Morante de la Puebla: “Esta temporada es fundamental y única"
Este viernes torea en La Maestranza en una apuesta jamás igualada por ningún otro torero en la historia
“Yo pasaré y quedarán mis hechos”
Morante de la Puebla hace este viernes el segundo de los seis paseíllos que tiene programados en el abono sevillano, una apuesta que no ha sido igualada por ningún otro torero en la historia.
Su perfil noble, cada vez más abelmontado, se recorta al contraluz del ventanal que da, casi frente por frente, a una de las fachadas del Archivo de Indias.
Morante de la Puebla se encuentra en una sastrería de caballero encargando dos trajes a medida. A ratos, puede parecer relajado, pero el sentido del deber, un sentido del deber que él mismo se ha impuesto, le contrae fugazmente el ademán.
Lleva el peso de la temporada a sus espaldas y, en cierto modo, también el devenir del toreo. La gente acude a las plazas a verlo y su nombre ha trascendido fuera del ámbito taurino.
-¿Es usted enemigo del prêt-à-porter y de cualquier cosa que se produzca en serie?
-El buen gusto, en general, se está perdiendo. Aunque siempre ha sido una cosa de minorías. La sociedad cada vez se preocupa menos por el buen gusto y más por la comodidad.
-¿Podría decirse que rechaza la modernidad y, en concreto, que el toreo se modernice?
-El toreo es una tradición. Yo lo asemejo con la Iglesia católica en lo que respecta al rito. Evidentemente, un entierro no es hoy como era hace dos siglos. Pero nunca se debe perder lo esencial. La tauromaquia se puede modernizar en algunos aspectos, pero no en todos. Si no, perderíamos nuestra razón de ser. No soy muy partidario de las modernizaciones porque son muy peligrosas en el ámbito de las tradiciones.
-¿Qué es lo poco que usted permitiría cambiar en el mundo del toro?
-Bajo mi punto de vista, la Fiesta tiene que ser más dinámica, más rápida. Ya volvemos otra vez a Joselito y a Belmonte. A Belmonte le gustaba hacerlo todo despacio: comía despacio, andaba despacio... Y el mundo del toro, a la muerte de Joselito, se fijó en Belmonte. Así que imperó la lentitud, la despaciosidad... Y yo no estoy de acuerdo con eso. Yo prefiero el ritmo. El buen ritmo. Al maestro Curro Romero, casi siempre le escuché decir: “Despacito, despacito…”. Y a mí, tan despacito, no me dice nada. Despacito cuando el toro embista despacito. Si un toro embiste ligero, coges el capote y te lo llevas. Con esto no pretendo criticar al maestro, pero tengo que decir lo que siento. Esa palabra, despacio, se ha vuelto odiosa por ser tan repetida. A veces, hay que ser rápido. Joselito era rápido cuando había que serlo: para poner banderillas, para hacer un quite a un compañero... Si no, caemos en el tedio.
-¿Y cuál es su opinión sobre las escuelas taurinas?
-Son una forma de dejar ahí al niño, de lavarse las manos y de que se encargue el maestro. Y los toros son algo independiente, del individuo, de su soledad, de buscarse la vida. Las escuelas y sus órdenes van en contra de la creatividad, de la personalidad más íntima. El toreo puede compararse al baile. Si pones una academia de baile, todos los alumnos bailarán igual o parecido. Sin embargo, si el niño se cría en la calle viendo bailar a su tío, a este, al otro, acabará bailando distinto. Y la distinción, el estilo, es lo que se cotiza en el toreo y lo que llama la atención. Lo otro es el baile de academia. Y eso ni es hondo ni arrastra al público. No me gustan las academias. Que cada niño toree como le dé la gana.
-Tengo la impresión de que usted se considera un eslabón entre la cultura taurina del pasado, la que llegó a vivir en la marisma y la que ha estudiado, la que ha visto en fotos antiguas y leído en viejas crónicas, y la que está por llegar.
-El toreo es un sentimiento, una filosofía. Después, llevarlo a cabo delante del toro, es muy difícil. Y no todos los que tienen ese sentimiento triunfan. Porque también hacen falta unas condiciones físicas, un valor... Yo hago lo que puedo y, en estos momentos, lo que más persigo es enseñar el camino a los que vienen, pero desde la cultura, desde lo que yo he aprendido y escuchado; no desde un planteamiento nuevo.
-¿Quizá por eso ha sentido la responsabilidad de ponerse al frente, de torear en todo tipo de plazas, todo tipo de ganaderías y con todo tipo de toreros? ¿Quiere marcar un camino?
