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Luis Carlos Peris
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Historias Taurinas
El evidente veto profesional que ejerce Roca Rey sobre su vecino Daniel Luque –el diestro peruano está afincado en una hacienda de Gerena- sirve de percha para hacer un repaso apresurado de algunas de las diferencias más sonadas que han enfrentado a los coletudos, fuera o dentro de los ruedos, a lo largo de la historia. Lo de Luque y Roca viene de un asunto personal que sólo puede ser resuelto entre ambos aunque ha tenido una consecuencia indeseada para el aficionado: la imposibilidad de asistir a un pique real, delante del toro, que avivaría el espectáculo.
Así lo entendían en otros tiempos lejanos en los que el gremio de las sedas y los oros –de natural bravío- se echaba un cuarto a espadas para dirimir sus diferencias. Y de muestra, un primer botón: la pugna entre el sevillano Curro Cúchares y José Redondo El Chiclanero llegó a tales extremos que llegaron a disputarse la muerte del primer toro en la plaza de Madrid armados de espada y muleta. Ambos se dirigieron al palco a la vez, cumplimentaron a la presidencia y se dirigieron al astado para tratar de darle muerte de cualquier manera. Más hábil que el de Chiclana, el de San Bernardo se las apañó para echarlo a bajo con la ayuda de un banderillero. Acabó el día en el calabozo…
Muy distinto es el caso de Joselito y Belmonte, ases de la Edad de Oro del toreo que provocaron airadas peleas y enfrentamientos en una afición polarizada y radicalmente dividida. Cuando subían a los expresos que les llevaban de plaza en plaza procuraban hacerlo por separado para no decepcionar a sus partidarios, que salían de la estación a garrotazos. Luego, metidos en el viaje, se metían en el mismo compartimento, compartiendo las confidencias y los miedos de dos hombres que fueron excelentes amigos. Belmonte confesó a Chaves Nogales que aquella intimidad con Joselito había sido uno de sus tesoros vitales.
Más conocida es la breve competencia orquestada entre Antonio Ordóñez y su cuñado Luis Miguel Dominguín. Acabaría pasando a la historia bajo la pluma de Hemingway que dictaría su testamento vital, periodístico y literario con el libro El verano peligroso retratando aquel duelo. Fue en 1959, cocinado bajo el paraguas de la casa Dominguín para limar las asperezas de los cuñados y añadir un aliciente comercial a la temporada. Pero lo que había sido preparado como un mero reclamo publicitario acabó convirtiéndose en un enfrentamiento real –dos gallos poderosos en el mismo corral- en el que ambos cuñados acabarían siendo heridos de gravedad en distintas ocasiones a lo largo de aquella campaña en la que el premio Nobel norteamericano se despidió del país que tanto amó.
Algo más recientes son otros piques más o menos aireados que delatan el filo de los espolones de algunos toreros. En la memoria doméstica del país aún colea aquel programa de José María Íñigo, Directísimo se llamaba, en el que entrevistó al alimón a Paco Camino y Palomo Linares. La cosa estaba calentita y la entrevista, en realidad, se había programado por separado. Pero Palomo, que estaba en la sala de invitados, irrumpió en el plató y se sentó por su cuenta y riesgo junto al camero con un evidente enfado. Camino le llamó “mushasho”. Se emplazaron en la puerta para partirse la boca; tuvieron que separarlos…
El propio Camino había llegado a las manos con Manuel Benítez El Cordobés diez años antes. Ocurrió en Aranjuez, el primero de mayo de 1965, yema de la gloriosa Edad de Platino. La corrida había despertado una enorme expectación pero el desarrollo fue tan gris como el cielo que cubría la ciudad ribereña. Desde los tendidos pudieron apercibirse de la discusión de ambos espadas. Las palabras dieron paso a los puños y la pugna pasó del callejón al mismísimo ruedo. La cosa partía del quite que le había enjaretado Camino al quinto de la tarde haciendo uso de su turno reglamentario. Las chicuelinas aladas del camero calentaron la sangre del ciclón de Palma del Río que tampoco anduvo fino con el animal. Al llegar a la valla le soltó dos frescas al Niño Sabio de Camas. Ya se había liado… El sexto correspondía a un torero olvidado, Vicente Punzón, que obligó a salir a los púgiles de luces para brindarles la muerte del astado. No faltó el abrazo de Vergara; pelillos a la mar…
El tema de los quites ha dado para más lances más o menos violentos. El viejo Manzanares y Vicente Ruiz El Soro acabaron a mamporros en la plaza de Valencia y delante de un toro en el colofón de un mano a mano dirimido entre ambos matadores el 12 de mayo de 1985. El Soro se subió a picar insólitamente al sexto y Manzanares no dudó en ejercer su turno de quites. El de Foios se bajó del penco y se fue para el alicantino comenzando una refriega que se extendió a las cuadrillas. Algún tiempo después llegaría la reconciliación. Llegaron a ser grandes amigos.
La lista es más larga y alcanza estos tiempos: ahí está el caso de Diego Ventura, excluido de plazas y carteles en los que aún reina su rival Pablo Hermoso de Mendoza. ¿Recuerdan las declaraciones de José Tomás sobre Ponce? Dijo que el valenciano entendía el toreo “arriesgando lo menos posible”. El colmillo era evidente, como el que sacó Alejandro Talavante al mostrarse “indiferente” cuando torea con Roca Rey y afeó la hipotética falta de educación taurina de los seguidores del peruano. No faltaron brindis cruzados, declaraciones y hasta dedicatorias envenenadas en las redes. Pero la cosa no pasó a mayores…
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