de profundidad? ¿Se acompasó al pitón izquierdo del mejor toro de Victoriano del Río? Podríamos poner peros, matices y perdernos en un análisis sintáctico y morfológico de la faena del paladín limeño pero no se puede negar ni un ápice de legitimidad a este triunfo que marca diferencias y le mantiene en la jefatura del invento.

En realidad el mejor torero, la labor más importante, la de mayor fondo, la íbamos a vivir con ese quinto de fondo manso y teclas que tocar con el que dió otra medida y otra importancia. No era fácil colocarse por el lado izquierdo, domeñarlo y sujetarlo por el derecho, meterse entre los pitones como lo hizo... El remache a su labor era ya inapelable. Y esta segunda Puerta del Príncipe mucho más rotunda que la primera que abrió.

“Estoy muy feliz de que este sufrimiento y esfuerzo hayan valido la pena” declaraba el matador a la finalización de su actuación en los micrófonos de One Toro. Después llegó el gozoso paseo a hombros mirando a Triana. Allí, en la calle San Jacinto, le esperaba su devoción más íntima, la Virgen de la Estrella. Se postró a sus plantas acompañado de toda su cuadrilla para dar gracias por un triunfo que aclara las farragosas líneas de frente que habían brindado los primeros escarceos de la batalla del toreo. Este domingo concluye la Feria. Aún nos quedan los miuras...

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