Paco Ojeda: "Nací en la Marisma y eso imprime cierta rebeldía, un afán de libertad"
La última leyenda del toreo
El mítico diestro de Sanlúcar de Barrameda ha establecido en Villamanrique de la Condesa, muy cerca de la tierra atávica que le vio nacer, su propio universo personal
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Para encontrar a Paco Ojeda hay que pasar Villamanrique de la Condesa, en las orillas del Coto y muy cerca de esa Marisma feraz en la que nació hace 68 años. Allí sigue entablando un diálogo atávico con los animales que le rodean, con el agua que vuelve a empapar los campos, con el pino, el eucalipto, los caballos, los toros y hasta una pareja de gatos que quiere unirse a la conversación con los periodistas.
En esos predios, lejos de todo y de todos, forjó una tauromaquia intensa y personal que rompió el velo del templo a raíz de su definitiva eclosión en los albores de la década de los ochenta. Lo de Ojeda fue un crack, una auténtica ruptura que reinventó los fines del toreo. Fue un reinado intenso y posiblemente fugaz pero Ojeda ya forma parte de la historia del toreo. Seguramente es la última leyenda.
-Al final ha vuelto a las orillas de la Marisma, muy cerca de donde nació…
-Lo más cerca posible, me da una paz…, un taraje… Aquí soy salvaje, me siento libre. Cuando yo terminaba de torear me iba a la Marisma. Lo hacía cuando empezaba pero mucho más cuando ya estaba metido en el lío. Aquello era una liberación, la tranquilidad, la libertad, el silencio… Necesitaba reencontrarme con una vaca después de haber vendido algo de mí mismo y tenía que recuperarlo en esa intimidad.
-Este trozo de campo de Villamanrique es su refugio personal, aquí ha montado su propio universo. No se puede entender su vida sin el diálogo con los animales.
-No sería vida. Los animales me han dado todo y les he dado mucho más de lo que les he pedido. Simplemente hablándole a los caballos he logrado entenderme con ellos. Ellos te hablan con la mirada, con sus gestos… se comunican si eres capaz de entenderlos. Ahora hablamos de doma en libertad por ponerle algún nombre pero más que doma es entendimiento, un diálogo constante en el que entra el caballo con el hombre. Es una conversación plena.
-Llegó a enseñar a embestir a dos caballos…
-Fue muy sencillo. Estaba en crisis, todo se me venía encima. No me daban tentaderos y todo se había vuelto muy complicado, había muchos toreros pidiendo vacas. ¿Por qué no entrenar con un caballo y me hago a la idea que tengo una vaca embistiendo en un tentadero? Conseguí que me embistieran dos. Me los llevaba a la Marisma y empezaba a hablarles. Hasta que conseguía que embistieran era un número. Yo miraba por si había alguien pensando que me podían tomar por loco. Lo conseguí.
-¿Paco Ojeda se ve como un loco? ¿Como un creador?
-A todo el que tiene el valor de arriesgar para hacer cosas nuevas se le tacha de loco. A lo mejor era eso al principio; luego, creador.
-Pero hay otro diálogo distinto, muleta en mano. Nunca ha dejado de torear.
Son cosas que me ha dado la vida y sólo las dejaré cuando me vaya: esa relación con los animales y torear. Siempre estoy buscando y algo encuentro. Hoy se le hacen muchas cosas a los toros pero intento buscar algo más; siempre hay un filón por explorar. Siempre, siempre…
¿Cuál es el reto? ¿Qué bulle en la cabeza o el corazón cuando torea en el campo?
La verdad es que entro de tal manera que a veces no sé ni donde voy ni donde estoy. Parece que floto, me rejuvenece, me hace niño, me hace mayor… Ahí, en esa parcela, me siento feliz.
-Hay que volver a los años de matador en activo. ¿Cree que su legado, lo que llegó a significar en la historia del toreo, ha sido valorado como debía?
Soy el menos indicado para opinar sobre lo que puedan pensar los demás de mí pero yo creo que sí… en parte. Estábamos en un circuito, andábamos a cuarenta y yo me puse a ochenta. El que no aumentó la velocidad se quedó atrás. Todos han cogido el mismo trazado de curvas que yo dejé. Se puede entender mejor técnicamente: todos están en Ojeda, en ese trazado, quieran o no quieran. El ojedismo está, no sé si mejorado. Pero mejorar un sentimiento es muy complicado.
-Más allá de la reunión con el toro, de parar a los animales, de llevarlos y traerlos… latía un afán creativo que no está suficientemente analizado.
