La Plaza Monumental de Sevilla y el sueño de Joselito
tribuna de opinión
La gigantesca plaza, con una capacidad para 23.000 espectadores y unas amplias dependencias para el manejo del ganado, convivió con La Maestranza desde 1916 hasta 1918
Cuando esta feria, con ilusiones renovadas, acudamos como un rito a la plaza de la Maestranza, posiblemente muchos no sabrán que hubo un tiempo, breve, en que no fue la única plaza de toros existentes en Sevilla. En el año 1918, en lo que hoy es el cruce de Eduardo Dato con La Buhaira, hace ahora cien años, se inauguró la conocida como Plaza Monumental, que fue empeño y obra personal de José Gómez Ortega Gallito.
Pese a su juventud, intentó transformar en su conjunto la fiesta de los toros, y quizá sea en la historia del toreo la única figura que se ha preocupado no sólo de mandar sino de transformar y modernizar la propia fiesta. A su gran capacidad lidiadora añadió su preocupación por una mejor selección del toro bravo, la mejora en el diseño de los trajes de torear, la profesionalización de la gestión taurina o la modernización de las plazas de toros.
Se ha dicho que la construcción de la monumental de Sevilla fue producto de su capricho enfrentado con la empresa de la Maestranza por no plegarse ésta a sus imposiciones. Incluso se ha llegado a atribuir al despecho de Gallito con la alta sociedad sevillana, que rechazó su relación con una joven hija de un conocido ganadero sevillano. Nada de esto es cierto, al menos en su integridad. No consta un enfrentamiento público de Gallito con la empresa. Es más, salvo en la temporada de 1919, toreó en ambas plazas, igual que Belmonte, y durante un tiempo fue la propia empresa de la Maestranza la que gestionó la Monumental. El rechazo a su pretendido matrimonio es posterior y hasta el momento de su muerte sigue soñando con poder contraerlo, incluso coquetea con la idea de retirarse concluida la temporada de 1920 para poder casarse, algo que también truncó Bailaor en Talavera.
La construcción del coso de la Monumental, por el contrario, hay que entenderlo dentro de ese afán transformador de la fiesta que tanto impulsó Gallito. El torero es consciente de los cambios que se están produciendo en España. La estabilidad social y económica que trajo la Restauración, la modernización de las comunicaciones, el auge de la fiesta y la emigración a las ciudades, especialmente relevante en Sevilla como consecuencia de las obras para la posterior Exposición Iberoamericana, son elementos que llevan a muchos aficionados y al propio Gallito a impulsar la construcción de nuevas plazas más cómodas y que permitan dar festejos a los que puedan asistir más espectadores a precios más asequibles. También, como gran lidiador que era, consciente de los cambios que se estaban produciendo en la fiesta en muchos casos impulsados por él, quiere que las plazas cuenten con unas modernas instalaciones ganaderas para un mejor manejo del ganado y desarrollo de la lidia.
Para el proyecto cuenta con el apoyo incansable del exportador de aceites sevillano e íntimo amigo suyo José Julio Lissen, que hará las veces de promotor. El diseño de la plaza se encarga a los arquitectos José Espiau y Francisco Urcola. La designación de los arquitectos no fue al azar. José Espiau es, junto a Talavera y Aníbal Gonzalez, el arquitecto más importante del Regionalismo y responsable de muchos de los edificios más relevantes de la ciudad. Francisco Urcola, conocido arquitecto donostiarra, diseñó entre otras la antigua plaza del Chofre o la plaza Monumental de Pamplona, siendo uno de los pioneros en la introducción del hormigón armado como elemento constructivo en España. En definitiva, para el proyecto se quiso contar con los mejores arquitectos y las técnicas más innovadoras con el fin de dotarlo de esa imagen de modernidad que se quería transmitir a la propia fiesta.
Las obras de la plaza se iniciaron en 1916 concluyéndose a principios de 1918, siendo el resultado una plaza con capacidad para 23.000 espectadores y amplias dependencias para el manejo del ganado. La corrida inaugural se celebró el 6 de junio de 1918 con Gallito, Fortuna y Posada lidiando toros de Contreras, dándose festejos desde entonces casi todos los domingos y en la feria de San Miguel, cuando se despidió su hermano Rafael.
El año 1919 es el único en el que ambas plazas, en competencia directa, plantean espectáculos simultáneos vetándose los toreros que torean en la contraria. Así Joselito, Valerito, Sánchez Mejías, Camará y Fortuna torearon sólo en la Monumental, mientras que Juan y Manolo Belmonte, Gaona y Rafael el Gallo -que había vuelto a reaparecer con el consiguiente enfado de su hermano- lo hicieron en la Maestranza. Los resultados económicos fueron malos. Sevilla no tenía demanda para dos festejos a la vez y como reclamo del público necesitaba la competencia de los dos colosos: Juan y José. El propio Lissen, incapaz de asumir las pérdidas, abandonó la gestión de la plaza que la pasó a asumir la misma empresa que gestionaba la Maestranza, y el último se plantea una temporada en la que todas las figuras actúen en ambas plazas sin coincidencias.
La muerte de Gallito en Talavera el fatídico 16 de mayo de 1920 supuso el fin de la plaza. Sin su alma máter la misma dejaba de tener sentido. Ese mismo día la Monumental de Sevilla celebró una novillada menor. Más tarde, en junio, una modesta corrida de toros, y ya en San Miguel, El Gallo, Manolo Belmonte y Granero lidiaron el último festejo. El promotor Lissen, en dificultades económicas, no se vio con fuerzas de mantenerla, abandonó el proyecto y la plaza terminó declarada en ruina, derribada y absorbida por el crecimiento urbano de la ciudad.
Hoy de aquella plaza sólo quedan algunos vestigios y un azulejo que en recuerdo de su impulsor colocaron aficionados gallistas y al que me adhiero, ahora que se cumplen cien años desde su inauguración. Transcurrido tanto tiempo, sigo disfrutando de la Fiesta en un marco tan inigualable como la plaza de la Real Maestranza y, a la vez, sigo pensando que la Fiesta necesita reforma y modernización, tal y como hace cien años soñó el Rey de los Toreros y que, como tantos sueños, segó una tarde aciaga de mayo Bailaor en Talavera.
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