OCIO
El bar La Centuria abandona las setas de Sevilla

De Morante a Juncal

Contracrónica de la quinta de abono

La tarde no respondió a las expectativas levantadas. La plaza de la Maestranza enmarcó en 1987 el desenlace de la serie de Jaime de Armiñán, recentísimamente fallecido

Natural de Morante al primero de la tarde, única faena destacable de toda la tarde. / José Angel García

EL jueves de preferia respondía, por fin, a la decoración de una primavera plena. Apretaba el calor, picaba el sol y se mascaba ese run run de las tardes grandes que no tardaría en verse defraudado. De los toros que se habían embarcado en Lo Álvaro se marcharon cinco al campo hasta aprobar el sexteto y los dos sobreros que se acabaron sorteando por la mañana. No, no era la corrida que había soñado el ganadero; ese encierro que enamoraba por sus hechuras en el cerrado. Pero qué se le va a hacer...

Más allá de la cuenta de resultados del antiquísimo hierro ducal -que también tiene que pechar con algunas ideas preconcebidas- se puede anotar la faena reunida de Morante al primero y los detalles de Pablo Aguado en una tarde que volvió a certificar el destierro profesional de Manzanares. No fue una corrida de nota, está claro. Pero también hubo algún toro para estar mejor.

Dejémoslo ahí, centrándonos en el buen gusto, la sensibilidad y la lealtad de Juan Pedro Domecq Morenés que cambió la antiquísima divisa blanca y grana de los toros de Vázquez por las cintas negras que evocaban a un amigo que se fue. Hablamos de Ramón Ybarra, íntimo del ganadero y habitual de esos tentaderos que suelen rodear los fastos abrileños. Una fotografía suya, colocada en el alféizar del palco, ha acompañado estos días la prueba de las becerras. Secretos del campo bravo...

Los toros de Juan Pedro Domecq saltaron al ruedo con divisa negra en recuerdo y homenaje a Ramón Ybarra, recientemente fallecido

Pero hay otra desaparición reciente que lamentar. Es la de Jaime de Armiñán, creador de un personaje inmortal -hablamos de Juncal- que forma parte de nuestra memoria sentimental y doméstica. Armiñán condensó en un puñado de capítulos y la novela posterior el alma de la fiesta, la esencia de esos hombres -tan buenos, tan malos, decía la sueca que se ligó el viejo torero en Córdoba- que pululan por este mundo de sedas y oros. El tono declinante de la corrida daba para esas divagaciones, recordando que la serie también era el retrato de una Sevilla, inmediatamente anterior a la Expo, que también se marchó para no volver. El metraje cinematográfico es un catálogo de tipos, sentencias y lances que, en muchos caso, fueron reales.

La filmación enseña la ganadería de Gabriel Rojas, la ciudad destartalada y auténtica que legó los 80 y, sobre todo, esa plaza de la Maestranza -cómo estás reina mía- que se convierte en el alfa y el omega de una serie que no se podría entender sin la interpretación de Paco Rabal. La memoria sigue desempolvando curiosidades: el capítulo final, con el fracaso del hijo en su alternativa y la muerte ritual del padre, se rodó en torno a una corrida auténtica organizada en la plaza de la Maestranza.

En realidad no tenía que haberse filmado en Sevilla pero la cogida de Luis Miguel Calvo en la plaza de Burgos, que también sale retratada en la serie, cambió los planes iniciales. Se pretendía rodar su doctorado real -era el día de San Pedro de 1987 y estaba anunciado junto a Robles y Ortega Cano- pero la cesión de trastos no pudo verificarse por culpa del fortísimo percance que el torero-actor sufrió en el tercio de banderillas.

La alternativa de Luis Miguel Calvo, celebrada en la feria de San Miguel, se incluyó en el final de la serie

En esa tesitura hubo que esperar a la feria de San Miguel de Sevilla para, a la vez que se convertía en matador de toros, rodar el final previsto de Juncal, tres años justos después de la trágica muerte de Paquirri. El padrino iba a ser en esta ocasión Manili y el testigo Tomás Campuzano. Los toros pertenecían al hierro del conde de la Maza.

El resto forma parte de los recuerdos gozosos de toda una generación que le deben tanto a Jaime de Armiñán. En aquellas noches remotas de sábado -la serie se emitió en 1989- contemplamos a Juncal enseñar las esquinas de un mundillo de santos y pícaros que, en realidad, se les escapaba como agua entre las manos. Gloria a Armiñan, a Paco Rabal y sobre todo a ese Juncal que toreó en la Maestranza vestido de blanco cuando nuestra vida era aún un mar de orillas remotas.

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