-No está valorado porque eso no se aprende. Tú puedes aprender técnicamente muchas cosas pero el sentimiento no. Aquello lo impulsaba un sentimiento y eso es lo que repercutía en la plaza. Y con eso me quedo. ¿Para alguno no era suficiente? Cuestión de opiniones… pero si Picasso hubiera hecho veinte cuadros como el Guernica no habría sido Picasso. La creación no se puede medir en cantidad. Es fugaz pero los demás quieren contarla.
-Algo de eso ocurrió en los comienzos de su carrera. Le quisieron imponer unas formas que no eran las suyas.
-Querían sacarme de lo que yo sentía y eso me llevó a un momento complicado. ¿Y éste? Éste no soy yo. Había que tener valor para rechazar todas esas cosas, para volver a ser yo. El campo me salvó; y yo mismo. Lo principal es conocerse a uno mismo. Es la base. Si no te vas a hablar contigo no lo va a hacer nadie. Tú eres el que tienes que resolver. Tú. Hoy te quieren resolver la vida los demás. Leer es muy bonito. Pero es más bonito escribir. Tú lees lo que han escrito los demás. Y hay que hacerlo. Lee, pero escribe. A la inversa pasa también en el toreo. Observa, valora, analiza… pero para no hacerlo.
-En ese proceso creativo hay algunos toros fundamentales. Uno de ellos fue el de Cortijoliva, el día de la confirmación en Madrid. Suponía una carta de libertad.
-Fue el principio. A partir de ahí me sentí libre, sabía lo que quería hacer. En la vida hay cosas muy importantes. Si no sabes aprender de lo malo no puedes aprender de lo bueno. Una cosa tiene la misma importancia que la otra. Eso conlleva que las cosas que no han funcionado las puedes poner a funcionar; encontrar el porqué.
-Entre ese toro del 82 y el del 88, ‘Dédalo’, se marcan los seis años de máxima creatividad de Paco Ojeda. ¿Podría decirse que ese animal marcó su propia antología personal?
-Sólo una parte, afortunadamente. La suerte es que no me ha vaciado ningún toro. Si alguno se ha llevado algo, otro me ha permitido sacar otra veta. La reserva siempre ha sido muy fuerte. Por eso, por suerte, jamás he hecho la faena de mi vida. Ésa se acercó a un momento y unas circunstancias a resolver. Había una serie de acusaciones, de preguntas conmigo mismo, y llegó en un momento apropiado. No fue el toro bueno, era complicado, duro… Me sirvió muchísimo.
-¿Es el toro que más recuerda en toda su carrera?
-Es complicado… No hay un toro en mi carrera. Cuando ha venido uno bueno me ha desbaratado todos los esquemas. Esperaba al siguiente. Me planteaba retos… Podía salir ese toro bueno con el que estabas bien, con el que hacías la faena del siglo pero… ¿Por qué no cabe otra mejor que ésa? ¿Por qué no? No puedo quedarme con ninguna.
-Pero aquella faena, la de ‘Dédalo’, ya pertenece a la propia historia del toreo. Después de aquello decidió marcharse de la profesión…
-Yo me quité un par de veces de torear. Daba tanto, tiraba tanto del carro, que necesitaba recuperarme. No puedes engañar a nadie. Había que seguir y era imposible; la quema era distinta. Estaba preparado para que un toro se arrimara a mí, no que yo me arrimara a él. Eso no quema después de media hora, quema al segundo o tercer muletazo. El que no lo ha ejercido no sabe lo que abrasa.
-¿Y eso cómo es? ¿Se pasaba miedo?
-Es como si te ponen una jeringa en las venas para sacarte la sangre. Te deja vacío. Para hacer algo grande tienes que pasar miedo. Para hacerlo bien y con sentimiento tiene que existir el miedo porque si no, eres un inconsciente. El miedo es a ti mismo, a no ser capaz de hacer lo que tú sientes. Por eso me quitaba, porque no quería utilizar nada técnicamente. Si no podía hacer las cosas con frescor, con ese sentimiento, no merecía la pena seguir.
-La eclosión de Paco Ojeda a comienzos de los ochenta fue un auténtico zamarreón pero la crítica de la época tardó más tiempo en verlo que el propio público.
-No, no… Todo tiene su porqué. La prensa, los críticos taurinos, lo habían visto. A lo mejor antes que la gente, pero la consigna era no enseñarlo. Aprendí a relajarme con la crítica destructiva. Si no tienes enemigos no funcionas en esto. Si todo el mundo dice que todo lo que haces está bien eres un pobrecito. Con uno que está muerto en combate no se mete nadie. Métete con el poderoso, con el grande… Eso es lo que me enseñaron. Recuerdo cierta conversación con un periodista, Zabala padre, en torno a lo que se había montado en mi contra con toda aquella plebe. Me preguntó si yo había pagado una publicidad más barata en mi vida. Aquello me hizo reflexionar.
