Gómez Pin destaca el "ecologismo radical" del mundo de los toros
Pregón Taurino
El filósofo responde en su discurso a quienes ven la Fiesta como "un ritual desfasado" y defiende a las ganaderías como un ejemplo del equilibrio entre el hombre y la naturaleza.
La capacidad del filósofo Víctor Gómez Pin para adentrarse con inusual clarividencia en los enigmas de lo humano quedó de manifiesto hoy con el Pregón Taurino que pronunció en el Teatro Lope de Vega. Este catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, doctorado en La Sorbona con una tesis sobre el orden aristotélico y autor de una treintena de libros, que fue presentado por la defensora del pueblo y ex alcaldesa de Sevilla Soledad Becerril como "uno de los pensadores más relevantes de la España actual", se aproximó a la tauromaquia como un "problema con aristas filosóficas" que abordó "no en términos negativos, o sea, rebatiendo los anatemas del contrario, sino afirmativos, es decir, poniendo el listón del ideario ético y simbólico del ser humano muy alto y mostrando que la disposición subjetiva, consciente o inconsciente, que mueve a los aficionados responde a tal ideario".
El ensayista aseguró que su dedicación a la filosofía le había empujado a "reflexionar sobre las especies animales, los rasgos que permiten distinguir a unas de otras y, sobre todo, la abismal diferencia que, como resultado de la evolución, separa a esa especie animal a la que pertenecemos de todas las demás", una investigación en la que había acabado colisionando con "una posición filosófica radicalmente contraria" que "ha encontrado en la tauromaquia una concreción de lo que ella repudia, hasta el punto de convertirla en primer objetivo de una suerte de cruzada, exigiendo tanto su erradicación de las costumbres como su legal abolición".
En su defensa de la liturgia taurina, Gómez Pin tuvo en el Parlament de Cataluña, al que acudió para reivindicar una Fiesta sobre la que se cernía entonces la amenaza más tarde consumada de la prohibición, "una de las plazas menos receptivas" a su discurso, pero el filósofo no quiso detenerse hoy demasiado en la trastienda de intereses políticos que implicaba la medida tomada en el seno de la Generalitat. "Hubo una propuesta, un debate, se votó y unos perdimos, eso es todo", declaró en el tono sereno que caracterizó su intervención. Lo que cuenta, sostiene el pensador, "no son los eventuales motivos ocultos de los que en el Parlament de Cataluña votaron su abolición, sino los argumentos explícitamente avanzados, y ello en razón de que son los mismos que se esgrimen en otros lugares donde la tauromaquia se ve amenazada, desde Quito al Mediodía francés o Bogotá", afirmó. En su opinión, "no es razonable concentrar las fuerzas en un frente hipotético, cuando hay un frente importantísimo claramente abierto y en el que en el adversario avanza a paso de carga". Porque, añade el catedrático, "los que piden la clausura de la Plaza Santamaría de la capital colombiana o los manifestantes que en el exterior de las Arènes de Nimes perturbaban con su griterío hace dos años el desarrollo de un festejo" actúan con semejante beligerancia movidos por una convicción: la de quienes perciben en la tauromaquia un festejo "en el que los animales son objeto de escarnio y maltrato" y que se celebra ante "espectadores que se complacen" ante esta situación, una teoría que resuena en foros "políticos, jurídicos, académicos y culturales, desde el Parlamento Europeo al Consejo de Estado de Francia, pasando por La Sorbona y organizaciones de defensa del medio ambiente".
Gómez Pin prosiguió su discurso apuntando que se sentía secundado por "personas de elevada talla intelectual", entre las que citó al también filósofo Francis Wolff, que han esgrimido "los argumentos legitimadores de la tauromaquia", pero añadió que "desgraciadamente" estas reflexiones no han calado en los detractores de la lidia. Al contrario: el intento de respaldar esta tradición se suele topar con la hostilidad de un debate en el que los ánimos están particularmente encendidos y los implicados parecen moverse más por "la defensa de los dogmas que por la confrontación de criterios". Lo sabe el pregonero, a quien "un admirable y admirado escritor español" puso "a caldo" tras haber expuesto su tesis en un diario. A veces, lamenta Gómez Pin, "el repudio llega hasta el insulto, la anatemización en terrenos profesionales, de entrada sin vínculos con el asunto", cuando no se llega a "sugerir que lo conveniente sería para uno enmendar, cambiar de bando, pasando así a ser reconocido por los que se complacen en sentirse del buen bando, dignos ciudadanos de una Europa considerada pulcra y trabajadora".