-El año pasado empecé a torear otro tipo de encastes y, este año, algunos compañeros se han apuntado y no lo ven con ojos tan sorprendidos. Quizá el año que viene se planteen torear en más lugares, en más pueblos... El toreo es una maquinaria que tiene que funcionar. Los toreros jóvenes, a veces, no cuentan con el tirón del público y somos nosotros, las figuras, quienes debemos movernos. Este año, soy yo. El año que viene, ya se verá... ¡Tampoco todos los años el Betis gana la Copa del Rey!
-¿Lo de anunciarse cien tardes no suele hacerse al principio, cuando uno empieza, y no con 25 años de alternativa?
-Esta temporada es fundamental y única. El año que viene no voy a repetir la cifra de corridas, ni esto ni lo otro. No sé qué haré. Si hay algún año de referencia para el que venga detrás, será éste. Pero quería tener en mi historial torear el centenar de tardes. También para darle auge a muchos pueblos que necesitan la presencia de figuras para ilusionarlos. Repetir esto dos años no tendría sentido. Sería como el torero mayor que pretende ser joven. Ojalá los toros me respeten y pueda cumplir este sueño. Por un lado, es una vocación: yo nací queriendo ser torero. Por otro lado, es una responsabilidad. En mi caso, la de ocupar un lugar donde soy referencia. Yo pasaré y quedarán mis hechos. Si no lo hago, no habré logrado enseñar las formas más clásicas que yo he aprendido.
-Precisamente acaban de quitarle el cabestrillo que le inmovilizaba el hombro después de la espeluznante voltereta que sufrió en La Línea de la Concepción y que le provocó hacer el paseíllo infiltrado el Domingo de Resurrección en Sevilla. ¿Cómo se encuentra ahora?
-Bien, a pesar de que me ha dolido bastante.
-¿Los toreros pueden permitirse decir que las cornadas duelen? ¿No existe la costumbre de tragarse el sufrimiento y tirar para adelante?
-Es cierto que los toreros nos mentalizamos para que el dolor no sea algo que nos frene, o incluso que sea importante. Y claro que nos frena y que es importante. Recuerdo mis comienzos, cuando a un torero lo cogía un toro y, a continuación, se miraba. Los taurinos de aquel tiempo decían: “Ay, no me ha gustado porque se ha mirado”. Yo crecí con eso. Aunque me doy cuenta de que era una brutalidad. De novillero, recuerdo también haber tenido alguna voltereta y no mirarme porque se me venían a la cabeza aquellos comentarios de los aficionados mayores. Mi hijo juega al fútbol y, a veces, me dice: “Papá, que me duele esto, que me duele esto otro”. Y le intento inculcar que no le preste mucha atención al dolor. Considero un valor bueno aprender a no quejarse en la vida, porque la vida está llena de dolores... Sin embargo, mi hijo se sigue mirando bastante.
-¿Cambia la forma de torear, de salir al ruedo, cuando uno es padre?
-Bergamín decía una cosa muy bonita y bastante cierta: “La suerte de un torero es la de no tener donde caerse muerto”. Lo decía en referencia a que un torero, cuando sale a la plaza, cuantas menos cargas tenga, mejor. Cuando tienes hijos, todo provoca que el carro sea cada vez más pesado de llevar. Qué le vamos a hacer si yo ya tengo donde caerme muerto. Cuando toreo, me acuerdo muchas veces de esas palabras de don José Bergamín. Cuando salgo a torear, me gustaría no tener donde caerme muerto e intento sentirlo de esa forma. A veces, se supera mejor; otras, peor. Pero, indudablemente, cuando un torero va cumpliendo años y va adquiriendo una familia, resulta más difícil olvidarlo todo.
-¿Se acostumbra uno a vivir con la muerte en los talones?
-Más o menos te acostumbras. O intentas convencerte. Por la noche, cierro los ojos y empiezo a imaginar faenas: el toro sale, para allá, para acá... Continuamente, estás dándole vueltas a la cabeza. Muchas veces veo a compañeros que entrenan asiduamente, hablo a nivel físico, y les digo: “Lo importante es entrenar con la cabeza”. Imaginar con la cabeza. Soñar con la cabeza. Lo otro es relativamente necesario, pero la que crea es la cabeza.
-¿Concilia usted el sueño antes de torear?
-Me hace gracia porque Rafael de Paula siempre me hace la misma pregunta: “¿Cómo has dormido? Es muy importante dormir bien”, me dice. Sí, suelo dormir bien.
