Luque y 'Príncipe': eran el día y la hora

La bravura sostenida del gran ejemplar de El Parralejo, sirvió al matador de Gerena para cincelar su mejor obra en la plaza de la Maestranza

Crónica: El príncipe dio con su 'Príncipe'

El diestro de Gerena arroja la montera en el quinto de la tarde, 'Príncipe'. / Fotos: Juan Carlos Muñoz

Hay que alabar el gusto del recordado empresario sevillano Pepe Moya Sanabria: se llevó los domecqs que cría y selecciona la experiencia y el conocimiento de Rafael Molina Candau hasta los predios de Monte San Miguel, esa joya arquitectónica y campera -apoteosis del mejor regionalismo- que Francisco Javier Sánchez-Dalp, antes de ser nombrado marqués de Aracena por Alfonso XIII, encargó a Aníbal González en los primeros años del siglo XX.

El resto de la historia es más o menos conocida: la hija del segundo marqués, doña Socorro Sánchez-Dalp, matrimonió con Manolo González, el orfebre del toreo nacido en la calle Sol que aprendió las primeras lecciones del oficio de la mano de Moreno de Algeciras. Su vida es de libro. A su padre lo habían fusilado por rojo pero el gran torero, que rentabilizó como nadie su corta e intensa carrera, acabaría adquiriendo las distintas divisiones de la histórica finca de su familia política.

Hubo que esperar a los comienzos de los años 70 para que aterrizara en esa dehesa onírica la inmensa tropa de reses que Manolo González había comprado a Carlos Núñez. En la práctica se había llevado la mitad, lo mejor de lo mejor de aquella ganadería -fundamental para entender la genealogía del toro moderno- que fue trasladada de Los Derramaderos, en los campos de Tarifa, hasta los cerrados serranos de Monte San Miguel.

De la mano de Manolo González, la sangre Núñez vivió otros momentos de esplendor, lidiando animales clave en la historia taurina de no pocos matadores de las décadas de los 80 y 90. Que le pregunten al viejo Manzanares, con el toro Clarín; a Capea, que cambió su vida con Cumbreño… Pero nada es eterno y la familia tuvo que desprenderse de la propiedad hace muy pocos años.

Francisco de Manuel durante la faena del último toro, 'Gaditano'.

José Moya Sanabria ya había iniciado un tiempo antes su andadura ganadera con el hierro de El Parralejo, guinda de su excelente trayectoria humana y empresarial, encastándola con vacas y sementales de sus amigos Borja Domecq, también fallecido en los albores del Covid, y Ricardo Gallardo. Aunque el maldito cáncer no le dejó gozar en plenitud del gran momento de la vacada, sí había podido asistir al debut de la ganadería en la plaza de la Maestranza lidiando una novillada sin picar y otras con caballos. La guinda de ese calentamiento fue la grandiosa novillada -tan desaprovechada por la terna- lidiada en el atípico San Miguel de 2021. Ya no pudo verla.

En 2022, finalmente, llegó la primera corrida de toros. Fue un encierro tan variado como interesante que propició el gran triunfo de Daniel Luque. El matador de Gerena abría por primera vez la Puerta del Príncipe confirmando su redención taurina, pero también personal. Luque había nacido tocado por esa varita que unge a tan pocos toreros pero la necesaria madurez íntima no había caminado de la mano de esas innatas virtudes taurinas que le hicieron perder el tren cuando había sacado billete de primera.

Todo eso pasó, armando su propia reconquista más allá de los Pirineos, subiendo peldaño a peldaño la escalera que había descendido de golpe. Y Luque había vuelto a anunciarse ayer con los toros de los Moya Yoldi, encajado en medio de un cartel de extraño argumento, preludio del tramo fuerte del abono. El caso es que las cosas no terminaban de salir para los ganaderos y el personal ya empezaba a impacientarse… hasta que saltó ese quinto. Eran el día y la hora de Luque que se encontró con ese ejemplar de altísima nota y juego ideal para cincelar la mejor faena de su vida en la plaza de la Maestranza, la más intensa para su propia satisfacción personal. La Puerta del Príncipe del pasado año gozó de sus propias mieles pero la faena de ayer -con o sin el mitificado paseo a hombros bajo el arco de piedra- gozó de otras claves, le hizo traspasar otras fronteras, saltar la última órbita que le faltaba.

Fue un trasteo redondo, luminoso, armónico, variado… testigo del estado de gracia de un torero que siempre fue el peor enemigo de sí mismo. Puestos a elucubrar, podríamos pensar que el orden de los factores si había alterado el producto. Si el gran ejemplar de El Paralejo hubiera saltado en segundo lugar, Luque habría reeditado el portazo del año pasado. Pero… ¿qué importa? La memoria y el poso del toreo no tienen nada que ver con esos cómputos. Qué más dan las orejas o los números, ese dos más uno que ha reducido el raro honor a una mera cuestión aritmética. La faena de Luque ya está instalada en el cuadro de honor de esta Feria, de muchas ferias. A Príncipe, paladín de una gran casa ganadera, le dieron la vuelta al ruedo…

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