Javier Zulueta, un traje a medida

Novilladas de promoción en Sevilla

El novillero sevillano, que cortó una oreja, gana el XXXVI ciclo de promoción

El ganador recibirá el preciado vestido de torear que regala la Real Maestranza

El Juli se retirará en Sevilla el próximo mes de octubre

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Resumen de la final de promoción de la Real Maestranza de Sevilla. / Toromedia

Ficha

Ganado: Se lidiaron seis erales de Dolores Rufino, desigualmente presentados. El primero, algo rajado, sacó clase y recorrido. Manso y noblón el segundo; noble el tercero; potable el cuarto; blando y noble el quinto y muy deslucido el sexto.

Finalistas: Francisco Mazo (Escuela de Albacete), de Rioja y oro, vuelta al ruedo tras petición insuficiente y ovación tras aviso.

Mariscal Ruiz (Mairena del Aljarafe), de blanco y plata, ovación tras aviso en ambos.

Javier Zulueta (Escuela de Sevilla), de azul nenuco y oro, vuelta al ruedo tras fuerte petición y oreja tras aviso.

Incidencias: La plaza registró dos tercios de entrada en tarde noche de temperatura agradable. El banderillero Manuel Muñoz 'Lebrija' se cortó la coleta.

La suerte estaba echada. La capacidad, la suerte, las ganas de ser, también el criterio del jurado de asesores, había colocado a la terna de finalistas -Mazo, Mariscal y Zulueta- ante la prueba definitiva. Más allá del célebre vestido prometido por los maestrantes estaba la oportunidad de dar un salto antes de uno de los pasos más difíciles para un torero: pasar de la alegría informal del eral a la dureza y la seriedad del utrero.

Pero ese traje de luces, cortado a medida, ya tiene dueño. Se lo llevará para casa, con todo merecimiento, el novillero sevillano Javier Zulueta. Su propio padre, alguacil de la plaza, fue el encargado de entregarle la oreja que marcaba diferencias; la misma que se le había negado antes por inapropiado rigorismo. El chaval está tocado por una varita: la de haber creado una ilusión.

El tercero había mantenido el son del encierro moviéndose muy a su aire en los dos primeros tercios. Pero en la muleta de Zulueta iba a tener otro color. El chaval brindó al cielo y después de los primeros tanteos, tras un buen pase de pecho, se puso a torear con templada y ligada naturalidad. Descolgado de hombros, cada vez más abandonado, partió la plaza en un inclasificable cambio de mano. Sonaba Suspiros de España y el toreo seguía brotando por naturales acompasado a la nobleza de un novillo que pidió la muerte. Zulueta supo ver el momento y se marchó a por la espada. Los ayudados preludiaron un medio y horrendo espadazo que no impidió que se pidiera con fuerza una oreja que el palco, inexplicable y absurdamente, negó.

El sexto iba a ser un novillo protestón que apretó siempre hacia los adentros. El monterazo fue para el público pero la faena, esta vez, no iba a tomar vuelo. Tardo, aquerenciado, corto de recorrido... el bicho demandaba más ataque que espera y la labor de Zulueta no acabó de romper por más que mantuviera la compostura con el ejemplar de menores posibilidades de la noche, al que acabó apurando en las postrimerías. La estocada fue a matar o morir. Ahora ya no se le podía negar la oreja que le entregó su propio padre después de que el chico cortara la coleta a su banderillero Lebrija, que se retiraba del toreo.

Hijo, sobrino, nieto y primo del cuerpo, Mariscal Ruiz templó al segundo con un ramillete de verónicas de auténtica seda. Centrado a tope, dejándola puesta acabó toreando reunido y compuesto, bregando con las huidas de un novillo que no quería guerra. Pero Mariscal se la iba a dar: una cadenciosa tanda al natural revelo la calidad del chaval, trazando los muletazos con temple líquido y verdadera personalidad en la cima de una faena que se sobrepuso a la mansedumbre del ejemplar de Dolores Rufino. Eso sí, se pasó de rosca y aunque la espada entró a la primera apenas hubo petición de trofeo.

Zulueta realizando un pase. / Toromedia

Se iba a marchar a portagayola a recibir al quinto. La larga salió tan limpia como los lances por cordobinas de su réplica a Zulueta. Brindó a Tomás Campuzano y volvió a echarse de rodillas para enjaretarle una arrucina casi imposible de la que salió trompicado pero indemne. Con la caldera a tope siguió toreando de hinojos, hasta mirando al tendido. Fue un novillo pronto y berreón, también muy blando, al que toreó con excelente caligrafía aunque con la escasa trascendencia que prestaba la flojedad de su motor. En cualquier caso, la próxima primavera recogerá el capote de paseo que le acredita como subcampeón.

Francisco Mazo recibió al primero, un eralote castaño y abanto, muy suelto en el capote, que propició pique en los quites con Mariscal. El bicho mantuvo ese aire mansurrón en la muleta pero con la virtud de acabar repitiendo en cuanto Mazo pudo y supo dejarle la muleta puesta en una labor meramente voluntariosa aunque demasiado ayuna de fluidez y compromiso. La verdad es que el eral -con ese puntito rajado- ganó en clase, recorrido y humillación. Habría merecido más apuesta. Con el cuarto, un ejemplar un punto informal, volvió a mostrar idénticas carencias, abusando de buscar la pala del pitón sin decidirse a cruzarse de verdad y comprometer una embestida que tenía teclas que tocar. Le vino largo el asunto. Quedó como tercer clasificado según el veredicto del jurado de asesores.

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