Pero el ganador de premios como el Anagrama o el Espasa de ensayo no quiso quedarse en la "caricatura" y señaló que la controversia en torno a la tauromaquia es una cuestión de una profunda complejidad moral. Algunos de los adversarios "llegan a aceptar que el sufrimiento [del toro] es el precio a pagar por un ritual de alto contenido simbólico". Y es ahí donde Gómez Pin identifica el mayor problema, "en estos interlocutores abiertos de espíritu, que ven sinceramente a la tauromaquia como un ritual desfasado, incompatible con el progresivo sentimiento ecológico, cuyo cimiento reposaría en la conciencia agudizada de nuestra pertenencia a la animalidad, y la necesidad de extender la consideración de la que es merecedor el ser humano a otras especies animales". Pero ante estas acusaciones, el profesor alega que los taurinos son "radicalmente ecologistas", ya que responden "espontáneamente, sin necesidad de reflexión explícita, a una posición consistente, sensata y asumible por toda persona razonable en la que la animalidad es reconocida en el papel esencial que juega en la vida de los hombres". Según esta conciencia, los aficionados "somos el modelo de una disposición subjetiva ante el orden natural y las especies animales que repudia instintivamente toda perturbación arbitraria de ese orden", por lo que, recalca, cree "profundamente injusto" y "un sinsentido" que "se nos quiera abolir en nombre de la ecología".
Humanos y animales
En su pregón, Gómez Pin tomó a Noé y su experiencia con el arca como símbolos de la intercesión del hombre frente a los animales, como ejemplo de una armonía donde impere la razón de lo humano sin que las otras especies pierdan sus facultades naturales. "Noé instrumentaliza al cuervo para saber si las aguas han descendido –el retornar del ave una y otra vez es signo de que no encontró lugar dónde posarse– y lo mismo hace con la paloma. Mas, obviamente, si la paloma y el cuervo hubieran perdido en el arca la capacidad de volar no hubieran sido útiles a Noé para su objetivo", cavila el barcelonés, para quien el personaje de la Biblia aporta "una metáfora del delicadísimo equilibrio que ha de mantener el hombre en relación a las especies animales", un equilibrio "que conocen bien los ganaderos de reses de combate".
Este punto de partida induce a Gómez Pin a defender que "amar de manera concreta la naturaleza" no conlleva "desear que permanezca en estado puro o salvaje", ya que, argumenta, habría que diferenciar entre una naturaleza pura y una naturaleza buena. En este marco la ética en el comportamiento con los animales "no pasa por tratar de homologarlos con la especie humana" y erigiéndolos en "paradójicos sujetos de derechos sin deberes", sino que se trataría más bien de hacer "una elucidación clara de la función de cada especie y una ponderación del grado en que ésta es beneficiosa para la salud del orden natural, que a su vez es condición necesaria de un sano recrearse de la especie humana en el ciclo de las generaciones".
Según Gómez Pin, son precisamente los animales "que mayormente han sido homologados a los humanos" los que han acabado "desprovistos de función y casi desprovistos de las características de su especie". "Imaginemos por un momento", propone, "que uno de estos perros de hogar americano, que recibe regalos navideños y es llevado a la peluquería, fuera transportado a un medio rural y se intentara que llegara a realizar alguna de las tareas que habitualmente se encomienda a sus congéneres. Obviamente sería muy difícil que se aclimatara; cabría decir que ahora es un animal desarraigado. Desarraigado, curiosamente, cuando ha retornado al lugar donde cabría que se desplegaran las potencialidades de su especie", afirma.
Frente a esta desnaturalización desproporcionada de las especies, el filósofo contrapone la plenitud de un toro en su fuerza y su agresividad. Gómez Pin contempla al animal como una pieza necesaria en la "radical confrontación" del torero "consigo mismo. Y para esa confrontación necesita un animal. Un animal que no está llamado a alimentar al hombre, aunque por añadidura también tenga ese destino; tampoco a servirle como instrumento para la subsistencia y menos aun a ser paliativo para la ausencia de compañía humana. ¿Llamado pues a qué?" se pregunta.
Un orden espiritual
"Llamado", responde, "a que el hombre pueda cumplir su función de mostrar en acto que la vida y la subsistencia no lo es todo, que lo importante es ser reconocido por los demás como plena y radicalmente humano". Por eso, mantiene, "la dehesa es un hábitat plenamente humanizado y por eso la vida de los hombres que circundan la dehesa es casi un paradigma del amor al orden natural".
Porque en un desafío como el del toreo, "no hay espacio para la vacuidad", y el diálogo entre el diestro y el toro tiene un cariz espiritual en el que se entrecruzan la vida y la muerte, y también asoman otros conceptos de inusual trascendencia. "En esta fiesta que nos espera esta tarde", dijo, "celebraremos también, con nuestro propio rito, el hecho de que la finitud, que marca el destino de todo ser vivo, cuando se trata de los hombres no lo dice todo; celebraremos la emergencia de luz tras un momento de sombra; celebraremos que en suma que la lápida no clausura definitivamente el sepulcro, cuando el que allí reposa es un ser de palabra", concluye, ayudándose de una cita de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust: "Pues todo ha de retornar, como está escrito en las bóvedas de San Marco y como lo proclaman, bebiendo en las urnas de mármol y de jaspe de los capiteles bizantinos, los pájaros que significan a la vez la muerte y la resurrección".
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