-¿Y cómo es su vida cuando no está toreando, bien físicamente o con la cabeza?
-Relativamente simple. Vivo en el mismo lugar donde nací, La Puebla del Río. Tengo allí una finquita donde me entretengo, juego al fútbol, me gusta también el boxeo... Siempre me mantengo activo. Tengo una vida muy parecida a la que llevaba cuando era un chiquillo. Recuerdo la ilusión que todo me producía cuando era un niño, y el desatino que tenía por ir a un herradero o a un tentadero. A veces, intento buscar esa emoción y ya no aparece en mí. Eso me produce nostalgia y un poco de tristeza. Pero uno va creciendo... En esos inicios, donde la vida te iba sorprendiendo, aquello era maravilloso.
-¿Qué dice ahora su padre, que era quien le llevaba a aquellos primeros tentaderos?
-Mi padre ahora está algo más enfermucho y la cabeza no la tiene del todo bien. Me da mucha tristeza verlo así, pero es la vida. Él pregunta, llora cuando le cuento que he cortado una oreja o dos... Mi padre ha luchado mucho por mí. Ahora me dice bien poco. Cuando iba al colegio, mi madre me daba veinte duros para comprar un pastelito. Me gustaban más los dulces que un bocadillo. Y yo guardaba el dinero para comprar mi primera muletilla. Después, mis padres tuvieron que pedir un préstamo para comprarme capotes y muletas, ya de profesional. Mi familia era humilde y mi profesión costaba mucho dinero. Aunque siempre he tenido la suerte que gente del mundo del toro me ha apoyado. Gente que apostaba por mí.
-Ha llevado el nombre de su pueblo, La Puebla del Río, por medio mundo.
-Cuando empecé, yo sentía el orgullo de mi pueblo hacia mí. “Tenemos un torero”, decían. Aquello era una cosa tremenda. Yo ofrecía mi vida por ser el orgullo de mi pueblo. Hoy en día, no. Hoy en día lo hago, en parte, porque hay muchos enemigos de la Fiesta, y es algo tan impensable para un torero que alguien esté en contra de la nobleza de tu pensamiento... que te entristece. Es lo que tenemos. El pensamiento noble de un torero no tiene nada que ver con la brutalidad ni con la crueldad.
-¿Respira sabiendo que está anunciado seis veces en el abono de Sevilla?
-Respiro porque son cuatro tardes ahora y dos en septiembre, en San Miguel… Por eso, respiro un poquito (ríe). Quería hacer algo especial. Tengo esa responsabilidad con el toreo y con Sevilla. Sé que está al alcance de muy pocos. Nadie había toreado nunca en el abono seis tardes (reflexiona un momento). ¿Sabe lo que tampoco he hecho nunca? Indultar a un toro. Tengo muy mala suerte en los sorteos.
-¿Y le haría ilusión lo del indulto?
-Tampoco mucho.
-¿En qué cree usted: en Dios, en el destino, en que lo que es para uno es para uno?
-Creer o no creer, a veces, no es lo más importante. Lo que pase, te va a pasar y no hay Dios que lo cambie. Dios es para después de la muerte. En vida, Dios no está para cambiar las cosas. Por eso, en vida, intento no pedirle mucho a Dios. Cuando sale el toro, muchas veces digo: “Que sea tu voluntad y no la mía”. ¡Pero por decir algo! Porque eso de tanto pedir, tanto pedir... No soy de pedir. Será por eso que no tengo suerte con los toros en el sorteo.
-¿Estamos haciendo un espectáculo demasiado previsible?
-Cuando una cosa te la esperas, no tiene la misma emoción. Por eso hay que estar continuamente inventando, pero sin pasarte, porque corres el riesgo de caer en el ridículo.
-¿Se torea como se es o como se está?
-Ahí le doy la razón a Belmonte: como se es. Muchas veces, en el ruedo, te invade la pena o el miedo, o la depresión. Y a pesar de ello, las cosas salen bien. Es cuando uno echa una risa falsa. El vestido de torear no es tan transparente. El torero también sabe engañar al público con una sonrisa falsa. No es tanto engañar como actuar. Pero no es cierto aquello de “como está feliz, triunfa”. Yo digo que no.
-Y cuando le vemos sonreír esta temporada, ¿es de verdad?
-Ahhhh, eso no se lo puedo decir.
(Y Morante, embaucador, levanta las palmas de las manos mientras ríe. Todo en él es un misterio. El sastre le llama para empezar a tomarle medidas).
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