'Mondeño', el torero monje
Juan García, 'Mondeño'
Es un personaje de novela. Se crió en una choza en Andalucía, respiró el éxito en la cumbre del toreo. Tomó los hábitos de fraile y retornó a los toros. Tras su retirada, únicamente ha asistido a tres corridas. Vivió en México, España y desde hace un cuarto de siglo reside en el corazón de París, envuelto en una vida 'glamourosa'.
"¿Cómo ha dado conmigo?", pregunta sorprendido Juan García Mondeño, nacido hace 75 años en Puerto Real y que tomó la alternativa el 29 de marzo de 1959 en la Maestranza, de manos de Antonio Ordóñez. Formó parte de aquel archiconocido cartel compuesto por Puerta, Camino y Mondeño. Alejado del mundo taurino, señala: "Hace muchísimos años que no he concedido una entrevista".
-Juan , ¿cómo llegó al toreo y por qué?
-Mi familia era muy pobre. Viviamos en una choza, entre Puerto Real, donde nací, y Medina Sidonia. Mi madre, con el trigo sobrante del campo, lo molía y hacía una pasta que comíamos mis padres y mi hermano Pepe, que murió muy joven, a los 50 años. Mi padre trabajaba de guarda en la finca de Terry. Nos hinchamos de aquella pasta y de tagarninas. Un banderillero, Carnicerito de la Isla, me dijo que tenía planta de torero y me alquiló un traje de luces para salir de sobresaliente. El rejoneador no mató al toro. Me quedé tan quieto que pensaron que no tenía sangre en las venas. Entonces, me contrató Curro Rodríguez para torear en San Fernando. Yo tenía 18 años. Luego, en Cádiz, formé un lío, toreando sin picadores, junto a Curro Girón.
-Deslumbró de inmediato.
-Sí. Aunque vino la cogida de Zafra, que me dejó cojo en 1957. Me trató un médico en Lisboa. Tenía lesionado el ciático. Me dijeron que no podía torear más.
-Pero llegó a hacerlo con una prótesis...
-Me gasté el dinero que tenía para la prótesis, que ideamos mi amigo Rafael Vaquerizo, sevillano, y yo. Tenía unos hierros que subían por la pantorrilla y una hebilla. Me hicieron unas zapatillas con una especie de tacones para que un muelle me posibilitaba el movimiento que no podía hacer mi pie derecho. Al año siguiente toreé en El Puerto con la prótesis y el aparato se salió. Una cosa era torear en el campo y otra en la plaza con zapatillas. Toreé más de 30 novilladas picadas y en el 59 era famoso. En Sevilla, que me ayudó mucho, corté una oreja a un toro de Carlos Núñez y nadie se enteró de que llevara el aparato. Las cosas fueron adelante y tomé la alternativa de manos de Ordóñez en la Maestranza.
-¿Qué le imponía más, el toro o el público?
-Sin duda, el público. La verdad, no pasaba miedo.
-Entonces, ¿qué lectura hace del miedo?
-Es algo natural, pero que hay que soportarlo para no caer muerto (se ríe)... de miedo.
-¿Y qué es el valor?
-Un don especial, con el que se aguanta el miedo lo máximo posible.
-¿Cuáles fueron sus mejores faenas y en dónde?
-Varias. En Sevilla, de novillero; Valencia, Barcelona, Bilbao, Santander, Tarragona. Casi siempre he dado lo que podía, por eso el público me respetaba.
-¿Y sus plazas predilectas?
-Sevilla y, lógicamente, en mi rincón, El Puerto. De Sevilla me gustaba el silencio y el respeto. Además, la gente está muy cerca, alrededor tuyo. No es como en las plazas monumentales.
-¿Qué es el triunfo?
-Parte de la vanidad humana, que a mí no me ha gustado nada.
-¿Y el fracaso?
-Forma parte de la vida. No sólo del toreo. Es como la guerra, tiene que llegar para que aprendamos del mismo.
-¿Qué precio pagó por ser torero?
-Ninguno. He recibido alegrías, reconocimientos y algunas cornadas, pero éstas forman parte de la Fiesta.
