ESPECIAL MATADORES (IV)
Roca Rey: ¿Estadística o regusto?
Si Joaquín Zalduendo, ganadero decimonónico navarro, viera el hierro de su apellido grabado a fuego sobre las pieles de los toros que hoy lo lucen, se llevaría un disgusto mayúsculo. Los toros que criase se caracterizaban por su casta, por su juego picante y sobre todo por los quebraderos de cabeza que daban a los espadas que ante ellos se enfrentaban. Eran toros de corta alzada, de capa colorada encendida y sobre todo con carácter y bravura encastada. Toros que dieron lugar a una de las castas fundacionales de la cabaña de bravo, a los que el tiempo se encargó de ir marginando por su indómita fiereza. Los zalduendos de hoy son una antítesis del concepto de bravura del aquel legendario ganado navarro. En estos tiempos los toros de así se anuncian, no tienen nada que ver con los que le dan nombre. La vetusta sangre navarra fue sustituida por la hoy dominante de la casta Vistahermosa. Tienen la tónica general de la falta de casta, de fuerza y de fiereza. Tanto es así que la ganadería anunciada en la corrida de ayer dio al traste con el juego esperado por el público que se congregó en el coso califal. Es el toro que piden hoy las figuras de esta fiesta actual. Fiesta que pierde su bastión y cimento principal, que no es otro que el toro. El espectáculo que hoy se puede ver es cada vez más decadente. Es el toro que pide la torería de nuestros tiempos. Un toro que ha perdido sus características más arcaicas, como son la fiereza y la casta. Son los toreros también partícipes, por exigir e imponer estas ganaderías, de las decepciones que arrasan con las ilusiones de todos aquellos que pasan por taquilla y que a fin de cuentas son los que sustentan esta fiesta tan nuestra.
El torero de hoy está capacitado, por preparación y oficio, para poder sacar partido de un toro más fiero y encastado. Ellos han elegido este camino. Un camino que les permite actuar durante la temporada en un buen número de festejos, la mayoría de ellos, como el de ayer tarde, sin que la magia y el duende se haga presente cuando más se necesita. Lástima. Ellos son los que deben de cambiar el guion. De no hacerlo el público, tanto aficionados como casuales espectadores, darán la espalda a la tauromaquia de hoy por previsible y monótona.
Abrió plaza Morante de la Puebla, vestido de amaranto y oro con un singular y peculiar bordado, sin lugar a dudas inspirado en los años veinte del siglo pasado. El de la Puebla es un torero genial, capaz de lo mejor y también de lo peor. Torero de luces y sombras. Aún se conserva en la retina su actuación de hace unos años, donde su singular personalidad cautivó al público de Córdoba. Siempre es esperado en el coso de Ciudad Jardín. Ayer, tras la incomparecencia del pasado año por enfermedad, el espada de la Puebla del Río no tuvo una tarde precisamente brillante. Se le puede achacar sobre todo al juego de sus dos toros, pero también a la inhibición que mostró en su segundo. Ahí se vio la cara gris de su personalidad. Morante estuvo ausente, enfadando de forma notable al respetable. Poco o nada se le vio con el percal. En su primero, logró a base de tesón, y tras muchas probaturas, inventarse un trasteo aparente. Una faena sin fondo, pero con los siempre hermosos retazos de su particular arte y personalidad. En frente no tuvo toro, pero él puso su oficio y al menos dejó la impronta de su toreo. En su segundo, otro toro de pobre juego, se inhibió en la lidia y enfadó a un público que esperaba reverdeciera los laureles, cada vez más lejanos, de aquella tarde de mayo donde conquistó a Córdoba.
José María Manzanares, corinto y oro, se estrelló con un lote vacío de todo lo que se le debe de exigir a un toro bravo. Recibió a su primero con tres lances majestuosos que remató con media verónica de gran plasticidad. Bien bregado por Jesús González Suso, el animal llegó al último tercio con poco fuelle, pero con calidad en sus embestidas. La faena a este primero tuvo como tónica la pulcritud. Trasteo que no pudo remontar vuelo por el pobre juego del toro que le tocó en suerte. El animal se fue apagando a medida que el de Alicante le exigía por abajo. Aún así hubo pasajes que conectó, con su sentido de la estética, fácilmente con el tendido. Mató de una estocada contundente y en la que hizo de forma sobresaliente la suerte del volapié. Estocada que puede ser la que acapare los premios de esta feria corta y reducida. Igual tono en su segundo. Estética, buen gusto y algún muletazo notable. La falta de colaboración por parte del toro hizo que aquello no tuviera el peso esperado por un público que trató al de Alicante con cariño y que lo hizo saludar tras concluir su labor.
Había cierta expectación por ver al peruano Andrés Roca Rey. Roca es uno de los toreros nuevos llamados a renovar el escalafón. Sus triunfos en otras plazas eran su aval de presentación en una plaza en la que debutó en la corrida de ayer. Cierto es que Roca Rey, de nazareno y oro, estuvo dispuesto toda la tarde en gustar al público congregado en la plaza. Con el percal estuvo variado durante toda la tarde. El recibo a su primero fue variado. Intercaló orticinas, lances a pies juntos y chicuelinas ceñidas. Con ello ya se metió al público en el bolsillo. Después quitó en un vistoso capoteo por caleserinas. El toreo de capote mexicano, tan variado y alegre, siempre trae un aire fresco al toreo actual. Brindó al público y citó en los medios para dar dos pases cambiados ceñidos y vistosos. Luego en el toreo fundamental hubo voluntad y ganas, pero el toro, debido a su falta de fuerza, cabeceaba al final de los muletazos desluciendo así el trasteo planteado por el peruano. Aún así Roca Rey no defraudó y gustó a los tendidos. El mal uso del acero le privó de cortar una oreja. Trofeo que sí consiguió en su segundo, donde volvió a poner toda la carne en el asador. Se volvió a encontrar con un oponente vacío y de pobre condición. Roca Rey lo tuvo que hacer todo. Comenzó con estatuarios para intentar acto seguido el toreo fundamental. La faena, debido a las pésimas condiciones del toro, resultó irregular, tuvo eso sí, algún pasaje lúcido, sobre todo con la mano diestra, donde enjaretó dos derechazos largos que hacían presagiar algo importante, pero ahí acabo el toro y con ello las ilusiones de todos. La oreja vino a premiar su disposición durante toda la tarde.
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