-¿Pero llegaba a afectar esa ferocidad?
-Hubo un momento en que sí porque tú tienes tu amor propio, pero al final comprendes que eso no es lo que vale, lo que vale es lo que se hace delante del toro. Pero si tiran tu moral y tu ilusión por la borda de un papel te acaba afectando. ¿No está esto lleno? ¿No le he formado un lío al toro? ¿A qué viene esto? Es muy complicado hasta que todo encaja en su sitio.
Volvemos a lo mismo… recuerdo un vídeo de Televisión Española con el público de Málaga, literalmente, dando saltos en los tendidos.
O en Sevilla, la gente sacando los pañuelos antes de que entrara a matar. ¿Este es el que no vale? Si le vale a los que pagan… Entendí aquello y me dejó de afectar porque no era lógico.
Nunca ha estado muy a gusto con las exigencias del negocio taurino.
Es que tenía otro concepto de lo que es esto. Acabé aceptándolo pero al principio no. Yo quería hacer una cosa grande. Mi ilusión era haber cuajado un toro en Madrid hasta amansarlo. Ésa era mi ilusión, haberme quedado su bravura, marcharme con el toro detrás… Pero si lo hubiera culminado, posiblemente, no habría toreado más. Estuve a punto con un toro y medio en Las Ventas. ¿Lo hago o no lo hago? Vi que tenía capacidad para hacerlo pero ahí terminó mi interés. Venía andando, me puso el pitón en el pecho… ¡Éste es! No lo terminé pero ya estaba hecho.
-Ha vuelto muy cerca de donde nació, cerca de la Marisma, de los árboles, del río, de los caballos, los burros, los perros, las vacas…
-Muy cerquita. Nací en la Marisma y eso imprime cierta rebeldía, un afán de libertad. Todo eso se lo imprimí a mi toreo. Todos esos seres estaban en mi toreo pero eso agota. Un pintor puede desechar muchos cuadros antes de plasmar lo que siente. Eso es lo que me daba esa soledad, la Marisma… Yo pintaba muchas cosas pero las tenía que romper porque no encajaba en lo que perseguía. Yo era más de campo que de tentaderos pero cuando aparecía en alguna finca había una gran sorpresa entre los ganaderos. Podía haber un montón de tíos en la tapia en Jandilla, en lo de Álvaro, Bohórquez…, cuarenta aficionados para una vaca pero cuando yo salía los ganaderos me pedían que me quedara allí, que no volviera a la tapia. Me sentía incómodo porque éramos muchos. Estaba pasando algo, no ya en la forma de torear sino hasta cogiendo las vacas. Me duraban un segundo de pie. Todo eso venía de la Marisma. Ésa era la diferencia. Había otros que toreaban mejor que yo pero aquello iba más allá del toreo. Es que lo de torear no sé ni de dónde viene. ¿Torear? Si es que yo nunca me he sentido torero.
-¿Cómo? ¿Y qué es Paco Ojeda?
-Es que es verdad. Llámale como quieras. ¿El que dialoga con los animales? En ese diálogo he llegado a un entendimiento pero no soy torero.
Qué daría por volver a aquella Marisma de los 70, acosando a las vacas con la motillo?
Es complicado. No me gustaría volver a empezar pero si tuviera que hacerlo no querría tener nada aprendido. Allí fui libre; siempre volvía cuando me coartaban la libertad. Allí casi no llega el humano; es tierra prohibida para mucha gente que no lo entiende. Ahí empieza el territorio de Paco Ojeda.
Una vuelta a los orígenes
Francisco Manuel Ojeda González. Ojeda desapareció del mapa poco después de su alternativa en 1979. Volvió a los paisajes sin horizontes, a la misma tierra en la que había nacido entre Sanlúcar y La Puebla del Río. Retomó el diálogo con el agua salitrosa, el palmito, el regatón, los espartales y los lucios pero sobre todo con aquellas vacas palurdas de Alventus que le sirvieron para crear un singular lenguaje taurino en la soledad de esos predios. En 1982, mientras en España sólo se hablaba de fútbol, llegó la confirmación madrileña en una de esas corridas de trances desesperados que le colocó en el circuito. Canastillo, un torazo de Cortijoliva, sirvió para revelar el ojedismo.
La aparición de José Luis Marca, su futuro suegro, terminó de lanzar aquella ruptura conceptual que dejó en evidencia a la prensa más encopetada. Quedaban seis años para que alcanzara su propia cumbre inmortalizando la fiera embestida de Dédalo, un toro de Juan Pedro Domecq que condensó todo su legado. El toreo de Paco Ojeda, un patrimonio inmaterial, pertenece a la historia del toreo, a la mejor cultura de este país.
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