Javier Zulueta confirma sus grandes posibilidades en su debut con caballos
novillada matinal de Olivenza
El novillero sevillano fue el definitivo triunfador de la matinal de la jornada monstruo de la feria de Olivenza en la que volvió a asombrar el desparpajo de Marco Pérez e interesó la proyección de Tomás Bastos
Javier Zulueta, un nuevo comienzo
Ficha del festejo
Ganado: Se lidiaron ocho novillos de Talavante, correctamente presentados. El primero tuvo picante; flojo el segundo; noble el tercero; acobardado e inválido el cuarto; informal el quinto; manso el sexto; nobilísimo el séptimo; potable el octavo.
Novilleros:
- Manuel Román, de crema y oro, ovación tras aviso y silencio tras aviso
- Marco Pérez, de aguamarina y oro, oreja y oreja
- Javier Zulueta, de zafiro y oro, oreja tras aviso y oreja
- Tomás Bastos, de estaño y oro, silencio y oreja
Incidencias: la plaza casi se llenó en mañana de nubes y claros en la que llegó a llover intermitentemente.
La jornada de la víspera no había dado tregua en lo meteorológico pero el sol dominical, con sus altibajos y hasta algunas gotas que no fueron a mayores, acabó haciendo olvidar el intenso frío de la mañana y hasta ese viento inclemente que había complicado la sabatina. Los aficionados se habían ido congregando en los alrededores del coso desde muy temprano. Venían de Sevilla, de Córdoba, de Salamanca, del vecino Portugal... La temporada ha echado a andar y puede brindar una oportunidad de oro a ese escalafón menor que hacía demasiado tiempo que no reunía tantas ilusiones.
Tenia que salir el toro. Manuel Román fue el encargado de romper plaza con un utrero de Talavante al que lanceó animoso. Bravucón en el caballo, marcando querencias, el bicho se acabó dando un volantín en el quite y alcanzó el último tercio con un puntito de violencia pero con mucho que torear. Román no terminó de sentirse verdaderamente cómodo en una labor que encontró el acople muy al final. Con el quinto, un animal que tuvo teclas que tocar, se mostró más resolutivo, tirando de oficio y recursos para desatascar una embestida informalota y desigual. El largo esfuerzo iba a ser en balde.
A la salida del segundo cayó un breve chaparrón. Marco Pérez se marchó a portagayola aunque el vaivén del novillo le impidió estirarse por completo. Brindó a Daniel Luque -el gran ausente- y se puso a torear. Primero lo hizo encajándose por el derecho; por el izquierdo después y, siempre, mezclando compromiso y desparpajo en una labor ceñida que exprimió a tope las fuerzas de su enemigo. Pasó tanto la raya que acabó cogido. En el mismo embite se derrumbó el novillo. No faltó el arrimón final, enroscándose el torte cómo un cíngulo. La espada cayó baja pero no empañó la oreja.
Otro farol de hinojos le iba a servir para saludar al sexto, al que lanceó con barullo. Volvió la lluvia pero no cejó la entrega del prometedor novillero charro que se empleó por delantales después de comprobar que el bicho tenía sus cositas por el lado derecho. En el inicio de faena se lo pasó por delante y por detrás pero había que lidiar con el aire manso de un bicho que estaba loco por rajarse. Marco le hizo todo, sin dejar nada en el tintero, hasta encerrarse con él en las tablas para echarlo abajo de un espadazo que le abría la puerta grande.
Javier Zulueta venía a Olivenza a presentarse con picadores. El tercero, el del debut, se le frenó en la esclavina y el piquero lo paró aún más. Pero había quedado ideal. Brindó a la parroquia y trazó el hilo conductor, la definitiva meta que iba a marcar la faena: torear despacio. Lo hizo en los doblones iniciales pero sobre todo en el toreo fundamental asombrando por ese infrecuente temple líquido que redondea el toreo. Una ronda al natural fue para buenos paladares. Los ayudados finales fueron la mejor firma y la espada entró a la segunda. La prueba estaba pasada con nota.
Quedaba el séptimo, al que endilgó un puñado de buenos lances. Estaba justito de todo, pero podía servir... Zulueta brindó a sus compañeros y volvió a revelar que el temple convierte al toreo en armonía. Fue una faena luminosa, de sencilla naturalidad en la que trazó muletazos de auténtico clamor, toreando siempre al ralentí y hasta con capacidad de sorprender en un farol que concluyó en cadencia. La fijeza y la bondad del novilo de Talavante fueron el complemento perfecto. Javier puso el resto. Había sido una obra compacta, rabiosamente clásica... La espada iba a entrar al tercer viaje. La novillada tenía un claro triunfador.
Tomás Bastos, que también debutaba, se marchó a la puerta de chiqueros para recibir al cuarto. Quitó por saltilleras y tomó los palos para cuajar un trepidante segundo tercio, jugándose todo en el tercer par al quiebro. Bastos brindó a Luis Reina y Cartujano, sus maestros en la valiosa escuela de Badajoz. El novillero portugués hace las cosas muy bien y torea aplomado, muy para dentro. Pero tuvo delante un novillo cobardón y regordío que buscó pronto las tablas para echarse sin remedio. Tuvo que esperar al octavo, saludado en chiqueros, para estirarse de capa, jugársela con los palos y entregarse de verdad en una faena de muleta -brindada a Cristina Sánchez y su marido, sus apoderados- en la que volvió a mostrar un toreo de trazo largo y muchas ganas de ser.
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