Tras 'Facultades', la vida fue otra
Tardes en el recuerdo
1985, Se lidiaron toros de Manolo González para Emilio Muñoz, Tomás Campuzano y Juan Antonio Ruiz 'Espartaco' Todos triunfaron en buena medida, pero el triunfo de Espartaco le llevó al trono del toreo.
CARTEL sevillanísimo el que se anuncia para la tarde rutilante del jueves de Feria de este año de 1985. Abre Emilio Muñoz, que anda a machetazos con la vida para salir de un profundo bache anímico, acompaña Tomás Campuzano, que continúa alternando carteles de lujo con corridas muy duras y cierra Juan Antonio Ruiz Espartaco para afrontar lo que en ese momento se considera como la bala definitiva en una canana ya vacía. Uno intenta volver a coger el tren de privilegiado del toreo, el segundo aspira a que las cosas continúen como hasta entonces y el que cierra plaza pretende enderezar una carrera que vive días atribulados.
Se televisa la corrida por La Primera y eso le añade un plus de compromiso a esta terna tan sevillana. Aparece por Iris Emilio vestido de nazareno y oro, de tabaco viste Tomás y de gris perla Juan Antonio. Crispación en los gestos de los tres cuando se les acerca solícita, irrepetible, María Cueto, aquella currista empedernida que trataba a todos los toreros como si fuesen sus hijos y que lo mismo cuidaba la capilla que tenía la enfermería en perfecto estado de revista. En los chiqueros, una bonita corrida de Manolo González y, en ella, un toro esperaba que llegase la hora para cambiarle la vida a un torero.
El invierno había sido especialmente duro para Espartaco. A final de temporada, de una temporada en la que las cosas no salieron a su gusto, Juan Antonio iba a recibir dos golpes muy duros. Un lunes de septiembre, en Valladolid y tras una corrida del marqués de Ruchena, Félix Pecellín, un trianero que iba en la cuadrilla de Juan Antonio, sufrió un infarto de miocardio cuando se quitaba el vestido azul y plata. Su muerte, sólo tenía treintaicinco años y dejando esposa y dos hijos, impresionó a Triana y dejó muy tocado al torero.
Una semana más tarde caía Paquirri en Pozoblanco y eso sumió a Juan Antonio en una pena inmensa. Dos amigos se le iban en un suspiro, las cosas no ayudaban a superar tal estado de ánimo y en ese invierno se sabe que como no se arregle el panorama en la Feria, el de Espartinas cambia de escalafón para mutar el oro por la plata. José Luis Marca, su apoderado de entonces, consigue que Diodoro Canorea les dé una corrida regular y otra de lujo, la de Joaquín Barral el viernes de preferia y la de Manolo González en este jueves de farolillos. La primera la mata en compañía de Manili y de Lucio Sandín. No pasa nada de particular y Juan Antonio emboca la corrida de Manolo González sabiendo que sólo queda una bala. Pero esa bala se hace esperar y llega cuando todo toca a su fin.
La corrida había transcurrido triunfal, todos habían cortado orejas. Emilio sufrió de la rigurosidad del palco para cortar sólo una, Tomás había desorejado a los dos de su lote y también Espartaco había tocado pelo en el tercero de la tarde, pero insisto en que lo mejor estaba por llegar.
El triunfo rotundo lo traía Facultades en las puntas de sus pitones. Era colorao, llevaba el 126 grabado en el lomo y había dado un peso de 486 kilos. Era precioso, bien hecho y muy en el tipo Núñez. Luego, esa fachada fue el anuncio de la máquina de embestir que iba a ser en la muleta de Juan Antonio Ruiz Román.
Venía a por todas y Juan Antonio se fue a chiqueros para recibirlo a portagayola. Era la última bala y no podía irse al limbo de las ocasiones perdidas. La vida estaba siendo muy dura con este torero, coger los palos en vez del estoque era una decisión que llevaría mucho de frustración y Espartaco vio que el tren volvía a pasar por su puerta.
El lío con el capote fue acompañado por la banda sonora del Maestro Tejera, presagiaba triunfo y sólo cabía desear que Facultades no se acabase antes de tiempo. En banderillas saludó Rafael Sobrino y a las nueve menos veinte de la tarde comenzó Espartaco a labrar la obra que iba a cambiar su vida. Empezó con ayudados por alto y por bajo para entregarse a una labor que tuvo mucho de recital. Y como mató de una estocada en todo lo alto, las dos orejas de Facultades iba a llevarlas en hombros para salir así al Paseo de Colón. Definitivamente, la vida de Juan Antonio Ruiz Román había girado ciento ochenta grados y esa noche en el Colón, José Luis Marca no tenía que llamar a empresario alguno, ya que todos los de España guardaban cola en el hall para ser recibidos por el apoderado de Espartaco.
Y así fue cómo en este 25 de abril de 1985 se produjo el vuelco en la vida de un torero. Lo primero que hizo Marca fue mandar el parte facultativo a Córdoba para eludir el compromiso de matar una corrida de la dura divisa de Isaías y Tulio Vázquez. La vida se había encarrilado y sólo faltaba que a Juan Antonio no se le fuese otra vez ese tren que da la vida. Y a fe que no sólo no lo perdió sino que fue martillo y no yunque, mandamás del toreo durante un puñado de años.
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