-Fue uno de los toreros más castigados de su época.
-Recibí una veintena de cornadas, dos de ellas muy duras. Sobre todo, una en Zaragoza, en el estómago y otra en la femoral, en Santander. Álvaro Domecq y Pepe Camará me dijeron que me parecía mucho a Manolete.
-¿Qué buscaba cuando toreaba, qué sensaciones tenía?
-Únicamente quería sentirme querido y admirado por la gente. Ver a la gente feliz. Para mí, el público era lo más importante. El torero es un ser importante. Nos jugamos la vida de verdad. Mi toreo, por mi forma de ser, fue místico, de gran verticalidad y me gustaba pasarme muy cerca el toro. Nunca quise torear más de sesenta corridas en una temporada.
-De hecho, para mí usted es el eslabón entre Manolete y José Tomás. ¿Qué opinión tiene de ellos?
-A ninguno de los dos los he visto torear. De Manolete me hablaron muy bien y mucho Domecq y Camará. A José Tomás sólo le conozco personalmente.
-Tras su éxito decide cambiar el traje de luces por los hábitos de dominico. ¿Por qué?
-Desde niño quería haber sido misionero. Mis padres no sabían leer ni escribir, pero nos educaron muy bien. Cuando llegaba una visita nos levantábamos, no hablábamos fuerte. Pisé la escuela por primera vez cuando tenía 13 años. Fui a San Juan Bautista de la Salle. Allí aprendí valores cristianos. Parece ser que tenía sentimientos profundos para ser sacerdote, aunque mi abuela paterna, la Pepa, que era más valiente que El Guerra y anticlerical, se oponía radicalmente. En el 63, con todo a mi favor, ingresé en la Orden de los Dominicos. Quería que me hubieran mandado donde no me conocieran, pero decidieron que iría un año a León y otro al convento de Caleruega (Burgos). La gente iba en peregrinación. Recuerdo a un hombre enfermo que había llegado desde Palma y me dijo que se tenía que confesar conmigo porque yo era un santo, como si yo fuera San Martín de Porres, y le quedaba poco de vida, como así sucedió. Tomé los hábitos. En la calle había miles de personas, con el Nodo. Aquello no fue lo que esperaba y volví a los toros. Era torero y era lo que sabía hacer. Luego, me fui cuando quise, con la vida solucionada económicamente.
-¿Hay similitudes entre un torero y un monje?
-Hay algo especial entre ambos mundos y es la liturgia, como sucede incluso a la hora de vestirse el torero y el religioso.
-¿Ha continuado viendo toros?
-No voy a los toros. Desde que me retiré sólo habré ido a dos o tres corridas y porque me lo han pedido amigos. Una, en México, con Antonio Ordóñez; otra en Sevilla y otra en El Puerto. No quiero ir porque sufro mucho. La Fiesta es muy dura. Para mí el toreo fue un medio de vida, no una vocación como les ha sucedido a muchos otros. Es algo que me puede. Cuando toreaba yo no sentía miedo. Pero desde el tendido, viendo a amigos, lo paso fatal. Ni siquiera las veo por televisión.
-¿Cómo es su vida ahora?
-Vivo en París, cerca del Arco del Triunfo, desde hace 25 años. Antes residí en México D.F., Madrid y Barcelona. Ahora llevo una vida con mucha actividad social. Una de mis aficiones son los coches de época -posee cinco: dos Rolls Royce, un Mercedes, un Ferrari y un BMW-. Hace poco gané un premio de belleza y mecánica en el concurso Entusiastas del Club Rolls Royce en Inglaterra. Es una afición cara, por el mantenimiento de estas joyas. En agosto acudiré a otro en Estados Unidos. También soy un amante de la Harley y en marzo acudo a una convención que se celebra todos los años en Florida. Otra afición es la buena mesa, acudo a restaurantes como El Bulli, que es muy bueno. Cuando tengo oportunidad, para alejarme del ajetreo, me voy a mi casa en Mairena del Aljarafe, donde tengo naranjos, cabezas de toros y me relajo regando las macetas.
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