Martín Morilla se impone a la mansedumbre

NOVILLADA DE ABONO

El fondo rajado del encierro de Chamaco sentenció la mayor parte del festejo que estrenaba el horario nocturno

El joven novillero de Morón, al que apodera Jesulín de Ubrique, cortó la única oreja gracias a su toreo al natural

El repaso: a retortero con el tema de las novilladas

Una oreja que no nos redime

Martín Morilla cortó la oreja del sexto, único novillo potable del envío de Chamaco.
Martín Morilla cortó la oreja del sexto, único novillo potable del envío de Chamaco. / José Ángel García

Las cosas iban mal, rematadamente mal, cuando salió el sexto novillo de una noche marcada por la extrema mansedumbre del encierro de la familia Borrero, que debutaba en el abono sevillano. Carreras y más carreras, aire rajado, falta de clase y estilo... Ese sexto tampoco iba a inspirar demasiada confianza cuando se frenó con aire de buey de rodeo en el capote de Martín Morilla, el joven novillero de Morón de la Frontera que además de hijo del imaginero Manuel Martín Nieto es ídem del empresario Manuel Morilla, descubridor de Jesulín de Ubrique que andando el tiempo llegaría a alcalde de su pueblo.

FICHA DE LA NOVILLADA

Plaza de Toros de la Real maestranza de Caballería

Ganadería: Se han lidiado seis utreros de Chamaco, bien presentados y de común fondo manso. El primero resultó blando, soso y noble; manso total el segundo; muy deslucido el tercero; manso y geniudo el cuarto; sin raza el quinto y algo más potable el sexto .

Novilleros: Nek Romero, de verde billar y oro, ovación tras aviso y silencio tras aviso . Tomás Bastos, de rosa y oro, vuelta tras floja petición y silencio. Martín Morilla, de obispo y oro, silencio y oreja.

Incidencias: la plaza registró algo menos de media entrada en tarde noche de agradable temperatura.

Los vericuetos de la vida han querido que el propio Jesulín se haga cargo de los asuntos profesionales del chaval que brindó a su mentor antes de ponerse a torear con sincera entrega, espatarrado y con sentido de la expresión a un novillo que, sin rematar del todo, sí fue obediente en las telas. El trasteo brilló y se basó en la mano izquierda por la que Martín Morilla iba a trazar varias tandas macizas de naturales que estuvieron presididas por una infrencuente cadencia. El chaval tuvo sentido de la medida y se marchó a por la espada después de un sabroso ramillete de ayudados. Quizá faltó mayor contundencia con el acero pero la oreja, que era de cajón, le viene de perlas y sirvió para paliar el desastre cuando el festejo pesaba como una losa y se creía sentenciado sin remedio. Enhorabuena. Antes había pechado con un tercero tan manso como el resto. Pero el novillero de Morón, a pesar de su entrega, iba a quedar inédito ante las asperezas de un animal descompuesto, deslucido y ayuno de cualquier clase.

Había abierto cartel Nek Romero, un novillero valenciano que tomará la alternativa en octubre en la plaza de su tierra de manos de Enrique Ponce que esamisma tarde se despedirá de los ruedos españoles. Se enfrentó con un primero abantito y muy suelto en la lidia que iba a llegar muy agotado a la muleta. Nek mostró buenas maneras, sentido del temple y hasta personalidad, administrando una embestida bonancible pero falta de brío en una faena que, al menos, sirvió para mostrar su proyección y andar pendientes de su evolución. La portagayola con la que saludó al cuarto iba a resultar fallida, perdiendo el engaño. El utrero, berreón, iba a enseñar genio en el caballo y se iba a poner a la defensiva en banderillas. Nek Romero, que brindó a Cristina Sánchez, iba a andar sobradísimo, muy por encima de las goteras de un enemigo que iba y venía en la inercia de su propia mansedumbre.

Tomás Bastos, un portugués forjado en la cantera pacense, se iba a encontrar un segundo muy corretón al que acabaría parando con dos verónicas de buen dibujo. El animal mantuvo ese aire rajado pero iba a desplazarse inicialmente en la muleta de Bastos, que se mostró solvente, resolutivo y un punto despegado hasta que el bicho, manso absoluto, dijo basta. Lo mató pronto y bien y dio una tibia vuelta al ruedo. El quinto tampoco se iba a librar del la mansedumbre, denominador común del encierro de Chamaco. Bastos, como ya había hecho con el segundo, banderilleó sin apreturas antes de comprobar que la falsa movilidad del novillo, descompuesta y sin entrega, no era apta para ninguna florituras.

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